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Las teclas en el alma del viejo Elio

Elio Menéndez, cronista empedernido del deporte y un perpetuo enamorado de los vaivenes de la vida, descubrió sus secretos a JR

Autores:

Javier Rodríguez Perera
Eduardo Grenier Rodríguez

Hojeando un viejo libro de poesía, aparece una de las frases más contundentes de Walt Whitman. «El que camina un minuto sin amor, camina amortajado hacia su propio funeral», dijo el poeta estadounidense y en las tres horas que conversamos con Elio Menéndez, que nos parecieron tres minutos, esa expresión halló espacio en las diáfanas palabras del periodista de 87 años, un cronista empedernido del deporte y un perpetuo enamorado de los vaivenes de la vida.

Cruza las piernas casi todo el tiempo en la sala de su casa, busca la comodidad, habla susurrando, y a su lado un viejo armario con cuatro búcaros y el único premio que exhibe, el Nacional de Periodismo José Martí, recibido hace 15 años, aunque Elio no es un hombre al que los premios le produzcan mucha satisfacción. Antepone a los galardones el afecto de los protagonistas de sus piezas periodísticas, el ardor con que nacieron sus libros Swines a la nostalgia y El boxeo soy yo, una exquisita obra que firmó con Víctor Joaquín Ortega.

Los puños que más impactaron el ingenio

Habla con soltura de Teófilo Stevenson. Se nota, por la frescura con que lo recuerda y las anécdotas que revela, que el legendario púgil tunero dejó una huella en su carrera periodística. Utiliza frases contundentes, casi tanto como lo era la pegada del gran Stevenson. En definitiva, para hablar de un hombre bonachón que asumió el éxito con humildad no es necesario edulcorar demasiado el discurso. Tampoco resulta difícil percibir que, tras la pluma elegante de Elio, se escondía una de sus grandes pasiones: el boxeo.

«Recuerdo una crónica que le dediqué a Teófilo. Él, en aquel entonces, parecía haber perdido interés y por ello, la oportunidad de ir a un evento grande. Se conocía que su vida no era la más adecuada para un boxeador y menos para un supercompleto.

«Aquel material se tituló Carta directa a Stevenson, en la cual yo le enuncié una serie de errores que él estaba cometiendo, a la vez que lo aconsejaba y le expresaba mi confianza. Pensando que no me hablaría más, me lo encontré una vez en la calle. Sentí que me agarraron por detrás y cuando me di la vuelta, lo vi, y con su carácter peculiar reconoció que le había ayudado mucho. Era alguien que no guardaba rencores».

Otra estrella de los cuadriláteros que se ganó la admiración de Elio fue Eligio Sardiñas, aunque quizá muchos no reconozcan tras este nombre a Kid Chocolate. De una vida pletórica de grandes sucesos nació El boxeo soy yo, un libro biográfico sobre el púgil habanero, quizá la obra que con más acierto ha conseguido «desnudar» la personalidad de uno de los grandes íconos del deporte cubano.

«Al Kid lo conocí cuando ya se había retirado. Pese a que era un hombre de poca cultura, tenía una gracia singular para decir las cosas. Hubo tiempos en que él andaba en su carro y los muchachos le corrían atrás. Lo esperaban fuera de su casa y, cuando salía, Chocolate sacaba monedas de sus bolsillos y las tiraba. Si alguien le decía: “Campeón, yo no he cogido”, él le pedía al de al lado para que nadie se quedara sin nada. Así era Chocolate».

De su libro surgieron historias poco conocidas hasta entonces, reflejo de un hombre al cual el dinero le importó poco. «Recuerdo que un día le dije: “Campeón, si usted hubiera guardado un poco de dinero no estaría en la miseria”. Él se molestó y me respondió al instante: “¿Quién te dijo que yo estoy en la miseria? Yo soy más rico que tú y me voy a morir millonario, porque mientras otros amasaron su fortuna con la sangre y el sudor de los demás, yo lo que gané, lo hice con mi sudor y mi sangre, y luego lo repartí entre los pobres”».

La austeridad no necesita de Olimpiadas

Es fácil elogiar a Elio porque ahí están sus premios, algunos raídos ya por los años, colocados al lado de un puñado de periódicos con su tinta. Pero Elio no gusta de los elogios. Al menos, eso es lo que da a entender su vista perdida en el vacío, que intenta esquivar las conversaciones acerca de sus méritos.

En ese instante comienza a hablar más bajo, tanto que cuesta entenderlo. Construye silenciosamente un contrataque que destila modestia. Hay que escucharlo decir que no merece nada para entender que, realmente, lo merece todo.

En 2003 le fue concedido el Premio Nacional de Periodismo José Martí, la máxima condecoración que otorga la Unión de Periodistas de Cuba. «¿Quieren que les diga la verdad? Yo creo que hay gente que merece ese premio por encima de mí, considero que mi obra no lo amerita. No quiero que me tomen por malagradecido, pero me parece que no es más que un gesto que tuvieron conmigo».

Nada más lejos de la realidad, aunque duela contradecir a un hombre como él. Pero como dijera el escritor español Juan Donoso Cortés, nada sienta tan bien en la frente del vencedor como una corona de modestia.

«He ganado muchos premios, es cierto. Hace poco recibí el Diploma de Honor Deportivo que me entregó personalmente el Presidente del Inder. Sin embargo, el mayor premio que puede recibir un periodista es que la gente te lea, salir y conversar tranquilamente con los lectores en las esquinas, que te critiquen tus trabajos, saber que tienen      repercusión. Eso no tiene     precio».

Su profesionalidad y maestría con las letras no impidieron, sin embargo, que tropezara con los óbices que depara el periodismo, y nunca pudo cumplir su sueño de asistir a unos Juegos Olímpicos. Ironías de la vida, dirían algunos, o injusticias que se engrandecen con el paso del tiempo. «Les digo una cosa y voy a hablar con sinceridad: me hubiese gustado ir a unos Juegos Olímpicos, eso es algo que representa mucho, pero hay cosas más importantes que este tipo de cuestiones.

«Me quedo con todo lo hecho hasta ahora. JR me ayudó muchísimo, me permitió desarrollarme y me ofreció confianza. No me dieron el privilegio de ir a las Olimpiadas, pero son decisiones que acepté, pese a que nunca las compartí. Un premio es un reconocimiento importante, pero el agradecimiento auténtico es el que te da el pueblo».

El periodismo deportivo y su quintaesencia

«Otras veces lo he dicho: el periodismo se teclea con las manos, pero se escribe con el alma. Por eso traté siempre de ponerle sentimiento a todo e irme por historias que no estaban explotadas. Para realzar los logros de la Revolución busqué demostrar la miseria en que murieron grandes deportistas cubanos en el capitalismo. Intenté hacer cosas diferentes para que el mensaje le llegara con más fuerza al lector», afirma.

Su relación con la crónica fue idílica y su obra matizada por ribetes emocionales. «Es cierto que la crónica fue el género que más me marcó. Yo no fui un gran reportero, de los que corren detrás de la noticia, no me considero un periodista ágil en ese aspecto. Siempre preferí la crónica, porque en mí influyó mucho, aunque quizá no lo suficiente, Eladio Secades».

Tal vez por ello no tiene temor a referirse al estado actual del periodismo deportivo cubano, muy diferente al de su época. «Yo creo que nunca hubo tantos periodistas deportivos en Cuba como en este momento. Hay algunos que son muy buenos y otros que no lo son tanto. La masividad no es la calidad. No quisiera herir a nadie, pero he visto cómo hay personas escribiendo de deportes que no tienen antecedentes y para especializarse en este tema la primera condición es conocer».

Añade que «tenemos que ganar en especialización. Con los narradores deportivos pasa algo similar: ya cualquiera narra un partido de pelota o de cualquier deporte, y enseguida notas las deficiencias. Mandan a periodistas a cubrir eventos deportivos cuando a veces no conocen las reglas básicas de su disciplina; es quizá un error reiterado. Antes se era mucho más respetuoso con esas cuestiones y en ese aspecto el periodismo deportivo quizá era superior».

Sin embargo, hay una serie de enseñanzas que Elio regala a raudales en sus palabras, como que un buen periodista debe ser acucioso y poseer riqueza en su vocabulario. «Para eso lo principal es leer, hurgar en buenas bibliografías y utilizar frases diferentes para amenizar los trabajos».

La poesía de la vida

Conversar con Elio Menéndez es descubrir al hombre detrás de la coraza del gran periodista. Confiesa que es un tipo sentimental, que prefiere estar rodeado por sus amigos y la gente buena antes de intentar cambiar la forma de quienes no lo son. «Cada quien es como es», dice, aunque su rostro refleja, muy en el fondo, cierta dosis de inconformidad.

—¿Qué haría llorar a Elio?

—Que arrollen a un perrito en la calle. Sí, en serio, no estoy bromeando. Es que uno llora por tantas cosas, a veces sin querer. Como dice el poema de mi admirado Ramón de Campoamor: cuando quiero llorar, no lloro, y a veces lloro sin querer.

«Sin embargo, yo no veo películas dramáticas donde matan a niños ni mucho menos. Bastante hago que sigo las guerras, porque uno tiene que estar actualizado, pero para recrearme prefiero otras cosas más instructivas que no me hagan sufrir».

Añade que le gustan algunos genios de la poesía, como Campoamor o Lorca. «Me ayudaron a redactar mejor. “La vida es dulce o amarga; es corta o larga. ¿Qué importa? El que la goza la halla corta, y el que la sufre la halla larga”. Por eso es mejor vivir de la forma más agradable posible».

—¿Te hubiese gustado escribir poesía?

—Sí. A ustedes les parecerá ridículo, pero me gustaría escribir sobre las cosas de la vida.

—¿Y qué error no volverías a cometer?

—«Tantos… Si hubiese tenido la oportunidad de estudiar me hubiese dedicado al magisterio. Eso siempre me gustó. Pero el curso de la vida, por desgracia, ya no se puede cambiar».

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