Félix Pita Rodríguez (1909-1990). Poeta y narrador cubano nacido en Bejucal, provincia de La Habana. En 1946 obtuvo el Premio Internacional de Cuento Hernández Catá. Fue también escritor de radio y de televisión. Entre sus obras se encuentran Esta larga tarea de aprender a morir y otros cuentos, Las crónicas, Poesía bajo consigna y Elogio de Marco Polo.
Según quedó registrado en el Florilegio de Historia verdadera de la universidad Carolina (Praga, 1580), el famoso monje Asabelio, cuya cátedra de Gramática en aquella universidad alcanzó renombre y prestigio en toda la Europa de la época, «pasó de vida a muerte» (así está escrito en el Florilegio), mientras se le aplicaba el suplicio de la rueda, el año de gracia —no para él ciertamente— de 1519.
Johanes de Namur, el sabio lingüista que comentó brillantemente la obra del praguense (brillante y valientemente, ya que elogiar la obra de alguien que había pasado de vida a muerte mientras se le aplicaba el suplicio de la rueda, implicaba el riesgo de recibir el mismo incómodo tratamiento), postula que «la obra sin parangón del monje Asabelio establece leyes, señala derroteros y desentraña enigmas, en el en tinieblas y peligroso mundo de las palabras». Y unas líneas más adelante, Johanes de Namur aclara (muy relativamente), que «cuando digo palabras hablando del monje Asabelio, lo estoy haciendo de las palabras por sí mismas y nunca por el significado natural que ostentan o se les adjudica».
«Sostenía el monje Asabelio —nos trasmite Johanes de Namur—, que hay palabras en las que predomina la harina y su proposición es siempre de blancuras, por lo que fácilmente pueden llegar a un delirio de gran peligrosidad, y hay palabras en las que la sal domina y sube por ellas como una marea, o a veces solamente su espuma. Las hay también que sólo presentan una cara visible, en lo que se les reconoce la estirpe selenita, así como hay otras de tan oscuras intenciones, de taciturnidad tan marcada, que no es difícil, si se les siguen sus meandros de sombras, alcanzarles la almendra de antracita».
«Existen también aquellas —nos sigue trasmitiendo Johanes de Namur— de inclinación mimética en ocasiones, y en ocasiones con la perversidad siempre latente en los disfraces y las máscaras, que aspiran a aparentar lo que no son. Estas palabras han de ser estrechamente vigiladas, porque sus celadas se apoyan en artilugios de tanta habilidad, que ellas mismas terminan por creer de buena fe que son lo que no son. De esta especie son las tan misteriosamente atraídas por el mundo vegetal, que llegan a simular con precisión asombrosa los follajes más diversos. En la contemplación superficial, más de una vez comprobado objetivamente, aparecen lanceoladas, filiformes, alabardadas, trifiliformes, hendidas o acorazonadas. De no tenerse el conocimiento previo del ardid simulador, se cae en la trampa».
«El gran descubrimiento del monje Asabelio —concluye Johanes de Namur—, de una hondura aterradora, y que confina al parecer con los territorios, tan sembrados de peligros, de la magia y la alquimia, al menos en los métodos a seguir para lograrlo, consiste en haber establecido que las palabras por sí, o las palabras en sí, poseen una vida que comienza y termina en ellas mismas y es por entero ajena al significado al que sirven por imposición ajena».
Estas teorías, expuestas y defendidas por el monje Asabelio en su cátedra de Gramática de la universidad Carolina de Praga, tenían que traer al sabio gramático las funestas consecuencias que conocemos.
Según el Florilegio nos instruye, aunque desdichadamente con una gran pobreza en los detalles, la Iglesia terminó por olfatear en las lecciones de gramática del monje Asabelio, cierto tufillo demoníaco. Y ocho teólogos de gran reputación por sus conocimientos en materia diabólica, y muy especialmente en las formas intelectuales de la tentación, trataron previamente de que Asabelio se retractara «de lo por él manifestado en la última lección dictada en su cátedra», y reconociese «que por casi todas las dichas lecciones, soplaba un viento luciferino».
Pero el monje —nos dice el Florilegio— se mantuvo firme en el tempestuoso debate con los ocho eminentes teólogos, y con la misma firmeza lo sostuvo durante el tormento a que se le sometió, que «la palabra segador tomaba para él, cada vez que la escribía, y fuese cual fuese la caligrafía empleada, la forma nítida de un gato montés en actitud rampante».
En el ejemplar del Florilegio de la primera y única edición (1580) que se conserva en la biblioteca de la universidad Carolina de Praga, en su página 128, un escoliasta anónimo, que por el tipo de escritura parece ser del siglo XVII, dejó la nota siguiente:
«Esta propensión de algunas palabras a tomar una forma ajena a su significado, tiene en este caso ilustraciones muy reveladoras, aunque por ser un ejemplo extremo no puede ser considerado como típico.
«La justa interpretación queda por hacerse, ya que si no pudo ser demostrado por los ocho eminentes teólogos la participación del diablo en la transformación de la palabra segador en gato montés, tampoco pudo, o quiso, Asabelio, aportar una explicación aceptable para lo sostenido por él. Y el legado natural fue la duda, elemento, como se sabe, aportador siempre de consecuencias funestas».