Pianista Frank Fernández. Autor: Jesús Lara Sotelo Publicado: 29/02/2020 | 08:17 pm
«Cuando uno se dedica a crear, el final solo llega después de la muerte. A mis 75, no siento que he llegado a ningún lugar cimero. Me asombra cuando a veces me preguntan: «¿a usted qué le falta» o «¿para qué estudia?», como si a determinada edad ya no fuera necesario superarse, o como si cumplir años equivale a negarse a crecer espiritualmente, como artista, como ser humano». Es lo primero que le dice a Juventud Rebelde el maestro Frank Fernández, cuando el diario lo convida a pensar si después de haber vivido tres cuartos de siglo, ha podido hacer todo lo que ha tenido en mente.
Y aún no satisfecho con su respuesta, prosigue este pianista inmenso que puede hablar con orgullo de seis décadas dedicadas con pasión al arte: «Debo decir que nunca trabajé y estudié porque quería lucirme, sino porque quería expresar con la mayor calidad posible ese sentimiento de profundo amor que le profeso a la música. Confieso que cuando ella invade todos mis sentidos, cuando se apodera de mí, me transformo en un ser absolutamente feliz y resurge ese niño que todos llevamos dentro que hace que me olvide hasta de los problemas.
«Ser artista, ser músico, además de conllevar un esfuerzo, de exigir un sacrificio en muchos momentos, constituye una bendición. También representa una responsabilidad tremenda: en tus manos, en tu intelecto, en tu sensibilidad, en tu preparación, está la felicidad de mucha gente, la posibilidad de provocarles un poco de emoción que les permita avanzar con paso más seguro, inspirados por esos valores espirituales que te pueden hacer tan poderoso.
«Te digo que aunque la comida sea muy necesaria, no es comparable al alimento del espíritu: puedes tener toda la comida del universo, todo el dinero del mundo, pero si tu corazón no es feliz, si tu sensibilidad humana no es capaz de disfrutar de la belleza de un cuadro, de un atardecer, de una canción… no podrás descubrir los muchos colores que tiene la vida.
«Nunca olvidaré a aquella señora que padecía una enfermedad terminal y asistió a un concierto mío en la Basílica Menor del Convento de San Francisco de Asís. Por su padecimiento, estaba siendo tratada con morfina para calmarle el dolor; al final la vi venir en silla de ruedas, traída por su hija, quien me dijo: “Usted no sabe lo que significa su música para mi mamá. Ella me insistió, porque yo no quería traerla, porque está muy malita, pero lleva aquí como dos horas escuchando sus interpretaciones y no se ha quejado ni una sola vez”. No creo que haya dejado de existir, pero es evidente que la música realizó un acto hipnótico, gracias al placer estético tan fuerte que provoca.
«Por supuesto que no existe un premio más grande, aunque reconozco que me han llenado de júbilo todos, empezando por estos que han motivado tu entrevista. Pero casi es un poder divino ser portador de esa posibilidad de, si no curar a través de los sonidos y los silencios, por lo menos aliviar, colmar de esperanzas y de sueños. Por tal razón quien lo posee debe de cuidarlo con esmero, trabajarlo y perfilarlo día a día, buscar a toda costa ser mejor».
—En 60 años de vida artística usted ha recibido infinidad de premios internacionales, uno de los más recientes es haber sido nombrado Embajador Cultural del Instituto Latino de la Música (ILM) en el continente americano.
—En estos 60 años siempre he estado muy cerca no solo de mi país, sino también de América Latina (solamente en Colombia he realizado 30 giras), donde me he sentido más útil en mi labor. No se trata de que Europa no me entusiasme, máxime cuando se sabe que aunque me he movido en casi todos los géneros de la música, el concertismo clásico ha sido mi fuerte, el que más he ejercido, pero en ese continente existe, sin dudas, una tradición milenaria; donde creo que realmente he aportado como intérprete, compositor, pedagogo y estudioso ha sido en nuestros países.
«A propuesta del ILM, no solo me designaron Embajador Cultural, sino que las Universidades de Morelos y de Xalapa, de México, me concedieron además el título de Doctor Honoris Causa. Ha sido un honor muy grande y un reconocimiento a esos ojos y este corazón míos puestos siempre en el intercambio con nuestras culturas latinoamericanas, que son tan auténticas y ricas.
«Entre los más de 250 premios o condecoraciones que he recibido, entre los más recientes a estos les otorgo una gran significación, al igual que a la Medalla Pushkin, que me concedió la Federación Rusa, a petición del Presidente Vladimir Putin, convirtiéndome en el único intelectual cubano que la posee hasta la fecha. Mi felicidad ha sido enorme, porque puedo constatar que tantos trabajo, estudio, entrega, pasión, no han sido en vano, y me hace preguntarme constantemente: ¿qué puedo yo entregar a mis compatriotas, a mis contemporáneos, con esta bendición que me tocó?».
—El ILM está por cumplir sus primeros cien años...
—Hay una realidad: cumple cien años en 2021, pero el ILM estuvo muchos años totalmente olvidado, yo no diría abandonado, pero le faltaba impulso, no había roto la barrera del sonido para decir: «¡aquí estamos, existimos!». Creo que el esfuerzo de sus dos presidentes, Matías Romero Solano y Daniel Martín Subiaut, es sumamente meritorio, porque las culturas latinoamericanas se lo merecían.
«Ahora andamos involucrados todos los embajadores con el ILM en un proyecto muy lindo: la serie animada Tito reacciona, que persigue vincular a los niños y los jóvenes latinoamericanos con su cultura; lamentablemente, por razones de promoción de las grandes trasnacionales, conocen mejor a Michael Jackson (a quien es importante conocer), que a los artistas más representativos, más valiosos, de nuestros países. Decía Martí que primero había que conocer lo de uno para luego injertar en ese tronco del árbol, todas las demás exposiciones del mundo. Pero era vital conservar las raíces y las esencias de tu tierra.
«Estoy convencido de que para ser un gran intérprete o un estudioso de culturas foráneas, es imprescindible, vital, conocer a profundidad la cultura propia. Solo así se puede expresar lo ajeno con convicción y virtuosismo. Solo así se puede explicar que en 1984 me hayan invitado a estrenar la Sala de Cámara del Schauspielhaus, tocando Mozart, Schubert y Beethoven, lo cual demuestra el respeto que un latinoamericano ha logrado, que no solo le solicitan que interprete las obras de Cervantes, Lecuona o sus propias composiciones, sino que también le piden que toque a Bach, Schubert y Beethoven en Alemania; o a Rachmaninoff y Tchaikovsky en Rusia. Ese reconocimiento, esa admiración se debe, en gran medida, a mi atención y a mi estudio profundo de nuestra cultura, cuyo dominio me abrió las otras puertas».
—Hace un momento se refería a la serie Tito reacciona y pienso que el pasado año celebramos el centenario de uno de los músicos más relevantes de Cuba, Benny Moré.
—Benny Moré fue un artista de excepción: hizo sonar a un conjunto típico norteamericano como una jazz band, como un tres, un gran septeto o como una charanga. Era tan auténtico que logró que ese formato extranjero siempre sonara a «cubano».
«Ahí tienes el ejemplo de un inmortal que a veces no se recuerda lo suficiente, como en verdad se merece. Por eso sentí regocijo mayor cuando me invitaron a ser director artístico y solista, en Bayamo, por los 25 años de la Fiesta de la Cubanía y por el Día de la Cultura Nacional. Estuve en escena junto a la Original de Manzanillo, Adalberto Álvarez y su Son, y la Sinfónica de Granma, una orquesta nueva dirigida por el talentoso Javier Millet Rodríguez, en una gala que estuvo dedicada a Carlos Manuel de Céspedes y a Benny Moré, así como a los 40 años de una canción icónica como A Bayamo en coche, que tuvo una sonoridad sinfónica, gracias al aporte de grandes músicos como el maestro Joaquín Betancourt.
«Volviendo al tema, no es extraño entonces que no exista en no pocos de nuestros niños y jóvenes el gusto por la extraordinaria música del Bárbaro del Ritmo y de muchos otros ilustres, porque considero que hemos perdido mucho tiempo, aunque siento que en los últimos tiempos hay una toma de conciencia de lo importante de ponderar los grandísimos valores musicales que tiene la tradición de la música cubana, que no es solamente la bailable, sino que hay que pensar en esa época de oro de la trova madre con exponentes de la talla de Sindo Garay, Matamoros y María Teresa Vera; de Manuel Corona, el creador de Santa Cecilia, Longina, Aurora…, y de Eusebio Delfín.
«Eso por una parte: debemos saldar esa deuda histórica, y no perder de vista a esos músicos que han seguido componiendo maravillas, que no se divulgan suficientemente, y ya sabemos que lo que no se presenta en los grandes medios, más en una época como la actual, es como si no existiera. Sin embargo, esos espacios con frecuencia son ocupados por música de bajo talante. Y ya lo decía el jefe de propaganda de Hitler, Joseph Goebbels: una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad. Mas insisto: nunca es tarde, el gusto se educa».