Obra Otelo, de Danza Espiral. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:27 pm
A la maestra Liliam Padrón siempre le gustó bailar. Por sus padres supo que solo necesitaba escuchar una música, y sin importarle el género, comenzaba a moverse y a «improvisar». Claro, sucedía todo de una manera tan natural, que la sensible niña aún no era consciente de que aquel sentimiento suyo era irrefrenable. Lo entendió cuando inició sus estudios de nivel elemental de ballet. «Adoraba que mis maestros, especialmente María Elena Fernández, me montaran coreografías, pero siempre imaginaba cómo las habría hecho yo, lo cual se convertía en un hecho delicioso: imaginar cómo “hacer” una danza», cuenta la directora de la reconocida compañía matancera Danza Espiral, que por estos días anda celebrando su primer cuarto de siglo.
«Lo primero que descubrí fue el ballet; lo primero que vi en el Sauto. Era muy pequeña y mi tía me llevó. Entonces descubrí a los bailarines preparándose para la función, los vestuarios, las zapatillas regadas por el piso, ese olor inconfundible del teatro... Era lo que más se acercaba a lo que quería hacer: bailar, volar, experimentar.
«Estaré eternamente agradecida a mis estudios de ballet. El conocimiento de esa técnica abrió una importante puerta hacia la creación. Desde mis primeros pasos me pregunté cómo me podrían servir para moverme —como soñaba— aquellos pasos tan estrictos en su ejecución, y eso me dio la clave para la experimentación, la investigación y la constante búsqueda. Dentro del entrenamiento que realizamos en Espiral dedico un espacio muy especial al ballet, desgraciadamente desde hace cinco años no tengo sede y el entrenamiento es en cualquier piso, por esa razón no puedo utilizarlo como desearía».
—Hablas de Danza Espiral, ¿qué te motivo a fundarla? ¿Fue consciente esa búsqueda de un camino distinto en el mundo de la danza en Cuba?
—La motivación fue resultado de la labor que varios coreógrafos y bailarines veníamos haciendo ocasionalmente, quienes pensamos que sería conveniente unirnos y mezclar todo lo que nos interesaba, aportando cada uno lo que conocía muy bien a partir del interés común de hacer danza contemporánea. En noviembre de 1987 comenzamos a trabajar Guillermo Horta, Ángel Luis Servía y yo, junto a otros bailarines de diferentes formaciones académicas, y hasta sin ella. De esta manera se fusionaron el teatro, el folclor, el ballet, la danza moderna, las de carácter, la música, las artes plásticas y elementos de las culturas orientales... Así pudimos encontrar una forma particular de hacer a partir de lo individual, que poco a poco fue hallando un camino diverso con raíces comunes. Como premisa, eso aún nos distingue para cada proceso creativo.
«Nunca nos propusimos ser diferentes, simplemente intentamos ser nosotros mismos. Recuerdo que en nuestro primer programa rezaba: “todo tiene su verdad”, y cada día ante cualquier proceso de entrenamiento, creación, reposición, experimentación, tengo presente esa frase, especialmente en este mundo globalizado, sobre todo el nuestro, donde todo se mide a partir de patrones. Considero que uno no puede proponerse marcar la diferencia, ella aparece o no».
—Sin experiencia, ¿cómo te las arreglaste para mantener una compañía en una ciudad donde apenas existía una tradición en la danza? ¿De qué manera Espiral se fue ganando un público?
—Me gustan los retos, forman parte de mi vida. En este camino ha sido indispensable desde los primeros pasos el sentido de grupo, la unión a partir de la defensa de una estética, y eso nos ha convertido en un colectivo de personas que trabaja y muestra sus resultados con un alto sentido de pertenencia y responsabilidad profesional. Fue difícil enfrentar al público amante y conocedor del ballet de nuestra ciudad, por lo que desde el comienzo fue tratado con mucho respeto, pero sin concesiones; ese público aprendió a valorar y apreciar nuestras propuestas, es un enorme placer ver el teatro lleno y escuchar sus criterios.
«Considero que falta mucho por hacer; es verdad que el público sigue a Espiral, pero lo mejor es que nos exige; se ha creado un vínculo que es vital para la creación».
—Sin una sede en la actualidad y con una rutina de trabajo “religiosa”, ¿cómo hace la compañía para mantenerse activa y sorprender una y otra vez con nuevos montajes?
—Desde septiembre de 2007 salimos del teatro Sauto, al cual desgraciadamente sabemos no regresaremos a pesar de que termine su reparación en algún momento. Solo la voluntad a partir de la necesidad de la danza de todas las personas que están en Espiral hace posible ese milagro, no es mágico, es tan simple como sobreponerse a todo lo que pueda impedir cumplir nuestro deseo.
—¿Cómo mantener un repertorio tan rico y vivo? ¿Te propones provocar, con cada obra tuya, una reflexión social en los espectadores?
—Es muy difícil mantener un repertorio. Aunque prefiero montar nuevas obras considero importante mantener las coreografías representativas que definen y defienden la estética del grupo. Yo veo nuestro desarrollo en constante movimiento, por lo que la estética se va moldeando y también evoluciona.
«¿Qué sentido tendría el arte si no provoca? Tengo las mismas preocupaciones y ocupaciones que cualquier ciudadano del mundo y es a través de la danza que las propongo a los espectadores. Me gusta provocar aunque no debemos asociar provocación solo a lo fuerte, violento o desagradable, se puede hacer de muchas maneras: el lirismo también seduce y conmueve y conduce a la reflexión. Resulta interesante la experiencia con otros públicos donde logramos despertar los mismos sentimientos y emociones. Para abordar cualquier trabajo creativo necesito una gran motivación, tener claro el “qué” y el “cómo”. No es pedantería, es vital para mí. Lo interesante es que la mayoría de la veces en el propio proceso de investigación, búsqueda y experimentación cambian muchas cosas y eso es algo que no tiene explicación, es un placer enorme, un gozo por el peligro y el riesgo que adoro y los bailarines llegan a odiar. Puedo llegar hasta el mismo día del estreno con anotaciones que pueden ser de cuatro hojas e implicar cambios violentos en la propia estructura de la obra. Al final, yo sé que los bailarines también disfrutan el riesgo y el peligro porque defienden la propuesta incondicionalmente».
—¿Qué importancia le concedes a un certamen como Danzandos? ¿Cuánto este le ha aportado al panorama danzario nacional?
—En las condiciones en que se creó y hacemos el Danzandos resulta un problema de orden el por qué lo convocamos, de lo contrario no tendría ningún sentido. Cada día se hace más difícil organizar cualquier cosa y solo gracias al apoyo, en especial de la Dirección de Cultura y el Consejo Provincial de la Artes Escénicas en la persona de Mercedes Fernández, es que podemos soñar con un encuentro de jóvenes bailarines y coreógrafos para intercambiar hasta donde nos dan las fuerzas y los recursos. Apostamos por el perfeccionamiento del evento y pensamos que gracias a todas las personas que colaboran con nosotros podemos y debemos mejorarlo, hay muchas ideas para la edición XI de 2014.
«Tengo que agradecer públicamente a todos: técnicos, auxiliares, artistas, profesores, periodistas y ciudadanos matanceros que han hecho realidad un teatro construido para el evento, que como dije en la clausura, se convertiría en pocas horas en la calabaza de Cenicienta, pero que fue por varios días un hermosos carruaje donde danzamos y confrontamos, todos conscientes de la necesidad de elevar la calidad de las propuestas. Un agradecimiento al público matancero que ha demostrado su gusto por la danza contemporánea, que espera cada nueva edición del Danzandos y que colmó el cine-teatro Velasco todas las noches. Esa también es una buena razón para continuar».
—¿Es posible que haya un importante fenómeno cultural en Matanzas donde no esté presente la creatividad de Liliam?
—Es un poco vanidoso, pero creo que no es posible separar a Espiral de cualquier acontecimiento cultural de la ciudad. Mi propia familia es un ejemplo de ese intercambio, es una necesidad, nos ayudamos y criticamos. Méndez ha estado en escena tocando el piano en El No desde el estreno, ha asesorado musicalmente varios montajes. José Antonio ha trabajado en varios espectáculos como pianista o director de la orquesta que ha acompañado La noche más larga y A todo Mozart, y me ha asesorado en varias obras especialmente en Otelo; y con Karla he compartido música ejecutada por ella en varias coreografías.
«Desde que comencé mi trabajo profesional me vinculé a los directores de teatro de mi ciudad y así lo hice en Leningrado, por lo que he tenido la oportunidad de trabajar con René Fernández, Albio Paz, Pedro Ángel Vera, Pedro Vera, Miriam Muñoz y Rubén Darío, con quien he mantenido una asociación desde la fundación de Teatro de Las Estaciones. El teatro me ha aportado mucho, los títeres en especial, esto es un tema para otra entrevista.
«Finalmente quiero agregar que mantenemos una interrelación con todas las instituciones y organizaciones de la ciudad, esto formó y es parte de la estrategia para crear y formar un público».
—¿Crees que es suficientemente reconocido el quehacer artístico de Espiral en el país?
—No, no lo creo.
—¿Cómo es vivir y crear en una familia de creadores?
—Maravillosos, un privilegio.
—¿Cuáles son las mayores angustias de Liliam hoy?
—Ninguna, si no, no sería yo.
—¿Cómo ves a Espiral en el futuro?
—Creciendo.