Nuevamente se muestran pobres la escenografía, la iluminación y la ambientación en los interiores grabados en estudio. En avalancha me han llegado los mensajes de lectores, unos de acuerdo con los criterios expresados en la primera parte, otros acusándome de benevolente, y un tercer grupo que me recomienda deje en paz las telenovelas, o me ordenan que me ponga a escribir guiones a ver si me quedan mejores que a los profesionales del ramo. Semejante juicio equivale a quienes critican al entrenador, porque no es capaz de lograr hazañas deportivas y se las exige al atleta. Pero vayamos a lo nuestro: la crítica, que no tengo tiempo ya —ni talento he tenido nunca—, para emprender la carrera de guionista. No ser un chef de alta cocina no me impide reconocer cuándo un plato está bien o mal cocinado.
Como en la recta final ya no podemos pedirle lo que de ningún modo puede darnos, solo nos queda asistir con algo de morbo, y de curiosidad «chismográfica», al cierre de Polvo en el viento, para presenciar con quién se queda Keyla, a cuál de los dos galanes elegirá o, más bien, cuál de los dos amigos decidirá quedarse con ella, pues en verdad la situación me recuerda una canción de Pimpinela y Dyango, donde los machos se discuten a la hembra, y se la pasan cual balón de fútbol, sin que ella evidencie o exteriorice demasiada capacidad para elegir su futuro, o para decidir con quién quiere vivirlo. A lo mejor la disputa cierra con empate, y los varones a lo mejor optan por proteger su masculina amistad de la «intervención» de esa mujercita irreflexiva y casquivana.
A Keyla le falta discernimiento, o por lo menos no la han presentado como alguien capaz de plantearse en serio su existencia, pero tampoco destaca la coherencia de Javier y David. El primero, se obsesiona con tener un hijo en los primeros capítulos (era ese su principal conflicto, la razón por la cual aguantaba a la «pesada» de Maité) y a estas alturas ya ni menciona el asunto, porque él está empeñado en construir una relación, nada menos, que con la mujer que encarna la mayor ilusión de su mejor amigo, de su hermano, David.
Tampoco se entiende la manera en que actúa David. Él tiene una pareja estable, realizada, con una mujer valiente, comprensiva, hermosa, casi magnánima, y destroza ese vínculo por el tenue recuerdo de un par de veces que montó a Keyla en la moto, un baño de noche en la playa (sin sexo) y verla despertarse al día siguiente... Entre ellos tres parece todo demasiado simple, liviano y vacío, incluso para una telenovela, porque este tipo de seriados se destaca precisamente por exponer la trascendencia y carácter omnímodo del sentimiento amoroso, como es usual también en el melodrama, el folletín y el romanticismo, los tres precursores más connotados de la telenovela.
El trío de personajes protagónicos actúa de manera irreflexiva, y no están bien trazados sus móviles, ni el guión introduce demasiados elementos de meditación, introspección o enjuiciamiento respecto a sus polémicas decisiones, pero todo ello tendría menos importancia para el espectador si estuvieran mejor defendidos por los actores.
Yoraisy Gómez se esfuerza en vano por conferirle credibilidad y estamento a su Keyla; Lieter Ledesma se quedó en lo externo y no consiguió encontrar la verdad de su Javier; y a Rodolfo Faxas (a quien se le entregó el mejor personaje del trío) le resulta imposible expresar las complejidades de este hombre noble y embustero, sensible y temerario.
Mucho mejor funciona Polvo en el viento con las subtramas y personajes secundarios. Lúcida y osada, ha sido la presentación de tres temas más que pertinentes en este momento: la corrupción entre quienes buscan cierto estatus económico a cualquier precio (Mónica y Leo), la defensa con flexibilidad y entereza de una ética heredada, de principios humanitarios, sociales y filiales (Dimitri y Liuba); y el enfrentamiento de los mayores, de los padres, a estos difíciles tiempos cuando parece que hubieran caducado los valores que ellos cultivaron (Elena, Sergio, la madre de Keyla, la madre de Dimitri y Liuba).
En estas tres temáticas sí desplegó todas sus habilidades el guionista Silvio Hernández para matizar, explicar, cuestionar y conferirles amplitud de dimensiones a un grupo de personajes que no son buenos ni malos al uso, son gente como uno, que se equivoca o acierta, y el espectador puede comprenderlos, lo que no significa que comulgue con la negatividad de algunas actitudes.
Tres actores que ya estuvieron en la polémica serie La cara oculta de la Luna, vuelven a coincidir ahora en Polvo en el viento: María Karla Fernández, Ariana Álvarez y Enrique Bueno. Los tres sorprendiendo gratamente por sus respectivos desempeños. En ese cuadro de personajes secundarios —cuyos conflictos sobrepasan con creces el poco atractivo diseño del antiheroico trío protagónico— han brillado los mejores desempeños histriónicos de la serie. Aunque a veces exageraron la nota, rebasan la categoría de «sorpresa agradable» Enrique Bueno y Ariana Álvarez, para situarse como sólidas promesas entre los intérpretes más jóvenes de la televisión; María Karla Fernández y Yadier Fernández superan con creces sus desempeños anteriores; Eslinda Núñez y Rogelio Blaín confirman un linaje profesional muchas veces puesto a prueba.
Ya en el capítulo de las actuaciones, injusto sería no mencionar el talento desplegado por Jorge Martínez y Mariela Bejerano para tratar de sacar del cliché a dos personajes escritos desde el tópico: él solo existe en la telenovela para escuchar las pueriles explicaciones de Keyla, y Maité tiene un cúmulo tal de defectos que nadie se explica qué le vio Javier, ni tampoco se aclara la edad de ella, lo cual cargaría dramáticamente el conflicto de embarazarse o no. El caso es que Maité fue convertida por el guión en una mala de pacotilla, y perdió todo el interés que parecía tener al principio (una mujer que voluntariamente renuncia a la maternidad) no obstante el encomiable empeño de la actriz por levantarlo de alguna manera.
Por otra parte, la edición apoya con agilidad el cúmulo de acontecimientos que presenta la trama, y como en otras telenovelas cubanas recientes, ha vuelto a contrastar demasiado la pobreza escenográfica, el artificio de la iluminación y la inautenticidad de la ambientación en los interiores (en estudio) con la textura mucho más rica y creíble de los exteriores.
Es una verdadera lástima que los exteriores, el hospital de Keyla, la universidad de Liuba, el lugar donde trabajan David y Javier, no tengan la misma participación en los conflictos de los personajes que tiene la tienda donde coinciden Sergio, Elena, Mónica. Tanto la salud pública como la educación ofrecen mil aristas polémicas —y de reafirmación de valores también—, que pudieron por lo menos asomarse en la trama, pero aquí se asumieron cual telón de fondo, muy de fondo. Sin mencionar la arista de la protección ambiental, que ofrecía un conjunto de posibilidades dramáticas totalmente inexploradas por la trama.
Polvo en el viento no solo retrató varios fragmentos de contemporaneidad, con cuotas razonables de verosimilitud y dominio del tema, sino que también parecía proponer, desde el filosófico título, una reflexión sobre el modo en que nos correspondemos sentimental y eróticamente (recordar que la frase altisonante, al borde de la «picuencia», la dice David en su fugaz idilio con Keyla, y el muchacho, por su enfermedad, pareciera inclinarse a reflexionar sobre su lugar en el mundo) y en ese sentido, en lugar de diversidad de enfoques y puntos de vista, solo se nos ofreció una relatoría de infidelidades y crisis de pareja apenas explicadas, razonadas, iluminadas por el juicio o la reflexión.
Aclaro que no estoy pidiendo la letra escarlata para Keyla (gracias a Yoraisy a mí me resulta hasta simpática); solo trato de explicar que sacrificaron su costado de heroína melodramática, para hacerla tal vez más contemporánea, y lo único que consiguieron fue desvanecer las muchas posibilidades de identificación con el personaje. ¿Será que no importaban tanto sus razones, para estar o no estar con David o Javier, o con los otros, como las razones de estos para estar o no con ella?
En fin, la conclusión nos dará más luz al respecto, pero lo que sí podemos asegurar desde ahora es que Polvo en el viento ha resuelto con mucho más acierto que sus inmediatas predecesoras el pacto entre realismo y melodrama que se le exige a la telenovela cubana de tema contemporáneo.
Creo yo que no deberíamos renunciar al tornasol verista que ha tipificado la telenovela cubana de tema contemporáneo, cuando en otras latitudes ahora es que están descubriendo las infinitas posibilidades dramáticas que ofrece la pura realidad, la vida misma, mucho más dramática y polémica que la más aguda ficción televisiva. Y si fue en Cuba que se le dio forma al clásico melodrama audiovisual, vía Félix B. Caignet, tal vez nos encontremos un día ante el hallazgo de que tengamos aquí también las fórmulas para reactivar el folletín contemporáneo. Conste que estoy empleando la palabra folletín sin ánimo peyorativo.