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Las películas del sábado pasado

La Dalia Negra, el mejor mérito de la cinta recae en la fotografía  y Dejà vú, desanda un género difícil que no todos en Hollywood saben hacer

Autor:

Randol Peresalas

No cabe duda que las películas son uno de los platos fuertes de la programación de verano. El pasado sábado en la noche se transmitieron dos interesantes propuestas: La Dalia Negra, del ya célebre Brian de Palma, y Dejà vú, del todavía promesa Tony Scott.

La primera de ellas, inspirada en hechos reales, nos devuelve a un cineasta que maneja como pocos la intriga y que ha sentado cátedra a la hora de homenajear al cine negro. No obstante, esta vez su voluntad no alcanza a levantar un guión en extremo profuso y lleno de pistas falsas —que, por lo demás, son auténticos lugares comunes—, lo que lastimó una historia atractiva, que merecía más inspiración.

El mérito de la cinta recae en la fotografía —con un trabajo de iluminación exquisito—, verdadero oasis para el director cuando de explayar su debilidad por el pastiche se trata; sin embargo, es evidente que a la puesta le faltó aliento: De Palma está demasiado pendiente de las citas y descuida la química entre los actores. Las dos femmes fatales de turno —Scarlett Johanson y Hilary Swann—, por mucho que se esfuerzan, no son más que pobres remedos de las de antaño, y tal parece que su única función dentro de la trama es aguardar por el devaneo hormonal del tipo duro. Mejor que ambas brilla la canadiense Mia Kirshner, quien en sus fugaces apariciones como la Dalia, saca la cara por un reparto muy desabrido.

Dejà vú, por su parte, me pareció mejor, en tanto no busca sino entretener de modo menos pedante. Más allá del «paquete» que nos impone con ese aparato diseñado por el gobierno para regresar al pasado y resolver así algunos casos policiales, al menos la cinta es coherente en su encargo, dinámica y, sobre todo, dramática en sus minutos finales. En cuanto a actuaciones: Denzel Washington, genial; Val Kilmer, sin nada que mostrar; y Paula Patton, toda una revelación.

Con efectos especiales de primera y provocando un derroche de adrenalina que cada vez se ve menos, el filme de Scott desanda un género difícil que no todos en Hollywood saben hacer. Algunos espectadores pueden haberse sentido extraviados por las explicaciones «científicas», pero eso no impidió seguramente que se identificaran con los personajes y sus situaciones límites. De hecho, apuesto que pocos televidentes imaginaron la resolución del conflicto; o sea, que la película los obligó a especular. Ahí radica su éxito.

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