Rudy Mora mientras orienta durante el rodaje a los magníficos actores Broselianda Hernández y Néstor Jiménez Autor: Rodolfo Blanco Cué Publicado: 21/09/2017 | 04:51 pm
Siempre la presencia de una nueva teleserie en la pantalla chica da de qué hablar entre los espectadores cubanos. Un elenco de lujo, protagonizado con maestría por Fernando Hechevarría vestido con el traje del sujeto común —con carencias, imperfecciones y, sobre todo, asediado por conflictos cotidianos—, nos va acercando a la Cuba de hoy, sin barnices ni atuendos de más.
Luego de transcurridos varios capítulos de Diana, muchos de los que se enfrentaron con escepticismo y desagrado a la nueva propuesta estética de Rudy Mora van encontrando razones para seguir cada lunes, miércoles y viernes, los encuentros y desencuentros de sus personajes. Juventud Rebelde quiso conocer los puntos de vista de este realizador, a propósito de las disímiles interrogantes de quienes, a favor o en contra, opinan sobre Diana.
«Ha sucedido igual con proyectos anteriores, la inquietud inicial caracteriza los criterios, y creo que sucede por hacer uso de un horario predestinado históricamente a un producto determinado. Doble juego, La otra cara y Diana tienen otros intereses. No parten de una clásica historia de amor y sus amantes idílicos. Los personajes no son tan encantadores, ni tan negativos, no cuentan en tres capítulos de una semana tipo solo uno o dos sucesos importantes, no utilizan panorámicas y bellos paisajes, por solo mencionar signos vitales del género. Y esas diferencias con el producto telenovela que normalmente habita las nueve de la noche, alimentan la inquietud. Cuando con una propuesta que busque honestidad y verosimilitud trastocas el idilio del espacio, inevitablemente produces rompimiento.
«Muchos se cuestionan por qué el personaje de Fernando es gago, aun conociendo que se ubica en una serie. ¿Y por qué no puede serlo? ¿No son seres humanos iguales que otros? ¿Por qué no pueden existir en nuestros protagonistas personajes que cojeen y solo aceptarlo en un excelente Dr. House? ¿Por qué no otra discapacidad? ¿Qué lo impide? ¿Por qué debe ser “asombrosamente” hermoso? Ese ha sido el primer grito: necesitaba representar a un hombre sin grandes virtudes externas, que no tiene en cuenta un impedimento para luchar, soñar y amar como cualquiera; un ciudadano común».
Diana se ha enfrentado a los cuestionamientos de quienes prefieren inequívocamente la complacencia. A más de uno se le oye decir que para ver nuestra cotidianidad solo es preciso vivirla, y que esperan encontrar en el horario de las nueve de la noche las clásicas historias de amores contrariados que terminan en desenlaces felices, hermosos rostros y alucinantes escenografías.
Sin embargo, a Rudy Mora, siempre transgresor en sus propuestas, no le molesta el rechazo de algunos y aprovecha nuevamente las circunstancias en que se desenvuelven sus personajes para trazarnos historias que resultan tan comunes que cualquiera de nosotros podría vivirlas en estos momentos. Para ello acude a movimientos de cámara y encuadres que pocas veces vemos en nuestra televisión, sonidos ambientes y montajes paralelos.
—¿Qué te motivó a acercarte al gran tema que guía la teleserie?
—El tema central es la familia cubana y el elemento movilizador es la problemática de la vivienda. Como parte integrante del tema se aborda la incomunicación, la intolerancia y el enfrentamiento intergeneracional.
«Creo que la fragmentación familiar divide, mutila y, por ende, muchas cosas dejan de funcionar bien. Defiendo la unidad, la amistad y la familia, no solo la dada por nexos de sangre, sino que abogo por el diálogo. De esa suma de intereses nació la motivación.
«Este tema central pudo ser abordado desde otras aristas, pero cualquiera sobre la familia resulta profundamente compleja, de modo que tener más de una dirección en un mismo proyecto resultaba complicado de afrontar. Me decidí por el menos tratado en el audiovisual nacional y que tiene tela por donde cortar».
—¿Prefieres correr el riesgo de no ganar a la teleaudiencia en los primeros capítulos e irlo logrando con el paso del tiempo?
—Todos sabemos que no existe una sola manera de expresar, ni una única propuesta estética y conceptual; la libertad creativa permite reformular tendencias en función de un objetivo. El lenguaje audiovisual en Diana es una expresión fusionada de la que muchos realizadores en el mundo se sirven. En tiempos cercanos, la Televisión Cubana transmitió una serie argentina que sirve de ejemplo, Jacker, y en la actualidad transmite K-ville, una serie norteamericana producida actualmente. Ambas muestran discursos no convencionales, alternativos según la tradición, pero tienen diferencias a pesar de la sintonía. Diana no está sola..., lo que sus parientes y amigos están distantes.
«Nada en ella es experimental, hace diez años lo fue, hoy es una opción, no hay juego a ultranza porque la responsabilidad de un mensaje implica respeto. “Mayoritariamente” el espectador nacional padece de cierta desinformación sobre otras tendencias “para” la TV, aunque sin dudas es inteligente. Por lo general la TVC fabrica, divulga, y por tanto se consume un tipo de producto “más-menos único” que atenta contra la pluralidad, aunque las razones de no hacerlo estén justificadas.
«Las posibles rupturas con Diana tienen que ver con esto aunque no descarto errores artísticos, pues creer que hacemos una obra perfecta impediría el esfuerzo por lograrlo. A partir del capítulo ocho de Doble Juego y transcurrido el asombro de los primeros siete, el público fue encontrando el atractivo individual. Con Diana no es posible saber si sucederá igual, pero observo los inicios de un proceso similar aunque paulatino y diferente, mas aún son solo señales. Muchos expresan que Fernando ya no es tan gago y que la cámara no tiene tantos movimientos, sin embargo, no ha cambiado la propuesta, ni Fernando es otro personaje.
«Hay que trabajar duro por conseguir un alto nivel de esteticidad, de arte, actoral, de puesta. Es decir, entregar buena factura. Claro, teniendo en cuenta nuestras condiciones productivas. El rigor es el vaso comunicante que permite o no la conexión con la historia, que es lo más importante. Si no se cree en lo que se ve, entonces no hay nada. El equipo de Diana se preparó para los cien puntos, sueña aprobar con 70 y está esperando por la calificación».
—Vemos una edición que es poco común en los materiales transmitidos por nuestra televisión. ¿Qué persigues con ella?
—La edición en Diana pretende reflejar la dinámica de este tiempo, mostrando su energía desde la esencia, los comportamientos y las irreverencias. Me interesa decir lo que siento, reflejar lo que veo y opinar de lo que creo, para eso necesito de todos los recursos posibles, y el montaje es una herramienta importante.
«No me propongo la moda audiovisual, ni llamar la atención con ganchos visuales, como algunos creen, y menos hacer un educativo de la “supuesta modernidad”. Con la decisión de transmitir un producto “atípico” en el espacio Telenovela el reto fue inmenso e hicimos uso de cuanto creímos útil a partir de un concepto definido. También creo que Diana constituye una opción estética para el público, así como un gran paso de avance a favor de la diversidad... a pesar de los pesares».
—La teleserie cuenta con un excelente elenco. ¿Es esta una carta de triunfo?
—Casi todo el casting está compuesto por actores de gran calidad porque la puesta lo requería: utilizaría largos y complicados planos secuencias en set estrechos, de interiores a exteriores y viceversa, con incorporación de muchos otros elementos, y el planteamiento escénico tomaría del teatro, o sea, había que resolver escénicamente lo que sucediera e incorporarlo a la situación dramática. Por ejemplo, así fue en la caída de las maderas en la escena donde aparecen Broselianda Hernández, Jorge Treto e Isabel Santos. Necesitaba actores con mucha experiencia, de lo contrario hubiera sido imposible. Fue un lujo haber trabajado con ellos.
«Participaron también jóvenes con personajes importantes, como Roque Moreno, quien interpreta a Felipe, el hermano de Fernando; Tomás Cao con su Juan Carlos, y Yohana Pozo en Daniela, entre otros. La labor con estos actores fue doblemente intensa, pero rica. Al contar con grandes de la escena, ellos por los consejos, y yo por el apoyo, recibimos mucha ayuda».
—Igualmente has estado vinculado a un equipo de trabajo muy joven. ¿Cuánto te aportó esto a la teleserie?
—En contraste con la experiencia actoral y la alta profesionalidad, gran parte del equipo de realización era joven, gente que por primera vez se estrenaba en la punta de las especialidades y en un proyecto de complejidad. Ese fue el caso del director de fotografía Héctor (Papito) García, quien además realizó la corrección de imagen; el editor Daniel Diez; el operador de cámara Raúl Verdecié, del telecentro Tunas Visión; el sonidista..., un área en la que más deficiencias quedaron, para lo cual contamos posteriormente con el apoyo de Koki Caraballo.
«Como parte de mi equipo tradicional no dejó de estar la imprescindible Emma Robaina como directora asistente, profesional de mucha experiencia a la que me une gran amistad y fuertes vínculos de trabajo, además del talento y empeño extra de Juan Carlos Rivero, quien compuso toda la música y realizó una labor minuciosa de adaptación en cada capítulo.
«¿Por qué un equipo predominantemente joven? Necesitaba talento desprovisto de la rigidez que en ocasiones da el oficio añejo y polvoriento del medio. En Diana se proponían soluciones formales que para los integrantes de la conservadora escuela de la TV, para algunos teóricos reales y para otros de pasillo, eran errores imperdonables. Necesitaba gente con muchos deseos de trabajar y sobrepasar las dificultades».
—¿No te molestan las posiciones encontradas sobre Diana?
—Estoy feliz de que suceda. La polémica nacida de un resultado es estimulante y no trabajo para que solo se apruebe sin un más allá o acá. De lo contrario, ¿qué estamos haciendo? No me gusta la simple complacencia, pocas veces voto por los términos medios y me interesan mucho los criterios antagónicos, siempre que sean inteligentes. Nunca pienso en un público amorfo que toma la TV como sus zapatos deseando que le guste, le quede bien y no le dé molestias. Pensar en que solo debo entretener me conduciría a la desintegración como creador.