Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Por un puñado de dólares (remake)

Humoradas y añoranzas alrededor de un sujeto que se dispone a marcar en las colas para comprar divisas

Autores:

JAPE
Sergio Leone

De negro a disolvencia suave, imagen muestra, en plano abierto, las primeras horas de la madrugada de un día cualquiera, en una ciudad de poco alumbrado. Paneo suave de izquierda a derecha de cuadro. En la banda sonora una pieza producto de la mezcla del folk, algo de country y una pizca de pop-rock, al estilo de los clásicos spaghetti western. Un silbido constituye la principal melodía sobre un fondo denso protagonizado por el sonido de un incansable argilófono o una zampoña. Innegable la mano de Ennio Morricone.

Plano cierra a detalle de unos pies que caminan sin prisa, pero sin pausa, hasta llegar a un grupo. Primer plano a rostro masculino, aún adormecido, que mira a todos. Primerísimo plano a labios que susurran:

—¿Quién es el último?

Plano abierto que panea grupo. Todos miran al recién llegado con una mezcla de desinterés y compasión. Una voz sale de la multitud:

—¿Para qué cola?

Hombre recién llegado responde contrariado:

—¿Cómo que para qué cola? ¡Pa’ comprar dólares!

Plano abierto en situación coral: Muchos se miran entre sí, otros hacen mueca de intolerancia, finalmente la voz salida de la multitud explica:

—Hay diferentes colas… para dólares, pesos mexicanos, euros… (Música se va en fade).

—¿Y todo no es lo mismo: divisas? —pregunta el hombre soñoliento.

—Sí, pero no. —vuelve a explicar con gusto la voz, ahora personalizada en mujer madura qué sale del grupo y se acerca—. El problema es que nadie sabe que habrá de la recaudación de ayer, y no todos quieren lo mismo. Por ejemplo, el señor quiere euros para ponerlos en una cuenta MLC y comprar un ventilador antes de que concluya el verano (señala para un hombre que asiente mientras acota):

—Ya saqué la cuenta y antes de los monzones de octubre en Tailandia debo tener mi ventilador Daytron o Haier.

La señora, que de forma amable explica, señala ahora a un señor mayor:

—Él quiere pesos mexicanos para ir a Cancún, en particular a Islas Mujeres, para ver si encuentra esposa allí, porque aquí no tiene suerte. Y ella —señala a una señora gruesa—, quiere unas libras…

—¿De más? —interrumpe el recién llegado.

—Libras esterlinas, señor —rectifica la mujer. Ella quiere ir a Inglaterra a conocer a «Los Bitle».

—Los Beatles ya no existen, señora —dice un joven que abraza a otro joven.

—¡Compañeros, deje que la gente sueñe con lo que le dé la gana! —se escucha una voz grave desde lo profundo.

—Está bien, está bien, —aplaca el hombre antes de que se disperse la conversación. Finalmente se decide. —Voy a marcar en todas las colas, a fin de cuentas, para lo que yo quiero la divisa, me sirve cualquiera…

Un silencio total llena la atmósfera. La genialidad de Morricone, convertida en notas musicales, vuelve a apoderarse del ambiente. Todos los ojos, todas las miradas, apuntan al hombre como francotiradores sicarios.

—Bueno; es para no tener tantos billetes en el bolsillo. Cada vez la moneda nacional abulta más —dice pensando haber resuelto las dudas.

Esta vez se dejaron escuchar murmullos, risas socarronas y hasta algún comentario a modo de estribillo de vieja canción (que no era de Morricone).

—¡Mentira!, ¿quién te lo va a creer?

—¡Compañeros, dejen que la gente haga con su dinero lo que le dé la gana! —tronó otra vez la voz desde lo profundo.

El silencio volvió a tomar protagonismo hasta que se sintió el chirrido de la puerta del establecimiento bancario que fungía como casa de cambio. Se abrió lentamente. Una mujer con ropa distintiva y con un listado en la mano asomó su figura. Todos miraban atentos. De manera suave, casi imperceptible se escucha la banda sonora de cada día. Una pieza musical producto de la mezcla del folk, algo de country y una pizca de pop-rock, al estilo de los clásicos spaghetti western. Un silbido constituye la principal melodía sobre un fondo denso, protagonizado por el sonido de un incansable argilófono o una zampoña. Innegable la mano de Ennio Morricone.

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