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El espeleólogo es un hombre de ciencia

La entrega del Premio Nacional de Espeleología Antonio Núñez Jiménez 2023 al Doctor Ercilio Vento Canosa se hará el 15 de enero del próximo año, en el aniversario 84 de la Sociedad Espeleológica y Día de la Ciencia Cubana

Autor:

Hugo García

MATANZAS.— «El mundo vive ciclos. El ser humano ha agravado el cambio climático, pero eso ha existido siempre. ¿Quién podría imaginar que Cuba hace 14 000 años era un desierto desde Matanzas hasta Holguín, con vientos fríos que recorrían una superficie árida, ríos que no llegaban al mar y una bahía deprimida en más de cien metros?

«El paisaje cambia y la vida del hombre no basta para notarlo, aunque ahora, con la aceleración del cambio climático debido a la sobreintervención humana, podemos percibir lo que en otros momentos se demoraba miles de años en pasar».

Conversar con el Doctor Ercilio Vento Canosa siempre es un regalo enciclopédico. A propósito de su otorgamiento del Premio Nacional de Espeleología Antonio Núñez Jiménez 2023, volvemos a su oficina en la sede del Historiador de la ciudad de Matanzas, puesto que ocupa desde hace varios años.

Este hombre, pequeño de estatura, cultor de más de una decena de idiomas y médico especialista en segundo grado en Medicina Legal, es un erudito que le ha dedicado más de 60 años de su vida al mundo de la espeleología, mientras se desempeña como profesor de Medicina Legal y Ética de la Universidad de Matanzas e Investigador Auxiliar.

«He tenido en este mundo grandes satisfacciones porque los espeleólogos son mis hermanos, y no solo los de Cuba, porque a nivel internacional he cumplido misiones de trabajo importantes», recuerda el experto que ha escrito 40 libros, y de ellos ya ha publicado 24.

«Redacté la Carta de Ética de la Federación Espeleológica de América Latina y el Caribe y tuve que cumplir funciones durante 16 años como secretario adjunto de la Comisión Internacional de Espeleosocorro. Luego dirigí la Sociedad Espeleológica de Cuba en 1998, cuando falleció Antonio Núñez Jiménez, hasta el 2012.

«También participé en la confección del único catastro completo que existe en la Isla, realizado entre 1969 y 1970, además de fundar los comités espeleológicos, que es la nueva estructura de la Sociedad Espeleológica de Cuba (SEC).

«La SEC es la más antigua en América, y como miembro de la Unión Internacional sostiene vínculos con numerosas naciones, con un sistema de retroalimentación.

«En Cuba el espeleólogo es un hombre de ciencia, además de ser el individuo que penetra en las cuevas, prima la actividad científica», ratifica Vento Canosa, quien considera que no se trata solo de explorar las cuevas, sino de estudiarlas a profundidad.

«El país cuenta con una superficie cálcica en el 60 por ciento de su territorio. La visión nuestra es muy amplia en el sentido ecologista, de protección de la naturaleza y búsqueda arqueológica, porque las cuevas son reservorios naturales de fauna y cultura. Mi tesis de Doctorado tuvo como tema el descubrimiento que hice en 1969 de las primeras evidencias de sífilis precolombina para las Antillas».

—¿La espeleología cómo llega a tu vida?

—Siempre me llamó la atención las cavidades subterráneas. La primera vez que entré a una cueva con ánimos exploratorios fue el 23 de diciembre de 1963, en La furnia de la chaveta, entre los poblados de Madruga, provincia de Mayabeque, y Ceiba Mocha, perteneciente a Matanzas. A mi madre le gustaba, pero a mi padre no, por eso digo que no había una afición familiar trascendente.

«Por esa época, con 16 años de edad, fundo el grupo espeleológico Carlos de la Torre en el preuniversitario de Matanzas, fusionado con el grupo de Orlando Soler Cartaya, pero con un propósito científico, no aventurero. La aventura puede agotarse, pero la ciencia no.

«El verdadero paso importante en mi vida fue el estudio del catastro de Matanzas, con más de 2 000 cuevas. Ahí nos dimos cuenta del elevado potencial de la provincia, segunda en el número de cuevas en la Isla, detrás de Pinar del Río. Al principio el propósito fue militar. Hoy ese catastro tributa también al sistema de nombres geográficos y a todo lo que tiene que ver con la geografía en sentido general.

«Solo el sistema cavernario Bellamar tiene 25 kilómetros, ampliado con el trabajo del grupo Félix Rodríguez de la Fuente. Hoy está considerada la cavidad subterránea en calcita más bella del mundo. Además, Matanzas posee el mayor número de pictografías indígenas, descubiertas en el sitio Canímar abajo.

«A la espeleología muchas personas la ven como la parte de aventura, de llegar a lo desconocido, y de eso también hay. Sin embargo, lo más importante es que esas cuevas traducen una historia geológica, expresan cómo han sido los cambios en un territorio, y permiten hablar de cambios de clima en más de 5 000 años: saber qué pasó y por qué podría volver a ocurrir».

—¿Cuál cavidad admira más?

—Sin dudas, Santa Catalina, que se encuentra entre la ciudad de Matanzas y Varadero. Cuenta con las únicas formaciones fungiformes que hay en el mundo. Bellamar es bella, pero Santa Catalina es excepcional en sus 15 kilómetros de galerías y se le otorgó la condición de Monumento Nacional y de Área Protegida.

«Hemos logrado un diálogo con organismos de la provincia para que se entienda la necesidad de cuidar las cavidades. Matanzas goza de tener esa reserva subterránea tan valiosa, además de disfrutar de un grupo de espeleólogos consolidados y trabajadores, y con una magnífica dirección a cargo de Esteban Grau.

«El movimiento espeleológico cubano es fuerte a nivel mundial, y se le respeta. Esa práctica ha ganado con el impacto de la modernidad. Yo empecé con una linterna de tres pilas, no teníamos ropa adecuada, el casco era de constructores…

«Hoy en día vestir a un espeleólogo cuesta más de 800 euros, porque solo las lámparas led que garantizan iluminación de más de cien horas son muy costosas. Y las ropas, equipos de descenso, las cuerdas… todo es caro. La suerte que en Cuba no predominan las cavidades verticales, como en otras partes del mundo, que es un alpinismo a la inversa y requiere entrenamiento especializado».

—¿En las cuevas tuvo algún percance grave?

—El 15 de agosto de 1975, un compañero mío cayó de 25 metros de altura en la cueva La clarita, al sur de Bellamar. Yo me encontraba en un nivel intermedio, a 15 metros del suelo, y pude pararle la caída antes de llegar al piso; o sea, llegó con la caída atenuada. Imagínate. Mi amigo pesaba 200 libras y yo solo 90. Me fracturé una vértebra de la columna, y con esa dolencia estuve durante siete horas haciendo el rescate, hasta sacarlo.

—¿Se ha desorientado?

—El espeleólogo interactúa con la cavidad. Tiene métodos para explorar, uno la conoce de memoria y la marca. Levantamos un plano y uno aprende a fijarse en los detalles… y aún así hay algunas cuevas muy laberínticas, esas en las que te pierdes gratuitamente. Uno se pierde cuando se cometen determinados errores.

«En la caverna de Santa Catalina se perdió un aborigen que murió de hambre y sed luego de apagársele el mechón. Perder las luces en una cavidad es terrible. Desde 1940, cuando se fundó la SEC, a la fecha solo han fallecido 12 personas, de ellas diez por accidentes subacuáticos».

—¿A quiénes le dedica este premio?

—A todos mis compañeros, sobre todo a quienes ya no están. Me vienen, a la mente los que me enseñaron: Orlando Soles, mi primer maestro; Núñez Jiménez, con quien tuve una profunda amistad; Silva, Graña…

—¿Qué recuerda de Núñez Jiménez?

—Tuve una estrecha relación de amistad y de trabajo. De él aprendí la constancia y los métodos de trabajo. Usaba una grabadora y grababa todo, después eso se transcribía. Por eso Núñez pudo escribir más de 190 libros. Sobre esa personalidad escribí el libro El otro Antonio, título que se debe a que no esbozo al estadista o la persona pública, sino al individuo que podía hacer una broma, ser amigo, el hombre desprendido.

«Recuerdo una vez que me preguntó con qué flash yo tiraba las fotos en la oscuridad de las cuevas, y le dije que con una linterna barriendo la imagen, y enseguida me dio su flash. Prácticamente todo lo que Fidel necesitó saber de la geografía cubana se lo aportó Núñez.

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