Foto: Roberto Morejón Para los amantes de la poesía, el nombre de Caridad Atencio (Ciudad de La Habana, 1963) no resultará desconocido, pues ella es una de las voces más sui géneris de lo escrito en el género en los últimos años. Ganadora de premios como Pinos Nuevos, Dador y La Gaceta de Cuba, Caridad es también una excelente ensayista, además de investigadora hace 16 años del Centro de Estudios Martianos.
Ahora nos ofrece para El Tintero la respuesta precisa a algunas de las interrogantes que, con suma delicadeza ella accedió a contestar.
—Entre la poesía, el ensayo y la investigación, ¿qué género prefieres y por qué?
—Me siento muy a gusto con todos y quizá esto tenga un fundamento, y es el hecho de poner la poesía en el centro de todo lo que hago. No creas, que tal intención me trajo bastantes problemas. Los que leían mis reseñas me decían que parecían un largo poema; quienes analizaban las investigaciones que terminaba señalaban, como especie de limitación, que mis trabajos eran propiamente ensayos que estaban íntimamente ligados a mi condición de escritora; los que degustaban la poesía, muchas veces la clasificaban en otro campo transgenérico.
«Ahora los mismos que decían, alegan que mis reseñas son exhaustivas, que emanan erudición, que mis ensayos constituyen estudios serios, concienzudos, que he madurado. Parece que han ocurrido las dos cosas: que he madurado y que me he impuesto a fuerza del constante trabajo. Me siento mal cuando paso mucho tiempo sin escribir poesía. He aprendido a lidiar con las etapas: llenar el pozo, prepararse para un nuevo proyecto, darle el tiempo que merece al que ya inicié. Adoro escribir reseñas sobre libros de poesía, las asumo como si fueran ensayos en miniatura, en potencia. Me gustaría escribir libros de ensayo sobre otros poetas relevantes de nuestro país, pero parece que esto tendrá lugar cuando me retire».
—Desde Los poemas desnudos hasta La sucesión, ¿en qué ha cambiado o se ha mantenido incólume tu poesía?
—Para contestarte esa pregunta tendría quizá que delinear mis coordenadas, mi ubicación en el mapa dentro de la poesía cubana. Pertenezco a un grupo generacional que comenzó a publicar en la década de 1990, cuando se recrudeció la falta de papel, y que, debido a esta eventualidad, pudo madurar, pulir más lo que ya tenía escrito y quería publicar. Es decir, hubo una decantación, involuntaria o por fuerza del azar, pero la hubo. Teníamos un deseo profundo: hacernos de una biblioteca prodigiosa, pues, como dijo Marx, tus libros son tus guerreros, y como tal hay que acudir a alguno de ellos en cualquier momento.
«En cuanto a la evolución a la que aludes, he dicho en una entrevista a Elizabeth Leis, editora de La Revista del siglo XX, que trato de que mi próximo libro no se parezca al anterior, así he explorado diversos caminos estilísticos. Recuerdo como momentos importantes en mi obra, libros como Los poemas desnudos, el primero que recibió atención de la crítica; Los cursos imantados, donde creo que se exponen, como en otros libros de poetas de mi generación, algunas de las inquietudes conceptuales respecto a la escritura, a la literatura; Umbrías, que atrajo la atención de poetas de la generación posterior a la mía; o La sucesión, libro del que verdaderamente esperé algún impacto, pero no en realidad el que ha tenido, pues ha hecho que personas de poéticas diametralmente opuestas a la mía reconozcan valor en él. Ha habido poetas que me dicen que a cada rato lo releen. Y yo no dejo de asombrarme. Creo que he ampliado el diapasón ideotemático y ensanchado los márgenes estilísticos.
«Parece que hay que atender a esas voces de los círculos literarios que le han puesto un sobrenombre a la especie de tendencia a la que pertenezco dentro de mi grupo generacional. Dicen que somos “El Palenque”, manera de denominar los presupuestos escriturales e ideoestéticos de Ismael González Castañer, Rito Ramón Aroche, Antonio Armenteros y Julio Mitjans. Hay que asumirlo, pues en verdad, —y quizá sea ese uno de los motivos decisivos para el título—, somos negros, algo a lo que no le habíamos dado ni la más mínima importancia, diferentes, bastante libres y exigentes a la hora de asumir el hecho poético, algo rebeldes cuando nos quieren vincular con otras poéticas menos rigurosas, muy concentrados en nuestros propios proyectos escriturales, y por extensión, muy cubanos, como parte de una metáfora que solo dejó volar su mito aquí, y en cuanto a presupuestos, anhelos e intenciones. Sí, parece que debemos asumir este sobrenombre, para nuestro total orgullo».
—¿Qué ha significado para ti como ser humano y como escritora estudiar a Martí?
—Creo que si me hubiera propuesto, como decisión preconcebida, llegar a ser una investigadora de la obra de Martí, quizá no lo hubiera logrado. Te diré que luego de haber estudiado la carrera de Letras en la Universidad de La Habana y de replegar a los instantes más íntimos mi inclinación de escribir —que viene desde la adolescencia—, me ubicaron en la Dirección de Cuadros del Ministerio de Cultura, en una plantilla especial, en una especie de adiestramiento. Siempre manifesté mi profundo deseo de trabajar en algo que tuviera que ver con mi especialidad, así fui reubicada un año después en el Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, donde aprendí nociones del trabajo de promoción cultural y del área específica de canje.
«Cuando transcurrió otro año, allá por 1989, fui enviada, aún como adiestrada, al Centro de Estudios Martianos. Se me dio una tarea en la que tenía que leer sin apuro una parte voluminosa de la obra de nuestro mayor escritor. Yo la aproveché con creces. Puedo decirte que mi formación como poeta y como investigadora marcharon paralelas. Me encontré con Martí, con su obra inconmensurable, y dije, ya sin temores de juventud, esto es lo que yo quiero ser: escritora, y ya al menos tuve algo claro.
«Estudiar a Martí, como escritora, significó el comienzo, la decisión, la proyección, no para hablar maravillas del poeta, de la figura, y caer subyugada por esa especie de estrella enigmática y cegadora que posee, que convierte a muchos de sus estudiosos en segundones que esclarecen su poética, su cosmovisión. Fue un punto decisivo para proyectar mi camino y tener los ojos abiertos para reaccionar siempre contra lo envolvente de su estilo. Como ser humano ha significado lo mismo. No tiendo a separar la cuestión escritural del fundamento ideotemático que emana de su obra. La gran difusión de la figura política de Martí hace pensar a muchos que los valores éticos son algo privativo de su obra, de su legado. Su obra es un ejemplo no solo para aprehender valores patrios, sino también para conocer cuál es el sentido de la vida para un ser humano, qué es lo esencial en la vida, qué debemos buscar, por qué hemos de luchar y no perdernos, como dice él, y pasar por la vida y no saber de sí».
—¿Cuáles son tus proyectos actuales y futuros?
—Estoy en un raro momento: tengo un voluminoso manojo de poemas que legitimo, pero que no constituyen un libro. Incurren en formas anteriormente halladas, pero con un margen de depuración a considerar. Tengo otro proyecto más abierto, más transgenérico, donde exploro lo narrativo, los apuntes, la memoria, las cartas, pero me pide el tiempo que no tengo. En cuanto a lo ensayístico estoy estudiando los sorprendentes Cuadernos de Apuntes de Martí, para analizar el proceso de asimilación y sedimentación de sus saberes poéticos. Como ves, este tema es todo un regalo al que aspira cualquier investigador, cualquier ensayista».