Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¡De aquí no hay quien me saque!

Juventud Rebelde conversa con el reconocido cantante, compositor y director de orquesta que estará de concierto el próximo sábado en el teatro Karl Marx

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Aunque ahora con los pies más puestos en la tierra, no habrá nada que le impida soñar a Alain Daniel. De hecho, el reconocido cantante, compositor y director de orquesta que estará de concierto el próximo sábado (9:00 p.m.) en el teatro Karl Marx, se reconoce, sin complejos, dentro del tipo «empedernido». Y Juventud Rebelde lo comprende. No puede ser de otro modo cuando se percata de que a este notable artista le asiste por lo general el poder de hacer realidad sus más grandes anhelos.

Así ha sido desde que se trasladó a vivir a la barriada de Santo Suárez, cuando abandonó junto a su madre el solar donde naciera en La Habana Vieja, situado en Chacón 56, esquina a Cuba. «Terminé de criarme con mis bisabuelos: dos viejitos mágicos. Una bendición que tuvimos mi madre y yo.

«Nuestra familia era muy humilde. Los cuatro nos las arreglábamos en el único cuarto del apartamento donde, sin embargo, se escuchaba música todo el tiempo. Tangos, tríos, la Aragón, Lucho Gatica, Los Panchos..., en tanto había heredado un disco de Manolo del Valle y otro de Luis Gardey que se volvieron de cabecera... Todo ello decidió mi futuro. Encima no faltó la vecina Fina que no paraba de insistirle a mi gente: “¿Ustedes han escuchado a ese niño? ¿Se han puesto a observar lo que hace cuando se pone la música? ¡Encaminen a ese muchacho!”, decía. Entonces empezaron por regalarme una flautica de juguete, que para mí era como si fuera de diez llaves y de las más caras. Y luego vino la guitarra, que me llevó a los primeros acordes y las primeras pruebas de aptitud. Al principio quise estudiar flauta, el instrumento de los dioses. No lo logré. Era muy flaquito, estaba muy, muy malo —bueno, lo sigo estando (sonríe). Después transité un período largo con la guitarra y terminé pasando al piano».

—Pero no te graduaste de piano...

—No, elegí la carrera de Dirección coral. Fui un oportunista sano. Es una profesión que respeto, pero necesitaba ese conocimiento para lo que deseaba hacer en el futuro.

—En 1994 comenzó tu carrera profesional por México, ¿cómo así?

—Pues sí, como parte de la compañía MFX (MF por las iniciales de su director, Manuel Flores, uno de los creadores del movimiento de la tecnocumbia; y la X éramos todos nosotros: artistas mexicanos, colombianos, boricuas, cubanos… ¿Cómo pasó? Por aquel entonces hacía música incidental para la televisión, a la que llegué con 11 años, gracias a la serie Convivencia. Creo que alguien se equivocó o me hizo el favor de poner mis datos en una bolsa que se llamaba Talento artístico. Esa experiencia me flechó. Cuando entré al estudio de Masón y San Miguel, me dije: ¡De aquí no me saca nadie! Y así ha sido hasta la fecha.

«Mi siguiente oportunidad me la ofreció Julio Pulido (después lo harían Manolo Rifat, Víctor Torres...) en Sabadazo donde comencé a escribir parodias o, mejor dicho, a “descomponer” canciones, con el grupo Pagola la paga. Y un tiempo más tarde ya estaba componiendo música incidental, haciendo spots, lo cual me acercó al programa Contacto, donde conocí de casualidad a Flores. Resultó que este hombre era un monstruo de los teclados. “Te llamé porque veo algo más en ti”, me dijo y yo aproveché: “Es que lo que hago es cantar, pero no me han dado la oportunidad”. “¡La oportunidad te la daré yo!”, y me convirtió, de conjunto con Guillermo Padrón, alias el Chino, mánager de la compañía, en El niño de la salsa.

«Fue una experiencia realmente impresionante, impactante para mí. Regresé a Cuba con otra perspectiva, muy claro de hacia dónde quería ir. Entonces empecé a dar tumbos mágicos que fueron terminando de formarme: integré la banda de Roberto Javier y luego Estilo Fantástico. Me convocó Yumurí para una posible suplencia para una gira a Japón. No se dio, pero esa derrota aparente me condujo a afincarme más en el estudio.

«Vendría más tarde La Constelación, por un tiempo breve. Con esa orquesta por poco nos matan a tomatazos en Limonar (sonríe). Es un lindo recuerdo, aunque mejor ni te cuento cómo estaba vestido».

—¿Te acuerdas?

—Perfectamente. Llevaba un pantalón verde olivo oscuro, con una camisa de rayas gordas con los colores de la bandera cubana y unos tenis amarillos. Ahora que lo pienso bien no sé si el suceso se debió a una protesta por mi ropa o por la propuesta musical que presentamos (sonríe).

«Bueno, después vino una de las bendiciones mayores de mi carrera: entrar en el universo de José Luis Cortés “el Tosco”. Le toqué la puerta de su casa. “Ven acá, sobrino, ¿qué tú haces?”, me interrogó al recibirme con esa naturalidad que lo caracteriza. “Soy cantante, pero nadie me conoce, estoy empezando, y al mismo tiempo toco teclados. Si le sirve de algo le aseguro que estoy fuera de liga en la programación”, intenté impresionar al maestro, quien había acabado de traer de Japón una pila de teclados que no sabía ni para qué servía. “¿Usted ve todo eso, pues para mí es…”, exageré con tal de entrar, y me sirvió. Me quedé más de un año. Yo aportaba lo que podía y principalmente aprendía.

«De José Luis tengo mucho que decir. Él me enseñó lo que sabía que me estaba enseñando y mucho más. La manera que escogió para decirme que estaba listo para continuar mi camino fue: “Oye, chama, andan buscando cantantes en el Parisién. Te tengo algo medio cuadra’o. Anda y pruébate”. Yo lo amo. La música cubana le debe mucho; y mi generación, casi todo. Lo tengo en un altar».

—Y fuiste a dar al Parisién...

—Ahí empezó para mí otro recorrido de la mano del maestro Rafael Hernández. Creo que el cabaré es para el cantante como el teatro para el actor. Rafael me adentró en un mundo que desconocía y que me atrapó, como también lo hicieron Andrés Jiménez, Santiago Alfonso, Tomás Morales... Estuve en el Parisién hasta el año 2000...

—Cuando te uniste a Lazarito Valdés y Bamboleo, ¿no?

—Y que es la etapa que más se recuerda. Bamboleo me catapultó hacia los medios de difusión. De hecho, la gente visualiza mi carrera de esa fecha en lo adelante. En Bamboleo consolidé todo lo aprendido, tuve la oportunidad de experimentar al más alto nivel, de interactuar con los cantantes del género más famosos del mundo, de participar en prestigiosos festivales internacionales de jazz... Hasta que entendí que el ciclo de cinco años y de aporte mutuo había llegado a su fin y que la orquesta y yo merecíamos nuevos aires. Jamás me marché con la idea de formar mi propia orquesta. Me lo aconsejaron varias personas, quienes me decían que debía aprovechar el boom que acompañaba a El zorreo. Entonces no sabía si era lo más indicado, pero ahora puedo afirmar que ha sido posiblemente el paso más acertado de mi vida.

—¿Qué te propusiste hacer con tu grupo?

—Siempre he tenido claro que soy un continuador. Jamás me he creído el gran aportador. Soy un compositor, un intérprete, un defensor de un género concebido por otros, los grandes maestros. En todos estos años, creo que he sido fiel y consecuente con mi propuesta.

—Eres muy abierto a colaborar con otros.

—Ha sido parte de mi estilo, una manera de compenetrar con hermanos de carrera con idéntica pasión. Con los años incluso me abrí —no fue así al comienzo, un error— a grabar temas de los demás. Empecé más egoísta, pero los últimos dúos que he grabado, por ejemplo, son exitosas canciones que no llevan mi firma, excepto el que hice con José Alberto «el Canario»: La carta, es de Israel Rojas; Lloro por ti, de Descemer Bueno; De qué callada manera es de Guillén y de Pablo Milanés ... Uno va aprendiendo; no todas las decisiones que he tomado han sido aciertos, o han salido bien. Es que el arte es la vida misma.

—Alain, ¿que pasará en el Karl Marx?

—Lo primero es que en los últimos años no es común, por diversas razones, que los artistas se presenten en un teatro como ese con un diseño escenográfico que esté en función del concierto. Tal vez tenga exceso de pasión, pero creo que cuando se abra el telón, la gente quedará impactada con el trabajo realizado por la joven diseñadora Aymée Rodríguez, y gracias a que contamos además con el apoyo del proyecto Sarao con sus luces inteligentes, pantallas, paneles, máquinas de humo... Quiero ofrecerle un espectáculo visual a la altura de las expectativas del público.

«Desde el punto de vista musical, mi grupo se presentará acompañado de un cuarteto de cuerdas femenino del ISA, que participará en cuatro temas de estas dos horas del concierto Alain Daniel a la carta, titulado así por el sencillo que he estado moviendo este año con mis hermanos de Buena Fe, La carta, y porque haré un resumen de los éxitos de esta década de trabajo y un poquito más atrás. Y claro, habrá sorpresas, porque quiero que sea un gran regalo para aquellos que asistan al Karl Marx. Sí, no lo niego: estoy feliz por lo que sucederá el sábado. Ojalá y se haga realidad otro gran sueño: que mientras cantemos y, después ca-mino a casa, la felicidad que haya nacido del concierto invada a la gente y se contagie por doquier, de modo que en lo adelante todos nos levantemos con una sonrisa».

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