Nazarena Duarte (Nati) centraliza el cartel del filme. Como los olores o la música, el cine —ese es uno de sus grandes poderes— puede transportarte a momentos de tu existencia que creías habían abandonado definitivamente tu memoria. Y de repente, te encuentras envuelto en una oscuridad tremenda, reviviendo hechos que pensabas habían pasado inadvertidos durante tu infancia, como sucedió con la escena de la matanza —visualmente detallada— de un cerdo que, presintiendo su fin, impotente lucha por su vida, en la película argentina La rabia, en competencia por los Corales del 30 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano.
Puede o no gustar la más reciente propuesta cinematográfica de Albertina Carri, pero lo que sí no tiene discusión es que esta película, representante del llamado «nuevo cine argentino», impacta, cuando quizá no debería en tiempos en que el mundo vive momentos de gran violencia. Posiblemente la clave esté en que la reconocida directora de Los rubios y Géminis en lugar de retratar el modo como esta se manifiesta en las ciudades, prefirió mostrar la que está presente en esos personajes anónimos que habitan en los campos.
En este caso, Carri fija su mirada en dos familias: un matrimonio (Analía Couceyro y Víctor Hugo Carrizo) con una hija (Nati); y un hombre (Javier Lorenzo) solo con su hijo (Ladeado). A ambos núcleos no solo los unen sus condiciones de trabajadores de la tierra, sino el hecho de que la madre de Nati sea la amante del padre de Ladeado; así como la amistad cercana que existe entre la pequeña, quien solo se comunica con chillidos, expresivos dibujos y desnudos inesperados, cuando se le hace inaguantable la brutalidad que la rodea; y el adolescente que trabaja en lugar de su progenitor, mientras este solo piensa en el sexo (casi animal), que aquí es mostrado con realismo sin que escandalice. Y es que son escenas necesarias para reflejar el modo como el sujeto se convierte en objeto, algo así como lo que pasa en la vida de estas gentes tan dependientes de las circunstancias que los rodea.
En esa situación se encuentran, por ejemplo, ambos niños que durante todo el metraje permanecen sometidos —ella presenciando una y otra vez la «fogosidad» de su madre y el amante, mientras esta y su severo y violento padre le dicen que tiene que ser «una buena mujer», mientras el chico es obligado a trabajar para que aprenda a cumplir el «deber».
No es un paisaje de postalitas el que fotografió Sol Lopatin en La rabia y, sin embargo, la cámara es capaz de captar la belleza de las zonas rurales, donde casi es inevitable que haya, a decir de la realizadora, «una violencia más velada, inconsciente, que tiene que ver con la animalidad. La tierra te determina. La naturaleza es violenta. Es el instinto de supervivencia». De ahí que el espectador se encontrará con una película dura, donde no es muy diferente lo que sucede fuera de las casas —perros que persiguen a conejos o matan ovejas y por eso son sacrificados; comadrejas que se golpean contra un árbol por estar siempre al acecho de gallinas, o que, enjauladas, anuncian su ferocidad con afilados dientes...—, que dentro de estas.
La rabia es una película narrada de un modo admirable y donde Carri, quien en la cinta acude certeramente a una sofisticada y sombría animación para reproducir los dibujos de la niña, cuida hasta el más mínimo detalle. Sobresale en ella la banda sonora que busca amplificar al máximo todo lo que se muestra en las imágenes, cargadas de la necesaria tensión que persiguen mantener en vilo al espectador, quien en todo momento esperará que suceda lo peor.
Analía Couceyro como la madre de Nati y esposa insatisfecha, protagonista de La rabia. Analía Couceyro (Ale), Javier Lorenzo (Pichón) y Víctor Hugo Carrizo (Poldo), representan sus respectivos roles de una manera muy convincente, pero también destacan Gonzalo Pérez (Ladeado) y la pequeña Nazarena Duarte (Nati), con esos ojazos superexpresivos que fulminan y acusan.
No es este sorprendente filme de esos donde la denuncia social se manifiesta a través de la lucha de clases, sino por medio de la violencia doméstica. Y es este uno de los aspectos que lo hace tan interesante como estremecedor.
A no dudarlo, La rabia es de esas películas que merece la pena ser vista.