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Instantes de una travesía al cosmos

Hace 45 años Arnaldo Tamayo Méndez protagonizó una de las más grandes hazañas para Cuba, cuando se convirtió en el primer latinoamericano en viajar al cosmos. Ese suceso mantuvo expectante a todo un pueblo, puso a la Mayor de las Antillas en el foco del mundo, y todavía hoy es motivo de orgullo para todas las generaciones

Autor:

Juventud Rebelde

 

Con el despegue de la aeronave Soyuz 38, Arnaldo Tamayo Méndez se convirtió —un día como hoy— en el primer latinoamericano en viajar al cosmos, un hito en la historia de la exploración espacial y en la identidad y orgullo nacional. 

Nacido en 1942, Tamayo encontró en el triunfo de la Revolución Cubana la oportunidad que su humilde origen le negaba. Sus primeras inquietudes aeronáuticas, despertadas al ver aviones de guerra volar desde la Base Naval estadounidense, se convirtieron en una carrera tangible al incorporarse a las Columnas Juveniles del Trabajo y luego a la Asociación de Jóvenes Rebeldes en 1959.

No fue hasta dos años más tarde que su destino se selló tras la invasión de Playa Girón, cuando fue seleccionado para viajar a la Unión Soviética y formarse como piloto. Una carrera que lo llevó a ascender rápidamente en las filas de la Fuerza Aérea Revolucionaria y a convertirse en piloto instructor de primera clase.

Como parte del Programa Intercosmos, la famosa misión espacial que pasó al patrimonio histórico de esta Isla, despegó hace 45 años con el coronel piloto ruso Yuri Romanenko y, por supuesto, con la figura de Arnaldo Tamayo Méndez a bordo.

Durante siete días, 23 horas y más de 128 órbitas a la Tierra, el cosmonauta cubano, acompañado de otros colegas internacionales, realizó un crucial programa de 21 experimentos para la Academia de Ciencias de Cuba desde el complejo orbital Saliut 6.

«Este viaje no se trataba ni mucho menos de buscar honores, diría en ese instante el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, pues tiene objetivos de gran importancia para el mundo, objetivos de gran importancia para nuestro país».

«Una de las cosas realmente más valiosas fueron las investigaciones que se llevaron a cabo, investigaciones médicas variadas, investigaciones acerca de la naturaleza y los recursos naturales de nuestro país, investigaciones acerca de los materiales valiosos, indispensables para el desarrollo de la electrónica y la microelectrónica, investigaciones relacionadas con la energía solar y las posibilidades de su aprovechamiento. Se hicieron, en fin, numerosas exploraciones útiles», expresó.

La misión espacial se tradujo prontamente en una hazaña no universal. Tamayo representó más que el primer cosmonauta cubano, el primer latinoamericano, la primera persona de ascendencia africana y el primer ciudadano de un país del tercer mundo en viajar al espacio. Tamayo se convirtió en un símbolo de que las barreras impuestas por la geografía, la economía o el origen étnico pueden ser superadas, demostrando así que el cosmos nos pertenece como humanidad.

Por eso, el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, días después de la proeza, calificaría que «un cosmonauta no se escoge al azar (…), se requieren condiciones excepcionales para esa misión: se requiere un gran carácter, se requiere una gran capacidad; un gran valor, serenidad; se requiere una actitud revolucionaria. En dos palabras: se requiere para ello ser un comunista».

Para Cuba, un país pequeño y bloqueado durante décadas por una cruel guerra económica que hasta hoy sostienen los Estados Unidos, colocar a uno de sus profesionales en el espacio resultó una poderosa declaración de soberanía y autodeterminación. 

Y fue la concreción de un proyecto de desarrollo nacional sin precedentes, una inyección de credibilidad y prestigio para su comunidad científica, y una fuente de inspiración que evidencia que, cuando existe la voluntad política férrea y la decisión de creer en el potencial propio, no hay fronteras que no puedan sobrevolarse.

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