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Soy como mi país, como mi cultura

La destacada artista camagüeyana de la plástica Ileana Sánchez Hing conversa con Juventud Rebelde sobre dos grandes amores

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Como bendecida por la suerte, ya a los 14 años la renombrada artista camagüeyana de la plástica Ileana Sánchez Hing descubrió dos grandes amores, cuando a veces nos vamos de esta vida sin siquiera poder reconocer la existencia de tamaño sentimiento: la pintura y Joel Jover, también artista de la plástica.

«Nunca me vi como pintora, al menos en mi infancia. Soy una mujer de 55 años y en mi generación era de buen ver que las niñas fueran bailarinas o pianistas, pero jamás pintoras, pues se consideraba como cosa de hombres. Llegué a tener, incluso, mi tutú (por ahí anda una foto superdivertida), pero mis rodillas torcidas lo impidieron. Intenté pasar también por la música, mas desde la primera prueba notaron mi oído cuadrado. Finalmente, el arte me atrapó por la pintura.

«Comencé con una experiencia que se realizaba en los años 70 denominada Campamentos de monitores de Educación artística —lástima que algo así se haya perdido. En la etapa de la escuela al campo uno iba a esos lugares donde estudiabas todas las manifestaciones del arte: danza, música, teatro, plástica…

«¿Qué pasó conmigo? Que en mi primer día de clases conocí a Joel. Sucedió el 7 de marzo de 1971. Jamás lo olvidaré. Quedé prendada, como he estado hasta este momento en que hablo contigo».

—¿Y desde entonces están juntos?

—Fuimos novios muchos años, aunque en un momento nos separamos. Luego la vida nos volvió a unir en el año 86.

—¿Cómo se encaminó la pintura a partir de ese instante?

—Después de pasar los campamentos, donde aprendí mucho, me fui a un taller para aficionados en una Casa de Cultura. Lo dejé porque la vida fue un poco dura conmigo. Me vi obligada a empezar a trabajar con 16 años. Eso me forjó como mujer, como ser humano. Desde entonces para mí no existe el descanso…

«Luego salió una convocatoria para un curso emergente de Instructores de Arte y matriculé. Me incorporé a otra Casa de Cultura. Comencé desde abajo, impartiendo clases a los niños, y como a los tres o cuatro años ya era la directora de esa institución. Más tarde me convertiría en presidenta del Consejo Provincial de las Artes Plásticas, y hasta asumí, al mismo tiempo, durante ocho años, la dirección del Fondo Cubano de Bienes Culturales en la filial de Camagüey. Eso sí, en todo ese tiempo no dejé de pintar, ni de hacer cerámica, grabado, artesanía… En aquella época me buscaba cada día, me quería encontrar. Por eso experimentaba constantemente. Mi obra es el resultado de lo que he ido aprendiendo en la marcha. Tal vez por eso soy una mujer tan feliz, porque lo que he conseguido me lo he ganado, lo he trabajo muy duro».

—¿De qué manera Ileana consiguió hacerse de un estilo que hoy todos reconocen?

—Bueno, me encontré gracias al pop art. Me atraía enormemente el diseño y hallé a Andy Warhol en revistas y libros. Él se convirtió en mi Dios. Lo investigué cabalmente, intentando llegar a su esencia, y así hice apropiaciones de su obra. Era el momento también en que estaba muy de moda la canción Tropicollage, de Carlos Varela, y salía al mercado el refresco Tropicola, que a mí me encantaba.

«Te hablo de los años 90, pleno período especial, cuando también eran inmensas las colas por la escasez de productos. De todo eso salió una gran serie: Tropicolas —mi primera, de verdad, con fuerza en el mundo del arte—, que me permitió incluso exponer una pieza como Tropicolas en Bellas Artes, con la cual gané los premios más importantes de mi vida. Esa misma obra luego la presenté con muchísimo éxito en España.

«A partir de ese instante trabajé con insistencia el pop, y me encontré también con Modigliani. De hecho, si alguien me pidiera que seleccionara a dos artistas para salvar serían justamente ellos dos: Warhol y Modigliani, mis dos ídolos… Bueno, tengo un tercero: mi marido (sonríe).

«Este trabajo me permitió exponer una y otra vez en España, donde permanecía por largas temporadas, pero en los últimos años me empezó a dar una nostalgia muy grande por Cuba, al punto de que ya no aguantaba más. Y empecé por juego a pintar los tejados camagüeyanos, con ese rojo del barro, y las palmas, y ahí fui incorporando los gatos y los negros. La gente me dice: “Ay, los negritos”, y a mí me da una rabia terrible, porque así somos. ¿O acaso la mezcla, la fusión de todos los colores en la paleta no conlleva al negro? Esos “negritos” representan la mezcla de culturas que existe en nuestro país. Al igual que mis personajes, soy como mi país, como mi cultura.

«Bueno, pinté muchos negritos y gatos, que es como el ícono de mi obra, hasta un momento en que fui víctima de una agresión muy grande. Debo decirte que a pesar de esta apariencia de mujer fuerte, soy tan débil que me puedes aplastar psicológicamente hasta con una mirada. Sucedió que una persona dejó un comentario en mi blog (http://conojodegato.blogspot.com) que me “mató”: “Ileana inunda y embarra la ciudad de Camagüey de gatos”.

«No me hubiera afectado tanto de haber sido verdad, pero es un criterio que lo desmienten constantemente esas mamás que me aman o me “odian”, pues dicen que llegan tarde al trabajo porque sus hijos se demoran en el parque mirando mis gatos, o porque sus niños comen o aprendieron a caminar en “mi parque”, o porque su hijo se recuperó de una enfermedad mirando por la ventana del Hospital Infantil el mural con mis gatos. Y eso es algo sagrado.

«Pues estuve un año metida en una cama, alejada de la pintura y llorando. Llegué a desarmar hasta el taller, mas un día me dije: “No más”, y salí a comerme el mundo. Tanto que nació la serie A todo trapo, la cual aprovecha la ropa reciclada. Tras un año inactiva realicé en tres meses 20 piezas (la más pequeña de dos metros) que formaron parte de la exposición Regresé a todo trapo».

—Se asegura que no resiste trabajar sobre papel o cartón…

—Toda mi obra está sobre tela o en muros. Y como por mi temperamento me encuentro entre los artistas que necesitan ver su obra inmediatamente, entonces empleo el acrílico, porque el óleo es para personas más pausadas. Yo concluyo un cuadro ahora, lo saco del taller y lo tengo que colgar enseguida en la pared. Bueno, con decirte que en mi estudio no puede faltar un secador de pelo, para que tengas una idea de lo que te digo (sonríe).

—Conocimos recientemente que una de sus piezas protagonizó la última edición de Arte y moda…

—Este es un evento que cada año se supera, y en la pasada edición la colección se denominó TrajesXtremos. Pues bien, resultó una cita donde todo se llevó a los extremos. No solo el diseño, sino también el glamour, la imaginación, donde abundaron el amor y la pasión. En los equipos esta vez la entrega fue total.

«Con el apoyo de Rafael Méndez, director general; Virginia Alberdi, curadora; y Juan Carlos Marrero al frente de la pasarela, los artistas propusimos una pieza que un diseñador recreó, para luego convocar a un estilista (en mi caso, Michel Rego) y un modelo. Es muy lindo, pues se crea como una especie de familia. Este año, por ejemplo, trabajé con un diseñador fuera de serie, Alberto Leal, a quien no conocía, mas se produjo con él una empatía inmediata. Con Alberto no solo gané un diseñador, sino también un hijo más. Lo mismo me sucedió con Arturo Buchholz Niubó, nuestro modelo, muchacho hermosísimo, talentosísimo, que defendió mi Freddie Mercury. Te puedo asegurar que quedé superfeliz de Arte y moda, un evento que constituye en sí un gran espectáculo, algo muy necesario, pues la gente, que necesita propuestas diferentes, entra en contacto con el arte y la belleza.

—¿Cómo funciona la obra de Ileana en el mundo?

—Si te dijera que en el resto de Cuba o en el extranjero se me conoce más que en mi propia provincia, tal vez no me creas. Pero es la pura verdad. Solo tengo que pasar el túnel de la Bahía o el Punto de los Amarillos, e inmediatamente soy Ileana Sánchez; ya estoy en mi casa. Increíble. No ocurre así en Camagüey, quizá porque a veces mis coterráneos se deslumbran más por lo foráneo o porque soy «pesada» o no me gusta el coqueteo. Puede ser.

«¿Que me da lo mismo? No, sería un engaño decirlo: necesitamos un reconocimiento social. Somos humanos, y tal vez por ser artistas tenemos esa “debilidad”. Lo cierto es que nunca he ganado dinero con mi arte en mi pueblo. Los murales y parques que he realizado, los he regalado. Sin embargo, en el Museo de Camagüey, por ejemplo, no hay una obra mía; en cambio las puedes ver en museos, galerías o colecciones privadas de Francia, Martinica, España, Puerto Rico, Italia, Nicaragua, Estados Unidos, el Vaticano, Alemania, Canadá, Suiza…».

—Todavía se exhibe en la galería Alejo Carpentier, de Camagüey, su exposición Retrato, otra mirada…

—Sí, son retratos en colores, de 1,30 x 1,60, de personas cuyas imágenes me han impresionado. Entre estos hay una pieza de un hombre a quien admiro profundamente llamado Eusebio Leal. Por una parte, él me enseñó a mirar lo viejo con ojo de futuro; y por la otra, en una conferencia magistral que dictó aquí expresó una frase que me marcó: Cada madre al parir en esta tierra de Agramonte debe decir a su hijo: Ha nacido un camagüeyano rellollo, un principeño, un agramontino, lo cual era un llamado a no perder la tradición de gente culta, elegante, educada, que se expresa bien; de gente respetable… También entre los cuadros está mi Andy Warhol, a quien le debía un retrato, entre otros.

—¿Cómo se lleva la ex alumna con el profesor?

—Vamos a cumplir ahora 30 años de matrimonio, de vivir bajo el mismo techo. Hemos criado dos hijos. Por suerte o desgracia no nacieron de nuestra unión, pero ambos se aman como buenos hermanos, como si fueran de padre y madre. Y en esta casa hay una verdad: se piensa que soy la que mando, pero solo es en apariencia. Joel dijo una vez que cada barco necesitaba un capitán, porque de lo contrario se hundía; y ese, en nuestra familia, es él. Y cuando el capitán entra al estudio, te digo sinceramente que el pincel me tiembla. Si entra callado y se pone lejos, sé que lo que estoy haciendo no sirve; pero si se acerca, se balancea sobre sus pies sin hablar, entonces eso significa que le está gustando. Ya eso lo tengo muy claro (sonríe). Es muy crítico, pero le debo mucho, porque cuando asegura: «Por ahí no va», hay que escucharlo. No trabajamos juntos, pero conversamos sobre nuestros proyectos todo el tiempo.

—Hacía referencia hace un momento al futuro, ¿cómo le gustaría que le recordaran?

—Como una pintora que hizo su obra y vivió en Camagüey.

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