Impresionante es la historia musical que guardan los Estudios de la EGREM, que merecen hace mucho tiempo ser declarados Monumento Nacional. Foto: Kaloian Nada en su deslucida apariencia exterior hace indicar que a la añeja edificación, ubicada en la calle San Miguel 410, en el mismo corazón de La Habana, le asiste desde hace mucho tiempo el derecho a convertirse en Monumento Nacional. La razón no está en su corriente arquitectura, desfavorecida con distintos tonos de azules que la ensombrecen, cuando en ella late tanta vida, sino en la envidiable historia que cuentan cada uno de sus rincones; una historia pasada y otra que se ha ido tejiendo día a día, a partir de que, en 1964, la casona acogiera los Estudios Areito de la Empresa de Grabaciones y Ediciones Musicales (EGREM).
No hay que poner en duda la cordura de quien desande por sus pasillos y asegure escuchar las voces inconfundibles de Benny Moré, Bola de Nieve, Elena Burke, Omara Portuondo, Rosita Fornés, Celina González, Ibrahim Ferrer, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Ela Calvo, Sara González, Beatriz Márquez, Tito Gómez..., y hasta las de Nat King Cole y Josephine Baker. Tampoco tomarlo por loco si se le ve delirar con el piano de Rubén González, Chucho Valdés o Frank Fernández, la guitarra de Brouwer, la flauta de Egües; o enrojecer al ser incapaz de detener sus pies que danzan al compás del Bacalao con pan, de Irakere, el Sube un poquito más, de la Aragón o La bola de humo, de Van Van. Es que ha sido apresado por la magia, por el encanto de esas paredes que fueron testigo primero de los ensayos de la Orquesta Filarmónica de La Habana cuando era comandada por el gran director austriaco Erich Kleiber; y, antes de las más recientes, de las grabaciones que ellas protegieran en tiempos en que allí mismo se fundara la firma Pan-Art (después Panart), el primer sello discográfico genuinamente cubano —frustrado a finales de los 50 por las políticas monopolistas de las grandes transnacionales y por su afiliación a las disqueras norteamericanas—, con el cual se comenzó a configurar el catálogo inicial de la música cubana.
Por ello, no hay exageración alguna cuando se afirma que las miles y miles de valiosas cintas que conservan los Estudios de la EGREM son la añoranza de medio mundo. Quizá por tal motivo no asombre cuando, llegado el Cubadisco, el sello discográfico más importante de Cuba apenas encuentre competencia cuando se habla de categorías como Archivo, Antología, Compilación..., como que también marche a la cabeza del importante concurso con 57 nominaciones. Y es que no pocos de los más sólidos músicos de la Isla continúan prefiriendo dejar registrado allí sus creaciones, fascinados por sentir el peso de la historia del viejo caserón, sitio preferido por estudiosos de la música cubana como José Reyes Fortún.
«Durante todos estos años, la EGREM ha conservado una cantidad inimaginable de música e información, que nos hace sentir orgullosos y representa una parte muy significativa del patrimonio musical de nuestro país; un archivo que, por lo general, no poseen ni siquiera países con una rica tradición.
«Desde que surgió el Cubadisco, estos archivos se convirtieron en puntales, y no ha habido una edición en que las propuestas de la EGREM pasen inadvertidas (este año son suyas las cinco obras que se disputan el premio, todas pertenecientes a la colección Agrupaciones bailables de Cuba, y seleccionadas y compiladas por Jorge Rodríguez)».
Asegura Pepe Reyes que aunque aparenta ser una labor muy sencilla la del productor de estos discos, «es tan difícil como la de uno de estudio. Ya la música está hecha, pero se debe realizar una búsqueda minuciosa, de manera que en los temas que aparezcan en el fonograma haya una coherencia musical y estética».
El experimentado investigador Manuel Villar completa la idea planteada por Reyes: «No se trata de llegar, coger la música y ponerla. Es necesario evitar errores que desinformen. No estará completa la obra si no cuentan con notas adecuadas que expliquen de dónde salió ese disco, quién era el autor o el intérprete y las diferentes etapas en que se desarrolló, quiénes participaron en la grabación, en qué momento esta se realizó, cuáles eran las corrientes musicales de entonces, etc».
«Existen muchos ejemplos, afirma Reyes, de cómo se debe conformar un producto de este tipo. Ahí está la integral Benny Moré, el Bárbaro del ritmo, Premio Especial Cubadisco 2008, cuya selección corrió a cargo de Jorge Rodríguez. Estos discos dedicados al portento de la música popular cubana, constituyeron el homenaje de los Estudios al aniversario 90 del “dios”, que se celebra en este 2009.
«Por primera vez en Cuba se hace una integral donde el ordenamiento de los temas se realizó a partir de la salida de cada disco según los catálogos discográficos y no por las matrices. Es una propuesta muy completa. Así en uno de los CD se pueden encontrar 18 de las 19 grabaciones que aportó el Benny con la Orquesta de Ernesto Duarte, mientras en otros cuatro volúmenes se encuentran los temas que registró con su Banda Gigante».
Reyes recuerda que con la llegada del período especial, «un momento de incertidumbre también para la discografía cubana, la EGREM se impuso, a pesar de las dificultades económicas, recuperar a los grandes exponentes de nuestra tradición. Así llegó Las voces del siglo, que apareció primeramente en formato de casete, a un precio módico de 15 pesos, cuando el dólar se cotizaba a 130. Y el pueblo lo agradeció mucho.
«Ahora ya no están los casetes, pero siguen saliendo a un precio módico colecciones como El gran tesoro de la música cubana, que ha contribuido a redondear el importante proyecto cultural que emprendió la Revolución desde que promulgó su primera ley cultural: la creación del ICAIC».
El ayer y el mañanaCuba ha sido la cuna de excelentes músicos. Sin embargo, hubo un tiempo en que, a pesar de que sucedían notables acontecimientos musicales no se tuvo la visión de futuro de anotar lo que estaba ocurriendo. No olvida Villar que el 11 de marzo de 1947, la firma Panart recibía en sus estudios a la Sonora Matancera, al increíble bandoneonista argentino Joaquín Mora y al boricua Daniel Santos, quien cantaba por primera vez Dos gardenias, de Isolina Carrillo, arreglada por un muchacho que entonces se iniciaba: Dámaso Pérez Prado. El disco se hizo superfamoso en todas las victrolas, pero los detalles se los hubiera llevado el viento, sino se hubiesen anotado.
Esa ha sido una de las grandes preocupaciones de la encumbrada musicóloga María Teresa Linares: intentar recuperar una parte significativa de la historia musical de nuestro país, un largo proceso iniciado hace muchos años y que aún no termina.
Cuenta la maestra Linares que ella llegó a la EGREM proveniente de la Academia de Ciencias, convidada por el entonces director de la institución, Medardo Montero, un nombre que no puede dejar de resaltar. «Medardo tuvo, entre otras, la visión de crear un equipo de productores para que se dedicaran a la Nueva Trova, la música bailable, de concierto..., porque no se podían seguir dejando las cosas a la espontaneidad.
«Desde que entré tuve la gran oportunidad de hacerles discos a importantísimos exponentes de la música cubana que estaban a punto de fallecer, así como a otros que ya habían fallecido. Me tocó la dicha de preparar el último de María Teresa Vera, a quien acompañé hasta el final de su vida. Yo la había escuchado interpretar canciones extraordinarias que no se conocían, y le solicité hacer un álbum donde no estuvieran Veinte años, Santa Cecilia ni Longina, sino esa “cosa extraña que usted canta a dos voces, cada una con un texto diferente”. Eran canciones del siglo XIX y de inicios del XX. Ese es un disco entrañable como el de Barbarito Diez defendiendo temas de Graciano Gómez», dice la autora de joyas discográficas como Viejos cantos afrocubanos y Cancionero hispanocubano.
«Luego Medardo me pidió que permaneciera en la EGREM, no solo involucrada en los discos que solicitaban los comerciales, sino también emprendiendo excursiones a distintas provincias que me permitía realizar grabaciones in situ. Estaba en los festivales de la trova, de la rumba, de canciones, de danzones... A veces no teníamos ni hoteles, comíamos mal, pero veníamos con la maleta repleta de grabaciones importantes».
Incansable trabajadora, la Doctora Linares siente que le queda mucho por delante: «Quisiera concebir un disco con trovadores ya desaparecidos, otros de música campesina: lo mismo de intérpretes que ya no están, como algunos que han crecido en edad. Grabé, por ejemplo, a una niñita a los ocho años, después a los 18, y de adulta, aún canta... Creo que de ahí saldría un disco formidable».
Una mina de oroQue nadie lo dude: la EGREM posee uno de los archivos musicales más grandes del mundo, pero justamente por ese motivo, 45 años después de fundada, se sigue laborando con ahínco en su ordenamiento y digitalización total. Esa ha sido una de las principales tareas de José Pérez Lerroy, quien se integró a esta familia a partir de 1973, y quien ha estado al frente de departamentos como el de Casete.
«A mí también me tocó cortar placas, como decimos, que no es más que hacer la matriz de acetato y después el transfer. He participado en la audición de festivales, de conciertos..., en la digitalización, en la masterización, buscando información... Desde el punto de vista de la grabación, casi todo está en muy buenas condiciones, lo que nos permite ofrecer productos de alta calidad».
José Pérez clasifica los archivos como una mina de oro, «uno de los principales capitales de la empresa». Sin embargo, extraña «la agresividad con que se debe trabajar el disco para poder competir. Siento que la difusión y las discográficas nacionales están algo divorciadas, cuando es un bien común para todos. Somos cubanos y lo que tenemos que resaltar es nuestra música, que la estamos dejando ir».
Y José Pérez se refiere a toda la música. Por eso alaba tanto el quehacer de la maestra María Elena Mendiola, a quien se deben las óperas primas de significativos intérpretes como el Quinteto Diapasón, Robertico Fonseca (como solista), el guitarrista Alejandro Valdés..., pero también un disco como el que en el 2000 regaló la Orquesta Sinfónica Nacional con Leo Brouwer e Iván del Prado como directores (Clásicos cubanos, Vol. I). Estos fonogramas han propiciado la presencia en la EGREM de una vertiente de la música muchas veces preterida: la de concierto.
La Mendiola, que en este Cubadisco concursa con Clásicos cubanos del siglo XIX (Producciones Colibrí), es la responsable de la colección Parnaso, que nació cuando al maestro Brouwer le concedieron el codiciado premio internacional Manuel de Falla. «Me preocupó que en lo concerniente a su discografía, Leo estaba casi en cero. Me dije: caramba, debo hacer algo rápido. Hablé con el director de entonces, José Manuel García, y le propuse hacer un trabajo de archivo con la música del maestro. Creí que serían dos volúmenes, pero cuando empecé a bajar cintas comprendí que como mínimo resultarían ocho. Ese fue el Gran Premio del Cubadisco 2001. De ese modo surgió la colección, la cual ha aportado obras como Clásicos cubanos Vol. II, III y IV, Antología pianística cubana Vol. I y II...
«Hubo un tiempo en que Parnaso tomó un descanso. Algunos me preguntaban si había muerto, pero siempre respondí que no. Lo que sucede es que soy directora de orquesta, productora discográfica, profesora del ISA... mujer orquesta, y por temporadas una de esas facetas se tiene que eclipsar para darle paso a la otra. Sin embargo, en los últimos tiempos la productora ha estado llamando insistentemente y la voy a atender».
Explica Élsida González, directora de Música de la EGREM y productora —este año su crédito aparece en la selección y compilación de Música infantil. Vol. III y IV—, que existen muchas maneras de acercarse al archivo, alrededor del cual existe un grupo de especialistas que labora tanto desde el punto de vista del contenido como de la tecnología. «Son materiales que hay que limpiar, quitarles ruidos, restaurar, para luego recuperar las fotografías de la época si existieran, crear nuevos diseños, escribir las notas discográficas... Este es uno de nuestros mayores empeños, porque estamos conscientes de que la EGREM también es Cuba.
«Para nosotros es esencial proteger esa música, conseguir que las nuevas generaciones la conozcan. Por ello no hacemos nada si le ponemos un precio al que nadie pueda acceder. En algunas colecciones tratamos que el costo sea mínimo y, pegado a este, decidimos el precio, porque más que los necesarios dividendos económicos, pensamos que lo primordial es la ganancia cultural».