Falsos documentos, libro de cuentos de Mirta Yáñez (1947), acaba de recibir, junto con otros nueve de diferentes géneros, el Premio de la Crítica. Fueron cien los ejemplares que publicó la colección Vagabundo del Alba —merecido homenaje a Fayad Jamís— de Ediciones Unión, y el conjunto de las 11 breves narraciones que integran el volumen apenas rebasa las 40 páginas, discreta pero hermosamente ilustradas por Rafael Morante. El libro tendrá su primera reedición para la venidera Feria Internacional del Libro. Creo, ante todo, que un tejido de relaciones muy particular, viene a legitimar de manera decisiva esta nueva propuesta de la también novelista y ensayista. La urdimbre trenzada en torno a cada cuento, donde no se busca definir, sino presentar, de una manera muy personal, trozos de vida que, en su conjunto, vienen a diseñar al hombre como ente, va a apuntar siempre a determinado centro de significado. Pero no se trata de la mera «enciclopedia descriptiva». Siempre es el diálogo con el objeto-sujeto el que legitima cada discurso que constituye, en sí mismo, una especie de ámbito perfecto porque predomina la armonía, la sutileza, el decir mucho sin apenas decir. Por eso Mirta se mantiene firme en su tarea de narrar para darnos el laberinto de sus visiones. Como Antonio Saura en una glosa memorable, «engaña al ojo para que la mano toque, seduce la mano para que el ojo vuelva a mirar», y es entonces como una entrega casi al borde mismo del abismo, pero sin estridencias, con una naturalidad que no es más que alumbramiento y transparencia: saber decir, saber contar.
Ante un cuento como Nadie llama de la selva —adviértase el elemento intertextual en homenaje a Jack London, entre otros muchos autores a los que rinde tributo y guiños inteligentes a lo largo de los textos—, que no dudo en calificar de memorable, no queda otra alternativa (para mí no hubo otra) que llorar. Pero como dijo Reynaldo González, «llorar es un placer». Entonces sentí que no hacía el ridículo conmigo misma y que la literatura, la cubana, la nuestra, volvía (podía volver) a tomar su cauce, lejos, muy lejos, de los que «cultivan» una literatura que, creen, gratifica a los lectores; pero solo es capaz de mostrar hojarascas crujientes del peor gusto. Pero pienso además, en estos inicios del siglo XXI, y tal como se mueve el mundo literario insular, y aún más allá de nuestras fronteras, que Falsos documentos es un libro valiente, sin concesiones, porque asume y enhebra las dos caras, ahora bastante distantes, de una misma moneda: vida y arte (vale decir, literatura), binomio indisoluble que, lamentablemente, viene sufriendo un divorcio cada vez más evidente. Entonces celebro, celebremos todos, la publicación de este libro: es elucidación de la vida humana, es forma de autoconocimiento, es universo que abarca ser y realidad, es ese nocturno «dejarse ir» donde se accede a un tiempo visceral que conduce al hombre hacia su esencia.