Sorpresas y alegrías van entretejiendo los pequeños en la peña Regalo de duende. Autor: Cortesía del entrevistado Publicado: 21/09/2017 | 05:12 pm
CIENFUEGOS.— Varias veces oí decir a una experimentada maestra de prescolar, que guardar consigo un pedazo tierno de la niñez ayuda a despertar fecundas emociones mientras uno va creciendo, y a forjar poco a poco ese tacto relativo y cambiante que tanto se necesita en la vida.
A la vuelta de los años he recordado con matiz profético a aquella veterana educadora, luego de escuchar a dos jóvenes cienfuegueras que parecen atesorar esa lección con un sentido multiplicador desde el arte que hacen y fundan.
Para Nuria Vega Valdés y Lídice Ruz Gil, virtuosas anfitrionas de la creación y el disfrute en el Palacio de Pioneros Nguyen Van Troi, de esta ciudad, entretejer una opción diferente para los niños en una etapa del año como el verano, en la que se buscan y agradecen iniciativas que animen a los pequeños a dejar a un lado el tedio casero y alcanzar el divertimento en compañía de los suyos, requiere pensar en grande.
Pero según estas muchachas, quienes cuentan con peñas infantiles fijas, y que por estos meses han estado visitando un amplio número de comunidades perlasureñas, lo grande de trabajar para los niños no es lo extraordinario, lo improbable o lo suntuoso, sino más bien aquello que desborde armonía y equilibrio, y que por ello acabe prendiendo historias perdurables.
Con vocación para reconocer y despabilar aptitudes, y convencidas de lo que vale a tiempo una seña de reparo o una leve sonrisa en el rostro de un chico, estas mujeres ya probadas en el difícil ejercicio de abrigar la ingenuidad, han instaurado una manera de concebir lo creativo en su justa proporción con el disfrute y el crecimiento personal.
Si por algo hay que admirarse con ellas es por esa intención de hacer que la alegría trascienda, nos edifique como seres humanos, nos aliente con vehemencia, y no sea algo efímero y seco que apenas pueda rememorarse una vez que concluya la retahíla de canciones, o la payasa se quite su máscara más creíble.
A fuerza de tanto mirarlos y de ese modo comprender sus pensamientos, Nuria, con su espacio fijo los primeros domingos de cada mes como instructora de arte de la especialidad de música, ya ha creado una ferviente empatía y un intercambio de emociones muy especial con los pequeños de su coro, cuya decena de integrantes anda entre cuatro y diez años, pero saben aparentar la calma característica de los más expertos.
«No olvides que son niños», me indica ella, como queriendo decir que las equivocaciones y las poses espontáneas de los infantes también cuentan, aun cuando echen abajo un guion o mejoren con cierta dosis de autenticidad todo lo que se prefabrica.
«El trabajo para el público infantil no resulta nada fácil, por todo lo que uno debe involucrar e innovar dentro del espectáculo. Quizá una persona adulta no manifieste con suficiente claridad su estado anímico, pero el espectador de pequeña edad siempre te hace saber cómo se siente.
«Es por eso que uno no puede desentenderse de las motivaciones ni las inquietudes que ellos tienen. A un niño hay que llamarle la atención de manera cuidadosa, apelando a lo atractivo.
«Por ejemplo, en el caso de mi peña, cuyo nombre es Regalo de duende, todo se pone en función de conseguir un buen sentido de la emoción en el infante, desde la escenografía, que no son más que cajas de cartón forradas con papier maché que simulan envolturas de regalos en las que ellos pueden encontrar muchas cosas, hasta los textos, las palabras o la música que identifican a cada personaje que actúa.
«La coherencia y la armonía son vitales a la hora de convertir al pequeño en protagonista. No importa si lo hace bien o mal; lo que interesa es que él lo haga y se sienta protegido y participante, a la vez que útil».
—¿Cómo pueden imbricarse a la vez, en la actuación para el público infantil, lo recreativo y lo didáctico?
—Creo que eso es muy importante. No solo debe interesar la sonrisa por la sonrisa, ni la carcajada por la carcajada. Esa emoción pasajera que siempre se quiere lograr como lo primero, trasciende mucho más cuando solemos enriquecerla con algún valor formativo, con algo nuevo que aprende el niño, con una expresión, un juego, una adivinanza o una fábula que lo lleva a meditar, a conocer más sobre el mundo en que vive, a preguntarse y cuestionarse cosas.
«Muchos de los pequeñines que asisten a mi peña vienen acompañados por sus padres, quienes contribuyen a despertar en ellos el pensamiento y la imaginación, aun cuando tengan menos de cinco años. La mayoría de las veces debe buscarse también la forma de combinar habilidades. Pintar, declamar, actuar, cantar... Todo ello les aviva el sentido creativo y les ayuda a generar sueños nacidos de su propia inventiva».
Desde hace varios años la joven Lídice dejó de ser ella en el escenario para convertirse en la payasa Florecita, un personaje que ya lo siente y lo padece como a sí misma. Sin embargo, sabe bien claro que quien juguetea y comparte alegría con los niños no es la promotora cultural que ha recorrido en esa función varios consejos populares de la ciudad, sino la muchacha torpe y retozona salida de su más acabada creación.
«Cuando uno se pone la pijama, se pinta y sale al escenario, contrae el altísimo compromiso de hacer feliz a ese tipo de público, aun cuando por dentro nos sintamos mal, estemos tristes o andemos cargados de preocupaciones. Porque el niño merece mucho respeto».
—¿De qué modo el artista logra satisfacer las necesidades y los gustos de este tipo de espectador?
—Preguntando, conociendo qué lo caracteriza, qué lo motiva. Quizá a un niño que vive en Las Minas o en O’Bourke, que son repartos marineros cercanos a la ciudad, los secretos del arte de la pesca le despierten más curiosidad que a uno que viva en Junco Sur o en Pastorita. Eso es lo que tiene que aprovecharse; mucho más cuando el trabajo se desarrolla para un público bien definido.
—¿Dónde radica el éxito del trabajo artístico que se desarrolla en la comunidad?
—Pienso que en el diagnóstico que se haga de cada lugar, pues el arte tiene mucho que ver con las tradiciones que singularizan a la gente de un espacio determinado. Aunque existan patrones, intereses comunes, preferencias propias de una edad, lo que el artista propone se ha de identificar y servirle para algo al público, sobre todo en su escenario de vida más próximo. Y es ahí donde se evidencia la verdadera utilidad de lo que uno concibe.