Marian, en uno de los laboratorios de la Universidad de Rostock, cuando preparaba su tesis de doctorado. Autor: Cortesía de la entrevistada Publicado: 19/06/2023 | 09:59 pm
BAYAMO, Granma.— Cuando apenas tenía 33 años logró tocar el sol y admirar a muchos, pues a esa edad se convirtió en Doctora en Ciencias Químicas, un título alcanzado en la universidad alemana de Rostock.
Y en 2023, con 35, Marian Blanco Ponce mereció uno de los premios de la Academia de Ciencias de Cuba (2022), lauro que ella ve como «el estímulo mayor» de su vida.
Es máster desde los 29 y ha recibido, entre otros galardones, el Premio del Rector de la Universidad de Granma (UdG) en la categoría de Profesor joven de mayor contribución a la investigación científica, tecnológica y la innovación (2021), además de un reconocimiento del Citma en esta provincia por su destacada investigación científica en 2022.
Pero esta bayamesa del reparto Pedro Pompa no se infla por tantos laureles en su biografía. Cree, por ejemplo, que «muchas personas tienen una historia más consolidada, han hecho más y ahí están, sin creerse cosas».
Anda con esa filosofía desde que estudiaba en el instituto preuniversitario vocacional de ciencias exactas Silberto Álvarez Aroche, en Bayamo, una institución donde fue concursante de Química bajo la tutela de Reynaldo Ballester Aguilar, y en la que otros profesores le dieron lecciones escolares y extradocentes.
Llegada a la Universidad de Oriente, donde estudió la carrera de Licenciatura en Química (popularmente conocida como Química pura), ensanchó ese pensamiento, sobre todo porque «estudiaba casi sin parar» y vio la humildad de sus compañeros en un grupo muy unido de apenas seis alumnos.
Doctorado de pruebas y lágrimas
Hoy se escribe fácil, pero para que Marian culminara sus estudios de doctorado tuvo que vencer varias pruebas, no solo académicas.
Necesitó saltar la barrera del idioma «porque no sabía ni una pizca de alemán», superarse ante «una tecnología totalmente diferente, con un equipamiento muy novedoso», ajustar sus rutinas a múltiples restricciones impuestas por la COVID-19 y sobreponerse a las infaustas noticias llegadas desde Bayamo, vinculadas con una penosa enfermedad de su progenitor.
Su primer viaje a aquel país fue en 2015, por tres meses, para recibir un curso de entrenamiento, gracias a la colaboración existente entre la Universidad de Rostock y la casa de altos estudios de Granma. Allá tuvo el privilegio de tener como profesor a Peter Langer, «un hombre incansable y muy reconocido», quien tiene varios doctorados Honoris Causa, concedidos por universidades de diferentes países.
Esa primera vez no resultó tan difícil, pues viajó junto a un colega que entonces trabajaba en la Universidad de Granma, Rodisnel Perdomo, y él la ayudó en la comunicación. «Regresé con un proyecto de doctorado y ahí inició otro reto inmenso».
Vinieron entonces varios trámites engorrosos de papeleos, aprobaciones y traducciones en Granma, Santiago de Cuba y La Habana, hasta que se concretó otra salida a Alemania. A la sazón, pasó en ese país 11 meses, un período en el que perfeccionó el idioma inglés, con el cual discutiría su tesis.
Volvería otras dos veces y en esas estancias largas trabó amistad con profesionales de Nepal y de Hungría; también coincidió con jóvenes de Letonia, Armenia, Argelia, Georgia, Rusia, Alemania, Bolivia, Colombia, Perú, Argentina, Vietnam y otras naciones.
En julio de 2019 partió de nuevo para concluir su tesis y discutirla al año siguiente, pero a los meses se encontró con una novedad: fue cerrada la Universidad de Rostock por la COVID-19 y se vio obligada a permanecer mucho más tiempo.
«Yo pensaba regresar en junio de 2020, que era cuando debía terminar. No fue así, estuve sin poder venir a Cuba hasta diciembre de 2021».
Discutió su tesis de doctorado (Síntesis de compuestos heteroaromáticos policíclicos mediante reacciones de acoplamiento cruzado catalizadas por Pd, metátesis de carbonilo-alquino y cicloisomerización mediada por ácido), cumpliendo estrictas medidas de seguridad, con poco auditorio y en un aula imponente. Realizó su exposición en inglés durante 30 minutos y luego respondió preguntas durante una hora.
«El embajador de Cuba, Ramón Ripoll, asistió esta tarde a la defensa de la tesis doctoral en la Universidad de Rostock de la joven máster en Ciencias, Marian Blanco Ponce, profesora en la Universidad de Granma, con la tutoría del profesor Doctor Peter Langer, quien recibió recientemente el título de Doctor Honoris Causa de dicha Universidad», publicó la página de Facebook de la embajada de Cuba en Alemania, el 12 de octubre de 2021, día de ese ejercicio académico.
A pesar de tantos meses lejos de casa, Marian no dejó de comunicarse con sus padres, Hilario y Miriam, ni con su hermano, Yoandro. En tales intercambios con la familia supo de una noticia que le estrujó el corazón: su papá había sido atacado por una agresiva enfermedad.
«Pude regresar y dedicarle mi doctorado, lo que más él quería. Ya estaba muy enfermo. Lo acompañé durante seis meses, y me queda la satisfacción de que me vio terminar», dice y rompe a llorar.
Viajando al futuro
Hace unos días conoció del estímulo más importante: el premio nacional de la Academia de Ciencias de Cuba (2022).
«El premio lo presentamos a finales del año pasado. Es el resultado de dos tesis de doctorado, la mía y la del Doctor en Ciencias Rodisnel Perdomo Rivera. También son autores el Doctor en Ciencias Eugenio Torres Rodríguez y los Doctores de la Universidad de Rostock Peter Langer y Peter Ehlers.
«En la propuesta se presentó la síntesis de 231 nuevos compuestos herocíclicos funcionalizados. La novedad del trabajo radica en el desarrollo de nuevos procedimientos sintéticos que tiene lugar con elevada regio y quimioselectividad», explica esta talentosa mujer, quien trabaja en el Centro de Estudios de Química Aplicada de la UdG.
Marian reconoce que detrás de cada premio hay muchas personas, «incluso algunas que me ayudaron sin conocerme» en circunstancias complejas. Está eternamente agradecida de «mis maestros y profesores, desde el círculo infantil hasta hoy, mis compañeros de la Universidad, mis vecinos, amigos, familiares... No puedo mencionar nombres porque la lista sería interminable».
No olvida tampoco a los profesionales del Instituto de Investigaciones Agropecuarias Jorge Dimitrov, en Bayamo, donde venció el servicio social desde 2011 hasta 2014. «Me gustó pasar por allí, aprendí mucho con gente muy buena y de gran conocimiento; fue donde tuve el primer choque con la investigación, es un lugar en el que se investiga cantidad. Ahí llegaron los eventos en distintas provincias, los cursos y las publicaciones. Mi tutor, Elio Lescay, me estimulaba a participar en todo lo que me aportara a mi crecimiento profesional», expresa al respecto.
Marian se considera una «joven normal», que sonríe, gusta de las fiestas y compartir con la familia o los amigos. Se ha dedicado a estudiar y todavía no ha podido crear familia propia, una aspiración pospuesta por tanta carga académica.
Piensa que no ha conseguido «nada extraordinario» y que un doctorado «lo puede hacer cualquiera», aunque requiere de mucha voluntad. «Hay que ser constante. Lleva su esfuerzo y tiempo, eso sí». Sin embargo, cree que el camino apenas comienza. Lo dice con total humildad y sencillez, mientras sus ojos parecen transportarse al porvenir.