José Luis Hidalgo y Lieter Ledesma asumen los roles protagónicos. Autor: Enrique de la Osa Publicado: 21/09/2017 | 04:55 pm
Amado del Pino y Carlos Celdrán reúnen talento y esfuerzos en el reciente estreno de Reino dividido. El texto de Del Pino, que hace algún tiempo motivó al líder de Argos Teatro a realizar una puesta en espacio, se estrenó como un espectáculo donde la poesía esencial y honda va de la mano de intensas y movilizadoras pasiones.
La acción de Reino dividido se verifica en el contexto de la guerra civil española, en medio del cual tuvo lugar el encuentro entre el escritor cubano Pablo de la Torriente Brau y el poeta oriolense Miguel Hernández. A partir de este pretexto —y producto de una profunda y detallada investigación—, el autor concibe una obra donde la violencia, la amistad, los amores, el trueque de culturas, le permiten hurtarle el cuerpo a la puntualidad de las biografías.
Jugando con la entrada y salida de personajes que surgen o se esfuman gracias al conjuro de los recuerdos, rehuyendo la linealidad o, lo que es lo mismo, revirtiendo constantemente el tiempo, apropiándose de frases, fragmentos de poemas, anécdotas o vivencias, Amado del Pino reconstruye un pasado intenso, que aunque pudiera parecer remoto tiene mucho que decirnos a los espectadores de estos tiempos.
Si algo resulta innegable en relación con Reino dividido es su teatralidad, su capacidad para sintetizar con vigor y elegancia toda una época contradictoria y vital. Esta es una cualidad de la cual se percató de inmediato Carlos Celdrán. El prominente director apela a esa estilización que proviene del texto y nos hace disfrutar con el juego de los personajes que mutan o desaparecen, con los saltos en el tiempo o los cambios de atmósferas e intensidades. De modo tal que concibe una puesta minimalista, donde recurre a muy escasos elementos, y sobre todo a los actores a quienes conduce con su habitual pericia. Aunque por momentos el espectador puede extrañar un elemento o un detalle que lo ayude a distinguir de inmediato el tránsito de un personaje a otro, o el traslado del contexto de la acción, lo cierto es que a golpe de veracidad y matices los intérpretes van revelando el camino y mostrando cuáles son las reglas del juego.
Celdrán es asistido por un equipo de colaboradores habituales que le imprimen un empaque distintivo a sus producciones. Sobriedad, elegancia, concentración, devienen marca de agua de sus puestas y esta no es una excepción. A ello contribuyen el sencillo pero certero diseño de luces de Manolo Garriga, y el austero y gráfico vestuario fraguado por Vladimir Cuenca.
El entrenado y selecto elenco de Argos Teatro mantiene todo el tiempo un innegable protagonismo. El director prescinde del decorado, utiliza muy escasos elementos concentrando en el actor la atención y la responsabilidad de llevar adelante la bien trenzada trama. Mención muy especial merece José Luis Hidalgo, quien encara el exigente empeño de asumir a Miguel Hernández. Hidalgo, un actor de probada calidad, pero con pocas oportunidades de lucirse en un protagónico, lo hace ahora en toda la línea. De la ternura al vigor, de la reflexión profunda a la muerte del amigo entrañable, de la acción a la depauperación física, el comediante va trazando la ruta de un Miguel Hernández auténtico y desgarrado. Lo acompaña Lieter Ledesma, quien es capaz de hacer aflorar la simpatía y el impulso vital propio de Pablo de la Torriente Brau desde la contención y la sinceridad.
Un actor de lujo como Pancho García se encarga de dar vida a un grupo de personajes diversos y contrastantes singularizándolos. Poetas, soldados, políticos, son trazados con seguridad y sutileza, regalándonos otra excelente interpretación. Yuliet Cruz —también se desdobla en varias criaturas— se luce de modo especial cuando muestra las contrariedades y pasiones que sacuden a Josefina Manresa. Edith Obregón parece multiplicarse sobre la escena al prodigarse en personajes de diversa índole imprimiéndole a cada uno de ellos un rasgo definidor con apreciable desenfado. Waldo Franco es otro que resume en sí a los más variados caracteres y lo hace con énfasis y naturalidad. Llama la atención la fuerza dramática y la vivacidad demostrada por el joven Alexander Díaz. Retadora e intensa en ocasiones, o contenida y atildada en otras, Yailín Coppola demuestra nuevamente su histrionismo. En tanto que Verónica Díaz echa mano a su experiencia para encarnar varios personajes con soltura.
Intenso, desgarrado, poético, auténtico, resulta Reino dividido —y conste que me refiero tanto al texto como al espectáculo. La colaboración entre Carlos Celdrán y Amado del Pino arroja dividendos muy positivos, convirtiéndose en un saludable punto de referencia dentro de nuestro panorama teatral.