Estoy contento porque estará de fiesta el punto cubano con el 1er. Encuentro de improvisación poética, Oralitura Habana 2019. Este suceso me hace recordar una historia que hace años me contó un guajiro conversador, y quiero compartirla con ustedes. No sé si será verdad o mentira, pero así me dijo aquel cuentero:
Quien no conoce a Luis, el mayor de los Álvarez, no conoce a nadie en Vacamocha. Se lo digo yo que he vivido más años que cualquiera en este lugar. No había guateque en el pueblo, y en 30 kilómetros a la redonda donde no estuviera con su laúd en banderola. El Arriero enamora’o, así se hacía llamar. Según él, «un nombre artístico para atraer a las guajiras».
Dicho sea de paso, no solo era alarde, sino la pura verdad: hembra que Luisito le echara el ojo podía contarse, de antemano, como una más en la inmensa lista de conquistas que tenía el cantor. En la música su especialidad era la controversia. Décima tras décima entretejía su poesía llena de metáforas y fantasía, —¡caray!, si casi saco una cuarteta.
¡Qué clase de muchacho! Aunque para ser sincero, no fue esto que antes dije lo que hizo ganar al Arriero su reconocida fama. Fue por lo de la controversia con Euclides, en la finca del viejo Vázquez.
Aquella tarde se casaba Dolores, la más chiquita de las hembras del viejo, y como es natural se formó tremendo guateque. De más está decir quién fue el primero en aparecer con el laúd dispuesto. Después como por casualidad llegó Euclides, que se hacía llamar El sinsonte de vereda. Digo como por casualidad porque Euclides hacía poco se había mudado para Vacamocha y no acostumbraba a fiestar mucho. Quizá por su reciente matrimonio o por la poca confianza que tenía con los guajiros del pueblo. No obstante, allí estaba, acompañado de su joven esposa y su espléndida guitarra. ¡ah!... casi olvidaba..., el sinsonte de Vereda también tenía fama de buen cantor.
La tarde estaba bella como la novia, y en cuanto terminó la ceremonia nupcial comenzó el convite. La buena comida y la abundante bebida trajeron por sí solas el grito del afortunado novio.
—¡¿Quién pone la música en esta fiesta?!
No había terminado la pregunta y ya el Arriero estaba en el limpio reservado para los trovadores. Cantó un par de tonadas y retó a la concurrencia:
—¿Nadie quiere «controversiar»?
Nadie salió. No más se escuchó una voz que dijo:
—Euclides, tira un «cantaito» ahí con el compay. Al principio se resistió un poco, pero alentado por otros y por el propio Luisito, El Sinsonte de vereda salió al ruedo guitarra en mano.
La controversia se desarrollaba con un gran nivel de improvisación. En cada turno consumido por los cantores se hacía mayor la disputa que, aunque bastante pareja, daba cierta ventaja al Sinsonte. En la medida que avanzaba el amistoso encuentro era más evidente la superioridad de Euclides. El Arriero se veía apocado y sus mejillas se hacían cada vez más rojas. Cuando parecía que iba a explotar, tras una magnífica rima de su contrincante, el mayor de los Álvarez interpretó cuatro versos que dejó a todos sorprendidos:
En las mañanas, Euclides,
cuando vas a trabajar
yo me acuesto en tu cama
a dormir con tu mujer...
De pronto hubo un silencio escalofriante, luego hubo risas que se convirtieron en choteo:
—¡Eso no pega! —gritaron desde el público y el propio Euclides dijo a su colega...
—¡Compay, eso no tiene rima!
El Arriero enamora’o sonrió. Volvió a tomar su laúd. Introdujo una tonada, y se dejó escuchar...
Tienes razón al decir
que no hay rima en lo que canto
y que te llena de espanto oír esa necedad
y es que colega, mi canto
no rima, pero es verdad...