Echo de menos su sonrisa, su arte para componer, para dar siempre en el clavo, para traducir en música la gracia del cubano, confiesa Samuel. Autor: Iván Soca Publicado: 14/03/2020 | 10:21 pm
«¿Que si extraño a mi padre? Mucho, demasiado. Cada día, en cada paso que doy. Él está en cada concierto, en cada triunfo de Van Van. Por eso Robertón tiene la responsabilidad de saludarlo en medio de nuestras presentaciones, de recordar al gran Juan Formell: el creador, el genio, el musicazo, el autor de los éxitos de Cuba, el líder, el amigo, el mejor padre del mundo, la luz...».
Samuel Formell habla y no hay tristeza que le tambalee la voz, que le bloquee la garganta. Menciona su nombre y los ojos se vuelven soles. Se pone la mano en el hombro y descubro en su gesto la intención de querer apresar la de su padre, que, siento, lo acaricia y permanece inmóvil a su lado. «No existe manera de que podamos olvidarlo: por el abrazo de todos los días, por su don de persona, su palabra sabia; por esa naturaleza suya de querer compartir con los demás, por sus chistes simpatiquísimos, por la energía positiva tremenda que lo rodeaba...
«Yo me sentaba al piano y le decía: “mira este tumbao”. “¡Qué bueno está eso, mi chama!”. Era parte de nuestra rutina, de nuestra conexión. Me bastaba observarlo para adivinar sus deseos, para encaminar la idea que le alborotaba en la cabeza... Echo de menos su sonrisa, su arte para componer, para dar siempre en el clavo, para traducir en música la gracia del cubano, nuestra sabrosura, nuestra idiosincrasia. Echo de menos sus consejos...
«Me recalcaba una y otra vez: “No dejes que la fama te nuble los sentidos y te conduzca a dejar de ser tú. El éxito de Van Van también tiene que ver con la sencillez, con nuestra humildad”. Me enseñó que cuando se lleva una vida pública como artista, hay que aprender a enfrentar la popularidad, a escuchar las opiniones de la genta y a tirarte de buena gana y sonriente la foto que te piden, aunque estés muerto de cansancio, sin ponerte bravo; cuidar tus estados de ánimo, intentar que se queden en casa los problemas de la casa. “Te toca darlo todo por ese público que siempre ha estado ahí y viene a apoyarte, a entregarte su calor”, repetía para que no se borrara jamás de mi mente».
Van Van es el pueblo de Cuba; su insignia. Así lo consiguió Juan Formall, su fundador. Foto: Iván Soca.
‒¿Cómo era vivir en una casa respirando el mismo aire que Juan Formell?
‒Una maravilla. ¿Te imaginas tener el privilegio de recibir toda esa música, ese legado, desde niño? Mi madre, Natalia Alfonso, era bailarina de tap. Cuando se enamoraron, mi padre tocaba el bajo en el Habana Libre, como parte de la orquesta de Juanito Márquez. En aquel momento solo había nacido mi hermano Juan Carlos. Mi mamá era una especie de vedette: trabajaba en la televisión, en Tropicana, en el cabaret Las Vegas, viajó mucho representando a Cuba... Se dice que aquí no hubo mejor bailarina de tap que ella, creo que de ahí vino mi apego eterno por la percusión.
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«Aparecí en este mundo en 1967, y los Van Van se fundó en el 69. A mi hermano, tres años mayor, mi abuela lo acogió para que mis padres pudieran seguir trabajando. Mi mamá me contaba que ella estuvo bailando tap hasta casi los siete meses de embarazo. No resulta extraño, como te dije antes, que la percusión me arrebate (sonríe). Por otro lado, crecí viendo a mi padre componiendo sus canciones, en sus descargas...
«Es muy curioso, porque nunca copié una canción para aprendérmela, sin embargo, me las sé de memoria, incluso las de los 70, a pesar de que entonces tendría cinco o seis años. Lógico: esos temas mi papá los tocaba primero en la guitarra, justo en el momento en que yo correteaba por toda la sala; y después me veo jugando o metido en el estudio de grabación mientras él está montándolos o cantándoselos a Armandito Cuervo, Pedrito Calvo; a José Luis Martínez, a quien primero se le escuchó Marilú... Igual me quedaba alelado con aquel long play de vinilo que no paraba de dar vueltas en el tocadiscos, pariendo canciones..., que se repetían 300 veces al día para que los músicos de la orquesta las oyeran, dieran sus criterios... Podían llegar primero Gerardito (Gerardo Miró) y Pupy (César Pedroso), que siempre andaban juntos, luego los violinistas, o El Yulo (Raúl Cárdenas) y Changuito (José Luis Quintana), José Luis Cortés (El Tosco), Julio Noroña, Miguel Ángel Rasalps (El Lele)...
El guaguancó Somos cubanos (Llegó Van Van) fue la carta de presentación de Samuel Formell como compositor.
«Era una época en la que mi padre componía constantemente. Le doy gracias a la vida por haber nacido en los 70, por haber sido testigo de los gloriosos 80, porque esa influencia musical fue notable para quienes después estudiamos la técnica en una escuela. Fue una bendición disfrutar de tanta buena música desde temprana edad, empezando por la cubana, a lo cual se añadía que mi papá se volvía loco por Elvis Presley, los Beatles, el rock and roll, mientras que a mi madre le fascinaba el jazz, lo cual nos permitió completar una cultura musical de alto nivel.
«Jamás he podido olvidar cuando, con cinco años de edad, mi padre me llevó a Santiago de Cuba a los carnavales, en un tiempo en que estas fiestas eran tremendas. Quedé hechizado con los tambores, con la percusión... lo mismo me pasaba durante los ensayos, o cuando iba a los estudios de grabación, a los conciertos...
«Recuerdo asimismo que me paraba mucho detrás de Changuito. Aquella increíble polirritmia me llamaba enormemente la atención. Lo veía difícil, tan complicado y, a la vez, tan excitante. “¿Cómo puede hacer tanto con las manos, con los pies?”, me preguntaba por dentro. Para mi carrera fue determinante estar tan cerca de ese gran maestro; haber tenido la oportunidad de verlo tocar en sus momentos de plenitud absoluta. Sin darme clases directamente (solo una de timbal y de danzón), fue una escuela esencial para mí.
«Cuando matriculé en la escuela de arte, etapa en la que me mudé también con mi abuela paterna, mi hermano me llevaba tres años de ventaja con su bajo y su guitarra, lo cual constituyó un impulso tremendo. Fue él quien descubrió mi musicalidad. “¿No te gustaría estudiar música?”, quiso saber un día en que le aseguré que lo mío era la percusión, la batería. “Vamos a hablar con pipo para que te hagan las pruebas”, y corrió a contárselo. “¿Estás seguro?, ¿él te lo dijo?”. Para esa fecha contaba con 11 años».
—¿Cómo te fue en los estudios?
—Entré por trompeta, pues no había plazas para percusión, sin embargo, me gustaba tanto que luché por ella; en segundo año lo conseguí. Ya mi hermano estaba en el Conservatorio Amadeo Roldán y empecé a visitar su escuela, donde me encontré con Roberto Concepción, notable percusionista y profesor, a quien le agradezco un mundo, pues al enseñarme una técnica diferente, logró que mi interés natural creciera hasta el infinito. A partir de ese momento tuve la seguridad de que ese deslumbramiento primero se había convertido en amor profundo.
«Supe desde entonces que haría el sacrificio necesario para ser buen músico, siguiendo el consejo que me diera mi padre: “en lo que hagas en la vida, lo que decidas, busca ser el mejor”. También me enseñó (y aprendí además de muchos músicos exitosos) que en esta carrera es esencial tratar de hallar un estilo propio, única manera de que alguien con los ojos cerrados te reconozca: ¡Ese es Samuel! Es lo que sucede con Chucho Valdés o pasaba con mi padre y su modo de tocar el bajo.
«Siempre me gustó estudiar, todavía me gusta, no puedo dejar de hacerlo. “Hay que estar arriba del instrumento, no dejarlo descansar”, les insisto a mis alumnos, cuando me invitan a universidades para impartir lo que llaman percussion clinics, en este caso de música cubana, o para que hable de las influencias de Changuito y les enseñe mi estilo tocando a la vez dos instrumentos: el timbal y la batería.
«Comprendí que solo estudiando diariamente se puede mantener un nivel elevado. Parece sencillo pero no es así. Casualmente acabo de extraerme líquido de los hombros y hace cuatro años me sometí al proceso de células madres, que nuevamente me quieren repetir. Me atiendo en el Cerro Pelado. Son 52 años los que tengo encima y debo mantenerme físicamente bien, porque hay conciertos en los que puedo bajar hasta un kilo».
—Ahora que lo mencionas: ¿qué tiempo puede durar un concierto de Van Van?
—Bueno, hemos hecho conciertos incluso de hasta tres horas y 50 minutos (el más largo). Normalmente, como mínimo, tocamos dos horas en una plaza, aunque los contratos son de 90 minutos. Justo por esa razón debes estar en forma, tanto en el estudio del instrumento como desde el punto de vista físico. No puedes jugar con eso. Cuando hay trabajo al otro día, debes comportarte como un deportista de alto rendimiento: nada de salir para la calle a tomarte un trago, porque luego te lo sientes, ¡y cuando te vas haciendo más viejo es peor! (sonríe).
—Duro, pero ha valido la pena, ¿no?
—No me quejo de las grandes satisfacciones que me ha dado esta carrera: la primera, ser parte de Van Van, con razón llamado el tren de la música cubana. Pero también me he ganado que me convoquen reconocidas compañías de instrumentos a escala mundial, como la Drum Workshop (también conocida como DW Drums o DW), fabricante de una de las tres mejores baterías del mundo, o como Yamaha, con la cual estuve firmado por casi cinco años.
«DW me entregó, además de la que utilizo para mis conciertos en vivo, una batería especial (solo creó dos) confeccionada con la madera de un árbol que se extinguió. Ocurre gracias a los resultados del trabajo, a la dedicación, al estudio constante, porque algo así (todos soñamos con poseer un buen instrumento y a veces se nos dificulta pagarlo porque son muy caros) únicamente se da si eres bueno.
Con frecuencia Samuel Formell es invitado a universidades del mundo a impartir lo que llaman percussion clinics.
«Te explico además que las compañías que se encargan de los muebles de baterías no son las que elaboran los platillos (Zildjian), los parches (Remo) o las baquetas (Big First)... Sin embargo, he tenido la dicha de que todas me hayan elegido, incluyendo LP (Latin Percussion), y que además ellas mismas, que casi siempre trabajan en conjunto, se responsabilicen con armarme el calendario de año y organizarme las percussion clinics o las masterclass, que he impartido en Boston, en la Berkeley, en la Universidad de Uruguay, en Argentina, México, Los Ángeles, Chicago; en el North Sea Jazz Festival, de Holanda, donde mi presentación también tuvo que ver con el piano, la armonía, la música cubana, los tumbaos: esa otra parte de mi carrera relacionada con el compositor, el arreglista, el productor musical...».
—¿¡Hasta de piano!?
—Son las ventajas de haber estudiado piano por obligación (sonríe), o al menos es lo que uno piensa con su inmadurez al principio; después comprendes que resulta una herramienta fundamental de trabajo, una base esencial para un músico. Para mí, la de Cuba constituye una de las más grandes escuelas de enseñanza del arte que existen, porque es muy completa, por el rigor, por su claustro extraordinario.
«Lo interesante es que luego muchos terminamos tocando música popular o jazz, aunque hayamos estudiado música clásica. Por lo general no sucede así en el mundo, porque se trata de una carrera muy cara. Ello explica el elevadísimo nivel que se percibe aquí en la música popular, por la técnica que desarrollan sus intérpretes y por los sólidos conocimientos musicales que poseen. Se nota la diferencia, digamos, con la salsa que normalmente se cultiva en Puerto Rico, Nueva York, Colombia, Lima...: buena música igual, pero la nuestra es más rica, tiene más técnica.
«Ha ocurrido algo muy curioso: muchos reconocidos pianistas cubanos de la actualidad, tanto radicados aquí como fuera de la Isla, estudiaron percusión en realidad. Es el ejemplo del jazzista Alexis Bosch; de Tony Rodríguez, de Havana D'Primera; de Javier “Caramelo” Massó, que vive en España y es otro jazzista de primera línea (por cierto, estudiamos juntos); de Boris Luna, nuestro tecladista; de Miguel Ángel de Armas “Pan con salsa”, Emilio Vega...».
1993
—¿Cuándo pudiste tocar por vez primera con los Van Van?
—Con 15 años. Cursaba segundo año de nivel elemental cuando me propuse aprender una técnica que se estudiaba en cuarto. Yo era muy esforzado, muy entregado, me pasaba cuatro o cinco horas diarias, y hasta más, con mi instrumento, pegado a los libros, preguntándole a mi hermano las dudas que se me presentaban con las figuras musicales. En tercero, ya andaba enredado con el doble campaneo de Changuito, que consistía en que la campana gon la tocaba con la mano derecha; y con la izquierda hacía la contracampana del timbalero, que lleva unos acentos. Resultaba fundamental mantener la independencia, el control y la coordinación de los miembros para realizar esa “proeza” en la que practicaba sin cesar. “¿Cómo tú aprendiste eso?”, me preguntó un día. “Mirándote y estudiando”, le comenté. Descubrió que había adelantado mucho con la técnica de redoble, que dominaba bien las muñecas.
«Una buena tarde se organizó un concierto para una empresa en el Ferretero. Estaba Por encima del nivel (La Sandunguera) en su apogeo, se escuchaba por todas partes. No olvido que allí se encontraba Rosa, la esposa de Changuito, cuando llegué con mi papá. Los utileros estaban armando, al igual que el sonidista, quien me pidió: “Samuel, toca las pailas para ecualizar” y me puse a hacer el campaneo. Cuando rompió la actuación, como era habitual, me coloqué detrás de Changuito. Cuando le tocó el turno al exitazo del momento, me dio las baquetas y me dijo: “¡Toca!”. La hice de arriba abajo, con solo incluido. No puedes imaginarte cuánto nervio sentí, no solamente porque todo había pasado delante de mi padre, sino porque fue con Changuito como testigo, mi maestro de la vida. Creo que a partir de entonces entré “oficialmente” a Van Van, aunque fue un único número que enfrenté a duras penas. No obstante, todos me felicitaron y a Rosa se le escaparon hasta las lágrimas.
«La segunda oportunidad se produjo en el parque Villuendas, en Cienfuegos, donde me volvió a entregar las baquetas, y ya después no toqué más por mucho tiempo, hasta que un día me fueron a buscar a la ENA. Mi padre me había mandando a buscar con mi tío. “Samuel, tenemos un concierto en la Covadonga y Changuito no aparece y debemos empezar”. “¿Pero un concierto? Hay temas que no me sé, además estoy con uniforme...”. Pero la sangre no llegó al río. Changuito se apareció justo al iniciar el primer tema y no tuve necesidad de tocar...».
—Entonces, ¿en qué momento te conviertes en miembro de la orquesta?
—Comencé como profesional en el grupo de Issac Delgado: una escuela superimportante para mí, la que me preparó para el trabajo en vivo, para el fogueo de la calle, la que me dio la experiencia, la disciplina y la resistencia: no es lo mismo tocar una canción que afrontar un concierto, si no estás bien preparado el tiempo va para atrás y la música se muere, no puede haber un momento en el cual no te halles al ciento por ciento, que pierdas la pegada. Por el contrario, a medida que avanzan las horas debes ir subiendo más. El último tema se termina con un “aire” superalante, lo cual es bien complicado después de un gasto considerable de energía, de sudar a mares...
«Desde el principio, Issac me pidió el doble campaneo. Empecé tocando de pie, con las pailas, la campana doble; no teníamos bongosero (lo que nosotros le decimos timba: caja, los tomtom, el bombo). Cuando llevaba dos años, coincidimos las dos agrupaciones en Mayarí. Ese día los músicos de Van Van vieron un cambio en mí. Pupy me llamó: “¡Qué bien estás! Déjame decirte que tu papá y nosotros nos sentimos muy contentos. Ya sabemos que si por alguna razón Changuito no está (esperamos que esté por mucho tiempo), te tenemos a ti”. Ciertamente sus palabras fueron muy estimulantes. Todos me conocían desde niño. En aquella época aún permanecían muchos de los fundadores. Sin excepción se mostraron muy alegres, pero yo me sentía de maravillas con Issac: la mitad de los músicos habían estudiado conmigo y nos llevábamos muy bien.
«Era la época en que con Issac Delgado nos pasábamos tres meses en Cancún. A veces nos sustituía Van Van o desembarcaba Adalberto (Álvarez), sin embargo, era Van Van la que siempre logró mejores resultados en el Bar Azúcar Cancún, que atraía a muchos emigrados de Miami, en un período en que no les resultaba tan fácil viajar a Cuba. Por tanto, ese espacio lo llenaban, fundamentalmente, mexicanos y cubanoamericanos y, claro, iban también bailadores de otros países, como Colombia.
«Andábamos por el último mes cuando Issac recibió una carta manuscrita por mi padre en la cual le pedía que, por favor, lo ayudara; que necesitaba que buscara un percusionista en Cuba para reemplazarme, pues tenía que montar conmigo el repertorio antes de entrar en Cancún...».
—¿De qué año estamos hablando?
—1993. Para mí fue una sorpresa, un shock, no porque no me sintiera preparado, sino porque era bien complicado sustituir a una leyenda. Mi primer concierto con los Van Van tuvo lugar en el Karl Marx, en el Festival Jazz Plaza del año 93. Jamás había visto así al coloso de Miramar: con los pasillos absolutamente llenos. La expectativa era enorme: la gente quería ver con sus propios ojos qué iba a pasar conmigo. Se preguntaba si sería capaz de reemplazar al percusionista más grande de Cuba. Tata Güines tocaba conga, era inmenso, pero Changuito tocaba de todo y excelentemente: conga, batería, bongó, timbal...
«Todo el mundo estaba tenso, pero mi padre se mantenía tranquilo, ecuánime: “Tú solo haz lo que sientas, encuentra tu propio estilo sin que se extravíe la base rítmica de la orquesta. Yo no quiero que seas Changuito, quiero que seas Samuel Formell”. Sus palabras fueron un impulso de confianza tremendo: se trataba de respetar los códigos rítmicos, de no violarlos. ¿Esa campana con esa contracampana es lo que va? Perfecto. ¿Qué le puse yo? Otro bombo, una caja, un jade, un golpe aquí, otro por allá, para enriquecer esa base, llenar esos huequitos y que no se sientan espacios vacíos. Que la gente diga: “qué rico se oye Van Van, es una máquina, un tren”».
Mi padre me estaba preparando para entregarme su obra artística mayor, afirma Samuel, también compositor, director musical y productor. Foto: Iván Soca
Dos legados
—¿Cómo dirigir una orquesta como Van Van?
—A mí me tocó recibir dos legados: Changuito y Van van. Tengo que decirlo, porque es la pura verdad: Changuito ha sido el percusionista más creativo, más completo en la música cubana; base indiscutible de Van Van (modificó los acentos del toque de la percusión y amplió el set al agregarle componentes a la batería), inició este proyecto junto a mi padre y César «Pupy» Pedroso, a pesar de que no fue el primer baterista con que contó la orquesta, sino Blas Egües, quien además grabó el primer disco. No obstante, ya se hallaba en la orquesta esa eminencia de la percusión cuando inició mi carrera. Sin dudas, era el más mirado, el más seguido fuera de Cuba, aunque no había aún internet, pero se sabía. Venían los extranjeros a verlo aquí, eso lo viví, porque yo no le perdía de pie ni pisada.
«Como Changuito era un mito, alguien muy grande, le gente estaba convencida de que cuando ya no estuviera, Van Van se acababa. Lo mismo aseguraban de Pedrito Calvo. Son figuras a las que admiro profundamente, pero los Van Van es Juan Formell, sin demeritar la parte ritmática que ha sido muy importante en la orquesta, al contribuir a crear un sello con el songo. No obstante, el peso mayor recayó en las composiciones. Ello explica que Pupy haya podido conformar su propio grupo, y mantenerse, porque es un excelente compositor.
«Juan Formell, mi padre, fue inmenso, un genio. Actuó conmigo en vida de una manera muy inteligente: me fue enseñando desde que vi la luz, me puso a prueba cuando creyó que era necesario, como aquella vez en que me dijo: “no iré a la gira de Europa”. Estaba enfermo, la diabetes le atacó en los últimos años y necesitaba de la insulina congelada, por lo cual debía viajar con un termo. Lo podía hacer perfectamente, pero era importante verme en ese escenario: fuera de Cuba y lejos de él. “Quiero que te vayas solo con la orquesta a ver qué pasa en cuanto a la disciplina, porque eso también es esencial”. Me estaba preparando para entregarme su obra artística mayor».
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—Imagino que fue otro desafío cuando Formell quiso que te convirtieras en director musical...
—Sí, otro reto grande, aunque la gente piensa que dirigir una orquesta es fácil. Pasó casi a los 15 años de estar en la orquesta. “Tú vas a ser director musical a partir de mañana”, me soltó de pronto. “Yo seguiré tocando el bajo, pero no marcaré más. Es tu responsabilidad aprenderte las marcas”. ¡Imagínate! Yo estaba más libre porque él me dirigía, sin embargo, ahora tenía que tocar y conducir a los demás. No es solamente un ejercicio físico, sino también mental, porque debes estar a la viva...
«Y cuando menos me lo esperaba, me puso otra precisa: “Los repertorios son tarea tuya”. Llegábamos a un concierto fuera de Cuba y me decía de momento: “¡Vamos, avanza!”. Las dos primeras veces me rectificó, pero a partir de la tercera confió por completo en mi decisión.
«Con Arrasando, igual me desafió: “Te toca asumir la producción del disco, yo solo vendré si fuera necesario rectificar algo”. Arrasando, el tema, lo hicimos de conjunto, es el único título que tenemos juntos el viejo y yo. Al concluir la grabación, me dio otras tareas: ordenar las canciones para diseñar la carátula, el arte final... “Ese es tu problema”. Pero ese “problema” significaba encontrar el equilibrio, velar por la dramaturgia, que el disco te vaya llevando, llevando, hasta terminar con Alegría y felicidad... Arrasando constituyó otra enseñanza. No fue un mérito mío, sino de los Van Van en general, de todos los músicos, que aportaron a cada tema, como de costumbre».
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—Quizá algunos ignoren que tú eres también compositor de no pocos de los temas que los han puesto a bailar...
—Es de lo que más me gusta hacer. Como regla, me siento en el piano todos los días y trato de componer. En la trayectoria de la orquesta existen no pocos éxitos que llevan mi firma. Somos cubanos fue mi carta de presentación para los bailadores. Aparece en Llegó Van Van, el disco con el cual obtuvimos el Grammy.
«Esa es otra historia curiosa: un día el ingeniero Charlie Dos Santos, brasileño radicado en Estados Unidos, quien se hallaba al frente de la producción, le sugirió a mi padre: “Necesito un guaguancó, algo bien cubano”. “Pues ahora mismo no tengo nada así”, reconoció pipo. Y ahí metí yo la cuchareta: “Bueno, yo hice un guaguancó que aún no he terminado, pero si les parece bien me puedo apurar”, y les canté: “En mil cuatrocientos llegó Colón/ y descubrió esta hermosa isla/ donde habitaba la raza india,/ la que con el tiempo exterminó./ Llegó la raza africana/ y la mezclaron con la española,/ nació la mulata criolla,/ la cubana...”, A mi padre le encantó. Recuerdo que al final el segundo coro decía: “Busca la manigua, negro cimarrón” y a él se le ocurrió que quedara como pudieron haberlo dicho los africanos: “bruca manigua”. Ese fue un aporte suyo, porque así siempre se ha trabajado en Van Van. Juan Formell no fue un director individualista, de esos que se imponía y que lo que decía era ley. Todo el tiempo nos animaba a que aportáramos, creía firmemente en el trabajo en colectivo, en equipo.
«Después de Somos cubanos no me detuve, vendrían Chapeando, Agua y Corazón, que lo cantó El Lele (Abdel Rasalps), al igual que Me trajo dos: la historia de su esposa, que le dio jimaguas; Escucha mi corazón, que defendió Mayito Rivera. Dame la luz, al que le hicimos un video y se lo entregué a Robertón (Roberto Hernández), al igual que Yo no le temo a la vida, el cual se encuentra en el CD La Maquinaria.
«Para un disco como La fantasía compuse Yo soy Van Van y Todo se acabó, mientras que Al paso se convirtió en un exitazo de Legado, que escribí en honor a mi padre. Nominado al Premio Grammy al Mejor Álbum Latino Tropical Tradicional, ahí también se halla Yo no soy un mango, un tema en que compartí la autoría con Alberto Alberto: él escribió parte de la letra, en tanto el arreglo, la música y los coros son míos.
Gracias a la magia de la tecnología, el maestro Juan Formell aparece en el disco La fantasía interpretando el tema que le da nombre.
«Dentro del repertorio de Van Van hay cerca de 20 números creados por mí, entre ellos Un tumbao para dos, en el que invitamos a Vanessa a que cantara cuando todavía no integraba la orquesta. Asimismo he compuesto música por encargo: para spots, por ejemplo, como el del condón Vive, que se vendió mucho en Cuba; o para una serie de béisbol de las Grandes Ligas...
«Con eso te confieso que he pasado mis aprietos (sonríe). Una vez me comprometí con la Inca Kola, un refresco peruano, y no me salía de ninguna manera. Fui corriendo a mi padre para que me sacara del apuro, porque ya habían venido dos veces a verme y no tenía nada. “Pipo, dame algún consejo, no sé qué hacer”. “Ah, ¿te metiste en candela con esa gente?, pues mira, ahora mismo siéntate en el piano y cumple con tu compromiso”. Como no me quedó otra opción, obedecí, e increíblemente todo fluyó cuando puse el primer acorde.
«Quizá ese sea un don que heredé, no solo de mi padre, sino también de mi abuelo, Francisco Formell Madariaga, un músico extraordinario que compuso música para ballet, para orquesta sinfónica. No lo conocí, había fallecido cuando nací, pero me quedaba impresionado con las partituras suyas que hallaba en casa de mi abuela. Maestro de mi padre, que a su vez fue mi gran maestro. Por él soy el músico que soy».
—¿Y tu primera producción en solitario, sin tu padre?
—La fantasía. Muchos comentan: «pero Juanito le dejó las canciones hechas», y no es así. Solo existía Se vende, que había grabado con guitarra, por encargo, para la película de Jorge Perugorría, Aquí todo se vende. Recuerdo que también estuvimos probando con Boris Luna en el piano el tema que abre el disco, Soy Añejo, de “Mandy” (Armando Cantero), cuando se apareció papá. Que le gustaba cantidad, nos dijo, y nos propuso algunos pequeños cambios. Organizó el tema, que se quedó así. Para esa producción yo le había sugerido asimismo retomar números de los 70 y los 80, que eran desconocidos para la juventud (tienen ya 30, 40 años), con el objetivo de traerlos a la actualidad con aires renovados, con lo cual estuvo de acuerdo.
«Te cuento que conversando le comenté: “Papá, me dices que el disco se llamará La fantasía; tenemos escogidos los temas y empezaremos a grabar en un mes, pero no existe ninguna canción que justifique ese nombre”. “No te preocupes, me tranquilizó, que eso lo hago en tres días, ahora no tengo nada en la cabeza, pero a mí se me ocurre algo”. Mas nunca lo hizo, o eso pensaba yo...
«¿Por qué La fantasía? Él había viajado a Estados Unidos por la nominación al Grammy Latino que había conseguido La Maquinaria (Egrem y Acdam) como Mejor Álbum Tropical Contemporáneo, y quiso llevarse consigo a su esposa, y regalarse la oportunidad de disfrutar juntos de espectáculos de magos famosos, en los que se hace gala de montajes tecnológicos fastuosos que uno ni siquiera cree que puedan existir. Y se quedó con que lo visto en Las Vegas había sido una gran fantasía: gente en el aire volando, y cosas de ese tipo... Regresó impresionado.
«Y mira lo que es la vida. Mucho tiempo antes, me había llamado por teléfono para decirme: “Mi chama, localiza a Boris y a Arnaldo (Jiménez), el bajista, que mañana iré para allá con un tema que le hice a Luna Manzanares”. Él había quedado impactado con ella cuando la conoció en una premiación de la Egrem en el Teatro Nacional. Le encantó: le encantó como mujer, como cantaba, se “enamoró” de ella. Se le acercó: “¡Qué lindo cantas! Escribiré una canción para ti y Falcón (Alejandro)”, y Luna dijo sentirse más que honrada, feliz. Un encuentro muy bonito.
«Papá vino a mi casa, nosotros nos encargamos la base en nuestro estudio y él se quedó solo para grabar la letra. Se despidió: “Me voy, ya tengo el disco para mandárselo a Luna Manzanares”, pero murió.
«Yo nunca había escuchado la letra, pero el grabador hizo que reparara en ella. “Mi mujer y yo escuchamos todos los días lo que tu papa hizo para Luna Manzanares. ¡Qué clase de canción!”. Era un tema para ser defendido por una mujer, pues habla de teclas a colores: un piano donde el Do era rosado, y el Re azul... ¡Todo es una fantasía!
«No pude evitarlo: rompí a llorar, porque era como un regalo. ¡Ahí estaba nuestra canción! Entonces llamé a Pancho (Efraín Chibás): “Coge esta voz (la teníamos en una pista separada), hazle un arreglo con el piano y ponle unas cuerdas. Quiero algo bien lindo para el viejo, como si él estuviera cantando conmigo”. Así se hizo.
«La fantasía se atrasó un poco y comenzamos a grabarlo realmente a los cinco meses de haber fallecido mi padre. Realizamos un trabajo muy bueno, te juro que nunca pensé que quedaría nominado al Grammy norteamericano (segundo disco en la historia de Van Van con ese reconocimiento). Creo que fue un logro, sobre todo porque mi padre ya no estaba físicamente entre nosotros».
—Hasta esa fecha, Van Van acumulaba siete nominaciones al Grammy Latino y dos al norteamericano, solo que La fantasía tiene la peculiaridad de que salió bajo tu director general.
—¿Qué puedo decirte? No me lo esperaba. Tal vez por esa razón lo siento como un regalo muy grande para mí y, por supuesto, para mi padre.
Y sigue ahí
—Transcurrieron dos años y hubo una preocupación de que no llegara a realizarse finalmente ese disco que anunciaste ibas a producir tras La fantasía...
—Sinceramente, hasta de mis músicos, para qué lo voy a negar. El mismo Alexander Abreu, que es mi hermano, me llamó un día a lo cortico: “Todo el mundo está preocupado porque piensa que Van Van no tiene nada”. “Estoy fajao, le aseguré, pero pierde el cuidado que yo haré un disco con todas las de la ley; tú sabes cómo yo trabajo: para mí de cero a 99 está mal, cuando me involucro en un proyecto es porque habrá un ciento por ciento de calidad”. Pero él no estaba muy convencido, así que, como a la semana, volvió a caerme encima. Lo traje al estudio y le puse la maqueta (sin los cantantes) de Al paso. Cuando lo oyó, se levantó y me dijo: “ya no estoy preocupado”. Y ahí está, no es mentira: cuando El Lele anuncia ese tema y solicita los coros, lo canta desde el primero hasta el último.
«Estuvimos en Bayamo donde me encontré con una muchacha de 16 o 17 años. Era un piquete que quería tirarse fotos con nosotros. “Yo tengo aquí música de los Va Van”. “¡¿Sí?!”, me extrañó un poco. “Si ustedes nada más que escuchan reguetón”, la provoqué. “Sí, yo oigo reguetón, pero mira para que tú veas”, y me puso Al paso, mientras todos la coreaban. ¡Qué increíble, ¿no?!
«Legado, en el que asumo la producción musical y la dirección general, ha sido muy bien recibido por la juventud, que baila no solo con Al paso, sino también con Vamos a pasarla bien, de El Lele; Vanvaneo, de Robertón; con el Mala malita (Culpable de nada), que escrito por Jorge Leliebre, canta Vanessa; y también con Amiga mía, de Mandy. Los 14 temas han funcionado de maravillas. Legado se pensó mucho. Con él se reconoció realmente mi trabajo. Para mi sorpresa lo nominaron también al Grammy Awards. Quiere decir que el resultado es positivo, que la orquesta ha ido en ascenso, intentando conquistar a esas nuevas generaciones que la música urbana nos ha “arrebatado”».
Amiga mía fue un hit de Van Van que Mandy Cantero trae de nuevo para que sea descubierto por los jóvenes.
—Hablas de tu hermana Vanessa y me viene a la mente cuando la gente puso en duda si la voz femenina funcionaría...
—Bueno, ese idea trajo problemas de discusión muy fuertes, muchas opiniones encontradas porque la gente no lo entendía. Mas mi padre consideraba que de vez en vez había que arriesgarse. “El cambio es criticado, pero hay que dejar que pase el tiempo. Cuando le entregas un buen tema, no importa si es mujer u hombre, puedes estar seguro”, me aleccionaba.
«Esas mismas dudas surgieron con Mayito al principio. Con Yeni (Yenisel Valdés Fuentes) él se quedó impresionado cuando la escuchó cantar con NG La Banda. “¿Sabes qué? Voy a hablar con El Tosco (José Luis Cortés) para que me la dé”. “¿Estás hablando en serio?”, fue lo que se me ocurrió expresarle. Y lo hizo. “¿Tú me la das? Yo no me la voy a robar, te la estoy pidiendo”, lo convenció.
«Yeni se incorporó con otra visión de asumir la música cubana, diferente a Van Van. El de Punta Brava fue su tercer concierto con nosotros, mas parecía que aún no se había marchado de NG, por la forma en que se dirigió al público. Me acuerdo que Mayito habló con mi papá: “Coño, Juanito, todo el mundo en la calle dice que Yeni no tiene que ver con los Van Van. Por favor, dásela a El Tosco otra vez”, y mi papá le pidió un voto de confianza: “Tranquilo, déjame hablar con ella”.
«La llevó para la casa, la sentó y le dijo: “Voy a crear para ti una versión de un tema que le hice a Mirtha Medina, Después de todo, yo creo que ese número te pondrá en un plano en el que nunca has estado. Esto no es cantar con guapería, sino cantar bonito, con clase, expresar tus sentimientos”. Y Yeni lo entendió.
«Te puedo afirmar que Después de todo se halla entre los temas más conocidos de Van Van en toda América, un hit indiscutible. Lo demás es historia antigua: ya conoces el extraordinario recorrido de la carrera de Yeni con nosotros; sus grabaciones son magníficas y grande el amor que le profesa a la orquesta, a mi padre, pero se enamoró y decidió tomar otro rumbo.
«Probamos dos o tres cantantes, y en alguna vimos condiciones, sin embargo, no quedamos convencidos del todo. Entonces me vino a la mente Vanessa en Un tumbao para dos, ella había grabado Una nueva ilusión, su disco con RMM Records, la reconocida compañía de salsa que había reunido en su catálogo a Celia Cruz, Marc Anthony, Oscar de León, Víctor Manuelle... Entró como sustituta de la India y lo consiguió gracias a un casting que convocó Ralph Mercado.
«Dos golpes duros le vinieron encima: RMM se declaró en bancarrota y cedió su catálogo a Sony Music, al tiempo que su esposo, el padre de mi sobrino, sufrió dos infartos cerebrales con 45 años y hasta hoy, prácticamente, no hemos podido contar nunca más con él. Vanessa detuvo por cuatro años su carrera para poder atender a los dos, hace un tiempo decidió retomarla.
«Me sentí superfeliz cuando constaté lo bien que la recibieron en Cuba, lo cual era lo más importante para nosotros, y después la probamos en todas aquellas plazas donde Yeni había sido adorada, como la Feria de Cali. En el primer concierto, jamás lo olvidaré, había cerca de 100 000 personas y muchos policías para controlar que nada fuera a pasar. A la hora de cantar Después de todo, Vanessa le contó a aquella multitud: “ustedes conocen mucho esta canción por una gran cantante, pero debo decirles que quien primero la cantó fue mi mamá. Se la escribió mi padre esperando recuperarla después del divorcio”.
«Cuando terminamos el concierto nos dirigimos hacia la guagua, pero de pronto nos dimos cuenta de que faltaba Vanessa. Al regresar para ver qué había sucedido, la encontramos firmando autógrafos y fotografiándose con los guardias. Entonces una amiga nos aseguró: “Entro por la puerta ancha, todo el mundo está enamorado de Vanessa”. Y no mintió: en ese lugar ella es una estrella. Ha sido una bendición también familiar, porque mi papá quiso que Vanessa formara parte de Van Van. Él siempre soñó unir a sus hijos».
Vanessa Formell en Culpable de nada, uno de los éxitos del disco Legado. Video de Asiel Babastro.
—¿Y cuántos hijos tuvo Formell?
—En total seis: tres hembras y tres varones. Al más chiquito, Lorencito, que cumplió seis años el 24 de febrero, lo dejó con meses de nacido; Paloma, que estudió piano y se graduó, vive en México; Vanessa es del matrimonio con Mirtha Medina, mientras que Eliza, Juan Carlos y yo somos del primer matrimonio.
«En la orquesta está Juan Carlos, con el bajo. Vivió casi por 20 años en Estados Unidos y al morir nuestro padre le pedí que viniera conmigo. Recuerdo que el día que Víctor Mesa lo oyó por primera vez en La Tropical me dijo: “Tu hermano es Juan Formell: el mismo bajeo, su retrato”. ¡Por supuesto!: él aprendió al lado de mi papá, con las mismas técnicas, solo que emprendió su propia carrera porque también es una “fiera” con la guitarra y un tremendo compositor, demostrado en temas como Bótalo y guárdalo incluido en La fantasía, cantado por El Lele; Control, que se conoció en La maquinaria en la voz de Mayito Rivera; y La historia de Tania y Juan, con el que Ángel Bonne cierra Disco Azúcar».
El primer tema que cantó Vanessa con Van Van fue Un tumbao para dos, compuesto por Samuel, cuando aún no formaba parte de la orquesta.
Sin una mancha
—¿Cómo se comporta la salud de Van Van con 50 años?
—¡Impresionante! Por sus músicos y por la música que cultivan, que continúa siendo respetuosa con el legado de Juan Formell. Puede venir cualquiera con un tema, que si no es nuestro estilo, le digo: «Mira, yo te lo puedo transformar, pero así no suena Van Van».
—El año pasado se materializó un antiguo anhelo: el Festival de la timba Por siempre Formell. ¿Hablamos de un evento que se quedará?
—Ese es el propósito, de hecho tenemos previsto que la segunda edición se desarrolle del 23 al 25, en septiembre, el mes en que el que pensamos desde el inicio. Lo hicimos en agosto para celebrar los 50 años de Van Van y en memoria a Juan Formell (se develó una tarja conmemorativa) pero la lluvia nos traicionó, mientras que por las giras de verano en Europa, no pudimos contar con agrupaciones como la Revé y Havana D'Primera, a las que extraños verdaderamente.
«En esa época del año en que queremos convocar el evento, por lo general las orquestas están en Cuba. Considero que debemos poner todo nuestro empeño para mantener nuestro género musical activo, con el apoyo del Ministerio de Cultura, el Instituto Cubano de la música, Artex, Egrem, los medios de difusión...
«Ha sido muy inteligente por la parte de Musicalia y de Maykel Blanco organizar el Festival de la salsa en Cuba. El concierto que ofrecimos el año pasado en Infanta y Malecón consiguió una asistencia fenomenal: más de 100 000 personas, lo cual nos dio la medida de que todavía seguimos en un buen momento, mas la música cubana en general no podemos seguir dormida en los laureles.
«Uno se pone a observar lo que sucede en Estados Unidos, por ejemplo, y aunque suene con fuerza el trap y el reguetón, los conciertos de rock, pop, jazz, country..., continúan reuniendo a miles de personas, porque se han respetado los géneros musicales. Yo creo que nos beneficiaría mucho que exista una emisora de radio en la que se transmita nuestra música cubana de ayer, de hoy y de siempre, durante las 24 horas del día, tanto la de Benny Moré, la Aragón, Barbarito Diez y Celia Cruz… como la de Van Van, Irakere, Adalberto, los septetos, los cuartetos, tríos, dúos... Es tan rica, tan bonita... Y luego me pregunto: bueno, ¿y los que no tengan un equipo con qué bailan un 24 de diciembre o en su cumpleaños?
«Cuando los peruanos y colombianos viajan a la Isla (parece que en sus países se consume nuestra música más que aquí, pues la oyes en la radio, en las calles, por todos lados) se quedan asombrados: “Qué cosa más rara que en Cuba haya emisoras de música cubana”, se quejan. Por el contrario, los tienen todo el tiempo bombardeados por la foránea o por reguetón, como si en esta tierra no hubiera una diversidad impresionante».
—¿Cuál es tu papel en la cátedra Formell?
—La cátedra se inició el curso pasado, aunque por cuestiones constructivas en el ISA aún no cuenta con un local habitable para poder tener allí nuestra música, dictar conferencias, llevar adelante los programas a partir de la manera como Juan Formell revolucionó la música al combinar el son con elementos del rock y del jazz para crear el songo; o al fundar el primer grupo en el mundo de música bailable que incluye una batería, lo cual, por cierto, fue por influencia de mi madre.
«Te cuento: cuando mi papá se fue de la Revé con la idea de armar su propio proyecto, mi mamá lo instó a crear otro formato. “¿Por qué no pones un bajo eléctrico? Una guitarra eléctrica, batería, una organeta...”. “Pero eso ya sería un grupo de pop rock”, le ripostó él. “Eso mismo, pero con tu idea de la música cubana”. Así surgió Van Van: en ese parto mi mamá tuvo mucho que ver.
«Pues bien, el objetivo de esta cátedra es enseñar a los músicos graduados los aportes, la contribución de Juan Formell y los Van Van al patrimonio musical cubano; mostrarles su forma de componer, las armonías; los toques del bajo, sus arreglos… Él sabía que la base era lo más importante, el cimiento, mas jamás descuidó los adornos del edificio: los trombones, los violines, la flauta... Permanecía atento a lo nuevo que salía, una vez le llamó la atención cómo se utilizaba el teclado en una canción de Lady Gaga; era solamente un detallito, pero que cuando lo llevaba a sus arreglos le daba un toque especial».
De izquierda a derecha: Robertón (Roberto Hernández), El Lele (Abdel Rasalps), Samuel Formell, Vanessa Formell y Mandy (Armando Cantero).
—Muchos bailadores esperaban un disco doble con los éxitos de todos los tiempos de Van Van...
—Estuvimos hablando con Mayito (Mario Escalona, director general de la Egrem) y llegamos a la conclusión de que un doble era demasiada música, que se iba a «quedar», y lo que deseamos es que la juventud la asimile de a poco, que la vaya haciendo suya. Estamos contentos porque con el disco Legado comprobamos que ha llegado un público nuevo, juvenil; lo constatamos en nuestros conciertos. Sabemos que hemos ganado otra generación, gracias a que Van Van ha evolucionado sin perder su sello.
«Mi papá siempre tenía presente que había que ir al lado de las generaciones, una premisa que no extraviamos en Legado. Pero también hay una verdad absoluta: la música que hizo el viejo desde los años 70 era tan adelantada, que ahora escuchas el Popurrí que hoy todos cantan, incluidos los jóvenes, y a muchos les cuesta creer que esos temas se compusieran en el siglo pasado. Es decir, ¡funcionan perfectamente!
«Ya nos sucedió en el disco anterior y Amiga mía: la mayoría de la gente pensaba que se trataba de un estreno. Los muchachos de 18, 20 años que me preguntaba: “¿de quién es?, ¿es nuevo, no?”, y yo tenía que aclararles: “no, esa canción es de los años 80, de Juan Formell”. “¿Pero cómo de los 80 si en ese momento no había internet y ustedes dicen: conéctate...”. Ah, porque la actualizamos. Cuando oyes la canción te percatas de que admite ese plus.
«De ese modo estamos trabajando cada tema que queremos recuperar para el disco de los 50. Serán en verdad dos producciones, no un doble, que recogerán los grandes éxitos, los más emblemáticos, sobre todo pensando en ese público nuevo que de seguro disfrutará mucho conocer esta música, esos hits al estilo de El buey cansao, Sandunguera, Anda, ven y muévete, Se muere de sed la tía, Resolución, No es fácil, el Popurrí de los 70, que no aparece en ningún CD que se haya grabado en estudio oficial...
«A esos muchachos de hoy les resultará muy interesante escuchar a Formell cantando A través de mis canciones, que recogimos mientras lo tocaba con la guitarra para el DVD que se filmó en el Karl Marx, Van Van 40, dirigido por Ian Padrón. La “magia” ahora se está haciendo posible porque teníamos las pistas separadas, lo cual nos ha permitido aprovechar la voz para hacerle un acompañamiento a piano y, si podemos, le pondremos también unas cuerdas.
«Será algo así como mi padre diciéndonos: “a través de mis canciones creo haberlos conocido...”. Es un tema muy lindo de los 70, tipo balada, filin, que él nunca había interpretado en vivo, pero que lo cantaba con frecuencia en las descargas familiares... Así que, como ves, seguimos enfrascados en esta producción, que ya está a punto de terminarse».
—Samuel, cuéntame de tu familia, ¿cuántos hijos tienes?
—Uno solo, pero rinde por diez (sonríe). Es mi orgullo. Un muchacho muy exigente, músico también, graduado ya de la ENA, ahora estudia composición en el ISA, primer año. Heredó de mi hermano y de mí las ansias por aprender, la constancia, siempre está preguntando para no quedarse nunca atrás. Me hace muy feliz.
«Además de mi hijo, aquí están los sobrinos (uno estudia percusión), y mis hermanos Juan Carlos, Eliza y Lorencito; Vanessa se está repatriando. Paloma sigue en México con su mamá. Somos una familia muy unida; hasta la viuda que dejó mi papá es parte de ella: una persona muy alegre y natural».
—Cuando empezaste en Van Van se corrió una bola de que eras un «mala cabeza», que estabas ahí porque eras hijo de Juan Formell. ¿Fuiste realmente un muchacho tan jodedor?
—Mala cabeza no he sido. Fuimos jóvenes y no nos acostábamos, seguíamos en fiestas, esas cosas de la juventud, pero, al mismo tiempo, muy responsables a la hora que había que estar en un ensayo. Eso lo aprendí de mi papá: “Tú eres el único que no puedes llegar tarde aquí”, me repetía. Una vez me quedé dormido y me regañó como si yo fuera el peor músico de la orquesta. Pasó una sola vez.
Portada de Legado, nuevo disco de los Van Van.
«Ya suman 27 años en la orquesta sin una mancha, pero, además, en ascenso: como músico, compositor, director musical, productor, director general. Legado demostró que, efectivamente, su legado está vivo y en mí, en la familia, en esos músicos que también lo son. Por ese disco he recibido las felicitaciones más grandes. “Ya no estamos preocupados, me dicen. Sabemos que tenemos un buen director para Van Van, que además le puede aportar a Van Van”. Y ahí estamos, 50 años después, defendiendo a capa y espada a la Isla de nuestros amores, porque Van Van es el pueblo de Cuba; su insignia. Aquí siempre, sin podernos alejar de los bailadores más fieles del mundo, de nuestra razón de ser.
«Ya lo asegura Legado opening: Traigo el legado de mi songo y de mi tierra./ Somos Van Van porque Formell nos dio la esencia./ Con tanto brillo no hay casualidad,/ hoy somos una insignia nacional./ Son los que se fueron,/ somos los que están:/ Somos Van Van».
Puede escuchar en este audio algunos detalles de cómo piensan celebrar este 50 aniversario.