Gallina
Kevin Fernández Delgado
(Ciudad Habana, 1982)
En un cruce del ferrocarril transiberiano descansa una gallina de aspecto indeciso.
El porvenir le reservaba tres destinos: ser devorada, cuando corriera a la taigá, por un zorro —que perseguido por un mujik, cayó en un cepo cuyos dientes le destrozaron el cuello—; ser cocinada, cuando regresara a su gallinero, en la olla del mujik —que en persecución del zorro fue triturado por un tren cargado de uranio al cruzar la línea del transiberiano—; o ser aplastada por un tren cargado de uranio a 110 millas por hora —que está descarrilado a dos kilómetros de allí, pues los maquinistas frenaron bruscamente para evitar sin resultado despedazar a un mujik que cruzó sin mirar.
La gallina del cruce del transiberiano no está indecisa. Es el porvenir, que no sabe qué hacer con ella.
Gran Premio
A dos cuadras está el marÁngel Martínez Niubó
(Sancti Spíritus, 1966)
LA costa estaba a más de cien kilómetros, pero en aquel pueblo y en casi todas las esquinas había carteles con la misma afirmación: «A dos cuadras está el mar».
De noche los carteles lumínicos daban fe de aquella cercanía. «A dos cuadras está el mar», decía un enorme cartel que habían colocado sobre el parque.
Y los habitantes de aquel pueblo eran felices, y se paseaban, todos, con sus toallas bajo el brazo.
Primer Premio
Lo bueno, lo bello y lo verdaderoAmanda Pérez Morales
(Ciudad Habana, 1990)
Entonces ella lo besó a la caída del sol. Alguien los fotografió, enmarcó la foto y la mostró en su exposición. Un crítico la vio y deseó hacer énfasis en ella, así que redactó un artículo, adjuntando la foto. El escritor lo leyó y al verla quiso convertirla en una historia. Al cineasta le encantó el libro y contactó al escritor para rodar un filme con dicha trama. La película ganó el premio europeo al mejor largometraje del año y fue reconocida como una joya del cine postmoderno. Todos felices. Como perdices.
Ella lo besó a la caída del sol.
Luego se marchó.
Jamás se volvieron a ver.
Premio UNEAC
El procesoJulio César Castellón
(Villa Clara, 1987)
Alicia, tendida sobre el césped, ve pasar al conejo blanco. Sigue su rastro hasta el borde del hoyo. Hurga tanto como puede en su interior, pero resbala y se precipita adentro. Ya en el fondo, despierta en medio de una oscuridad densa. El aire se le antoja como el de los locales cerrados. La suposición se confirma después de recorrer a ciegas el perímetro, apoyando las manos contra la pared. Tiene náuseas. Descubre, por accidente, el foso enorme en medio del piso. En lo alto de la habitación se abre una escotilla y la navaja gigantesca desciende atada a una cuerda. El mecanismo se acciona y las paredes comienzan a moverse reduciendo el volumen. El péndulo oscila. Cada vez más cerca. Alicia entra en pánico. Por la escotilla acaba de asomarse el conejo blanco. ¡Córtenle la cabeza!, grita despótico y aguarda el desenlace.
Premio Editorial Letras Cubanas
De la gran escenaRafael González Cardona
(Guantánamo, 1944)
Tenía una bolsa con monedas afirmada bajo la túnica de lana de cordero.
Durante la cena se mostró evasivo. Intranquilo.
Luego, en el sitio acordado, señaló con uno, tal vez dos besos en la mejilla al judío más carismático del grupo y se largó a un lupanar con putas, a beber vino y a llorar.
Premio Asociación Hermanos Saíz
Sinfonía discordante sostenidaMartha Vigil Espinosa
(Ciudad Habana, 1957)
Las negras estaban revueltas por la algarabía del momento, tirándoles a las blancas unos mordentes para agredirlas, que se clavaron en la clave de Sol. Riéndose, la de Fa perdió sus dos puntillos, y en venganza, lanzó un sostenido que hizo rodar a la redonda por todo el pentagrama. Un bemol se desprendió de la tercera línea y fue a dar en la cabeza a una semifusa, que se volvió confusa del susto. Y la clave de Do, siempre tan selectiva, se amputó una pata y arremetió contra la corchea, que se desplazó desde el Re agudo hasta el final de la partitura... Y de pronto se hizo la calma, se abrió el telón y comenzó el concierto.
Premio Instituto Cubano de la Música
Lección de ecologíaJeffrey Álvarez Massón
(La Habana, 1982)
El niño se asomó por la grieta y vio que afuera gobernaba el sol colgado de un cielo demasiado azul. Miró a su hermanita, sentada en el suelo y restregándose los ojos para espantar al sueño. Le dijo que podía salir por un rato. Ella se entusiasmó con la noticia sobre todo al ver que, a unos metros del escondrijo, entre los escombros que había dejado la última bomba, permanecía intacta una flor del desierto. Sobreviviente, como ellos. Corrió hacia la planta con todas sus fuerzas pero no pudo evitar que esta acabara bajo la bota de un solitario marine. El hombre le dedicó una piadosa sonrisa. Ella también lo hizo; se le acercó con visible timidez y, dándole la manita, llevó la otra a su cadera y activó el mecanismo del explosivo.
Premio Editorial Gente Nueva