Sindy comenta que le agregó inocencia y un toque de picardía a su personaje. Autor: Tomada del perfil de Facebook de la actriz Publicado: 04/07/2022 | 10:16 pm
Aunque su pasión es actuar, llegó al mundo del arte gracias a la danza. En una ocasión, en su grupo de baile le dieron la oportunidad de declamar y su mamá le dijo que eso no era lo de ella. Pero quiso el destino que, a pesar de toda su preparación y empeño, una desviación en la columna le impidiera presentarse a las pruebas de paso de nivel en 9no. grado. En ese mismo tiempo fueron los exámenes para entrar a la Escuela Nacional de Arte (ENA) de Santiago de Cuba y aprobó. Paradojas de la vida: una desviación la puso en el camino correcto, porque resultó que la actuación sí era lo suyo. Fue así como la pequeña Sindy Rosario González, nacida en Jamaica, no la isla, sino en un pueblito, otrora central, de Guantánamo, comenzó a descubrir el universo fascinante del teatro.
«Cuando me gradué de la ENA la única opción que tuve fue con grupos escénicos para niños, pues la labor teatral para adultos en Guantánamo estaba en decadencia en esa época. En Teatro Ríos hice mi servicio social y conocí la magia de trabajar para niños gracias a obras como Redoblante y Pulgarcito, Tito y los Ratones y Los tres pichones, entre otras. Simultáneamente trabajé con el Guiñol, donde aprendí muchísimo e hice puestas como El Buen Curador y la Vecina y La calle de los Fantasmas. Terminando de evaluarme vine para La Habana y comencé a trabajar con Teatro La Proa. Siempre aposté por el teatro porque sentía que era adonde pertenecía», rememora la joven actriz de 27 años.
En ese colectivo habanero encontró una familia.Erduyn Maza y Arneldy Cejas la acogieron y le dieron la posibilidad de entrar en el circuito teatral capitalino, lo cual puede resultar altamente complicado para artistas noveles y recién llegados de provincia.
Subir a escena y actuar para niños es una labor hermosa y siempre complicada, asegura la intérprete, que lleva muy bien guardado en la memoria su desempeño en la puesta Aventura con el televisor, un montaje que le enseñó la importancia de la versatilidad, el trabajo con diferentes técnicas de títeres y el valor de las pequeñas cosas.
«Siempre que haces una obra no quieres repetirte y eso te obliga a buscar, investigar y familiarizarte con todo. Y el arte de los títeres demanda conocer tu cuerpo, tu voz, ver hasta dónde puedes llegar para convertir cada obra en un universo único. De ahí proviene la grandeza que radica en los detalles, porque cuando se aprende a particularizar hasta lo más mínimo, ya sea un gesto, un movimiento o el uso de la voz, logramos enriquecer nuestro quehacer y hacerlo cada día diverso».
Tristemente, el error de menospreciar ese arte es muy común, dice Sindy en diálogo con Juventud Rebelde. Al inicio lo veía como algo «ñoño», y sin darse cuenta ella también lo subestimó. No sabía todo lo que podría aportarle para futuros empeños, en especial para su interpretación en la obra Ana Frank, apnea del tiempo, en la que dio vida a la adolescente judía.
«El teatro para los más pequeños me ayudó a comprender las inquietudes de Ana Frank, porque uno tiende a tratar a los infantes como si no entendieran nada y no es así. En un momento de la obra ella dice con molestia que su mamá la trataba como una niña, y por eso comprendí que nada se debe desdeñar o
desestimar. Hay que respetar su inteligencia, compartir sus intereses, y prestar atención a sus motivaciones».
Tener presente esa certeza le fue útil para construir la Ana Frank nacida del ingenio de la dramaturga Agniezka Hernández y llevada a escena por Miguel Abreu y su grupo, Ludi Teatro.
A ese personaje llegó cuando la actriz que inicialmente asumía el rol en la obra la presentó como posible suplente. Fue entonces que el sobresalto se apoderó de ella, porque para adultos solo tenía la experiencia de su interpretación como Amelia en La casa de Bernarda Alba, con la compañía de teatro Clau, bajo la dirección de Carlos Aguilar. Tuvo miedo, pero aceptó el reto.
La joven actriz apuesta por hacer un teatro servicial y con bondad.Foto: Tomada del perfil de Facebook del artista.
«Lo más difícil de hacer Ana Frank fue el hecho de que la obra estaba ya montada. Mi tiempo no fue el de los demás actores y por tanto no tuvimos el mismo proceso. Me aprendí la obra en una semana y de ahí fui a la partitura. La construí pedacito a pedacito, teniendo en cuenta el precedente de Alina Castillo, la actriz que asumió el rol antes que yo, pero desde mi verdad. Iba a todas las funciones, grababa en el celular y anotaba en mi propio diario. Le agregué dulzura, inocencia y un toque de picardía».
Sindy confiesa que no dormía. Pasaba noches enteras despierta devorando los textos. Lloraba cuando una escena ya aprendida se le olvidaba. Titubear no era una opción para ella. Se dijo que sería Ana Frank porque fue amor a primera vista. No se podía permitir un fallo. Fue un proceso violento y completamente nuevo porque el teatro musical exigía no solo aprendizaje de textos, sino de movimientos y canciones.
En ese sentido afirma que le debe mucho a Miguel Abreu: «Fue una suerte trabajar con él. Es un director de mucha paciencia y tacto. Aunque te sientas desconfiada, él confía en ti. Aprendí a ser generosa en el escenario, a trabajar para el compañero, a ser servicial, a respetar la pauta, a disfrutar momento a momento, a trabajar partiendo de mí. Con las demás actrices también fue muy cómodo, porque todas estuvieron en función mía, ayudándome, haciéndome sentir parte del equipo. Yo era la novata, pero sabía que no hay segunda oportunidad para una primera impresión y debía dar todo», evoca con emoción.
«Los primeros compases fueron desastrosos para mí», subraya. Recuerda que la segunda función fue fatal porque no lograba vincularse con la identidad del personaje, sobre todo a partir de la relación con su madre. Estudió mucho, buscó dentro de ella, dialogó con su Ana y se apoyó en aquello que podían tener en común. También conversó mucho con Arianna Delgado, que encarnaba a la Señora Frank. Para la tercera función fue diferente, sintió cómo el personaje fue creciendo. Desde entonces trató siempre de aportarle algo, que el personaje no se estancara y siguiera progresando.
Para Sindy Rosario González, Ana Frank es el personaje de su vida. «Me enseñó a ver luz donde hay oscuridad; como siempre nos dice Miguel, a ver “cómo del horror nace la poesía”. Sigo extrañándola, me cuesta despegarme. Hay momentos en que pienso en ella, en los textos, en los personajes, en la música. Dejó mucho amor en mí.
«Es una pieza que ha puesto la varilla muy alta; no quiero hacer nada que no esté a esa altura. Estoy convencida de que el teatro que quiero hacer es el de Ludi, un teatro desde la verdad, de particularidad e ingenio, al servicio de los demás, un teatro de bondad».