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La Habana, lugar muy exclusivo

Facturados por la EGREM, Anatomía de La Habana y Muy exclusivo muestran, entre otros discos, el grado de madurez y desarrollo alcanzado por la más antigua de nuestras disqueras

Autor:

Frank Padrón

Hay discos para oír y discos para coleccionar. Los que hoy traigo aquí a colación entran de lleno en la segunda categoría.

Facturados por la EGREM, Anatomía de La Habana y Muy exclusivo muestran, entre otros, el grado de madurez y desarrollo alcanzado por la más antigua de nuestras disqueras, su puntería indudable para presentar productos no solo de una calidad probada sino de esos que se quedan, que marcan pautas y trazan rutas de continuidad.

Anatomía…, con dirección de Yusnel Suárez y producción de Jan Otterstrom, reúne piezas de algún modo relacionadas con la capital, ese «estado mental», espacio mítico, geografía del corazón, pero además plaza concreta y tangible y, desde esas coordenadas, uno de los sitios encantados, una de las ciudades más bellas del mundo, al decir de ojos que no son precisamente de «intramuros».

Depositaria entonces de tantas historias de amor cotidiano, de leyendas que sin embargo son muy reales, La Habana deja su huella en el decir de Liuba María Hevia, José María Vitier, David Torrens y las integrantes de Sexto Sentido, artistas todos que han centrado en buena medida sus poéticas en los duendes y resonancias de ese lugar tan compartido y propio, tan colectivo y a la vez muy íntimo.

Liuba por ejemplo, que ha hecho justamente del género más esencial (la habanera) toda una credencial, dice presente aquí con algunas de esa baladas-guajiras que portan un sello único: Como un duende, Si me falta tu sonrisa, Ausencia y La voz (aquí con las voces preciosas y tan empastadas de Sexto Sentido) esa poesía del amor lírico e inmarcesible de enamorados que, además, tienen el don de la poesía capaz de expresarse en tan elevados versos como «porque organizó la Luna tu llegada /(…) porque me perdí en tu orilla / y me bebí la madrugada».

Otro que «bien baila» (o mejor, que bien canta) es David Torrens, dueño de una expresión que se encamina por el pop desde una cuerda intimista que tiene en la elegancia y la sutileza sus cartas más certeras. Poseedor de un timbre hermosamente raro, encuentra su mejor cauce en metáforas sensibles, con sabor a verso sencillo martiano: «Ay, qué será de mi voz / que estalla sin rozar su alarma / ay, qué le importas canción / si nunca se quedó en tu calma».

Imaginen la epifanía que se logra cuando esa voz se une a la de Liuba (como ocurre en la filigrana Ella llegó a mí, de su autoría).

José María Vitier, que ha hecho de la capital cubana toda una profesión de fe a lo largo de su vasta y fructífera obra, cultiva en cubanísimos géneros (como el danzón, la contradanza y el son, muchas veces inyectados con células jazzísticas) expresiones muy singulares, vehiculadas aquí en piezas tan ricas como Fresa y chocolate o el elocuente Tempo habanero.

Las mulatísimas de Sexto Sentido, partiendo de una tradición que enlaza a Manhatan Transfer y Take 6 con el cuarteto de Orlando de la Rosa, exhiben la belleza de su color vocal, su cohesión armónica y su envidiable afinación en piezas tan complejas y hermosas como May 11th o Empurruñao.

Las diferencias orquestales, como responden a un criterio, solo complementan la sustancia de lo diverso, aderezado por músicos invitados de lujo: cubanidad y universalidad se entrelazan creadoramente en cuerdas y percusión, en timbres y sonoridades. El posmoderno diseño de Eric Silva, notable en cuanto a idea, acaso subió demasiado el cromo rojo, empañando un tanto los íconos en el segundo plano.

El otro disco es una pequeña obra maestra, de esas cuyo título resume y sintetiza admirablemente su condición. Muy exclusivo exhibe tal «realeza» desde la realización artística sobre la base de obras firmadas por ese pinareño universal que es Pedro Pablo Oliva: la sutileza de sus trazos, la fiesta cromática de su personal bestiario, esos seres que desafían la gravedad y las dimensiones, son algo más que la envoltura de un conjunto de versiones sobre piezas clásicas del patrimonio de la música popular cubana.

De modo que aquí tenemos un pequeño diccionario con «entradas léxicas» firmadas por Compay Segundo, Graciano Gómez, Benny Moré, Richard Egües, Alberto Vera, José Antonio Méndez y también Silvio, Pablo, Carlos Varela y Emiliano Salvador, entre otros clásicos de diversas épocas.

Siempre la preferencia desempeña un rol decisivo, pero escuchar a David Álvarez y su Juego de Manos interpretando (y el término no es gratuito) el tan sonado Chan Chan, y que nos suene tan distinto; Vania, Tania Pantoja y María Victoria en unas Amigas, dichas con tan visceral fuerza; a Miriela (la de Aceituna sin huesos) e Israel (el de Buena Fe) en un inspirado dúo sobre ese himno generacional que es Memorias; o a sus colegas Polito Ibáñez y Leoni Torres haciendo otro tanto en Yo sé de esa mujer; a Leo Vera en una Yolanda soneada; a Omara, con el piano superlativo de Rolando Luna en Y no crees en mi amor; a Mayito Rivera con Yoruba Andabo enfatizando la impronta rumbera que también late en Si a una mamita; o a Roberto Acea, César Pedroso, Juan Carlos Alfonso y Manolito Simonet exhibiendo la gracia sonera, salpicada de jazz latino, que se respira en A Puerto Padre; es algo que realmente no se da todos los días, y debemos a la idea original de Elsida González, coproductora del fonograma junto a Emilio Vega.

Discos exquisitos, literalmente únicos, sería un verdadero desperdicio no incorporarlos a nuestra compactera, e incluso más allá, pues ambos cuentan con sendos DVDs, que complementan visualmente algunos de los momentos destacados de estos registros de colección.

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