El liderazgo profesional de Borrego, desde Escambray, se convirtió en un referente reconocido no solo dentro del gremio periodístico, sino también por la más alta dirección del país. Autor: Cortesía del periódico Escambray Publicado: 04/10/2021 | 10:36 pm
SANCTI SPÍRITUS.– Hay noticias que te niegas a escuchar y mucho menos a escribir. Sucede incluso a pesar de que llevas más de una semana aferrada a que no llegará, porque la ciencia batalló hasta el último aliento. Porque esta provincia y medio país se mantuvieron pendientes, con toda la energía capaz de salvar.
Pero la COVID-19 volvió hacer de las suyas y deja huérfano al periodismo cubano: Juan Antonio Borrego Díaz, el alma del periódico Escambray, los ojos espirituanos del periódico Granma, el amigo de tantos, mi vecino además, no pudo imponérsele. Y el dolor no encuentra acomodo… Mucho menos la resignación.
Y es que ese guajiro de Jicotea —un paraje del municipio de Yaguajay— sabía como nadie robar corazones, estrechar sentimientos, servir y sumar; aunque no era de abrirse de alma.
Tenía el don de saber colocar cada palabra en su sitio justo, sin adornos por exceso. Demasiada humildad la de ese diputado de la Asamblea Nacional del Poder Popular desde 1998, quien logró ser un hombre amado sin medias tintas.
Lo aprendió, quizá, en aquellos días en que la montura, las espuelas y las botas regaladas por su padre eran su mundo más querido. Las mismas que colgó en su casa de campo el día en que se fue a la Universidad de Oriente, en Santiago de Cuba, para cumplir un sueño que jamás supo cómo le llegó.
Pero el instinto, la vida, el destino… no se equivocaron. Borrego no podía ser otra cosa: nació para el periodismo. Se lo confesó a una colega en aquel primer desacato editorial durante la celebración de los 40 años de su periódico, al ser entrevistado sin saberlo: «Escribir es una necesidad, es parte de mi contenido de dirección. Cuando en una semana no escribo ni una nota me pongo como un perro con bicho». Su cara al leerse en la portada del sitio fue el mejor regalo en aquel lunes de celebración.
Todavía no sé cómo podía complacerse: sobre sus hombros recayeron casi 24 años frente a un colectivo al que le exigió predicando con el ejemplo. Desde 1992 se convirtió en el corresponsal del periódico Granma, y no había historia o hecho que le corriera a un centímetro que no supiera colar en sus ocho páginas. Pocos saben construir un lead como él, con esas clases magistrales que desde el papel nos daba, luego de leerlo y compartir en el mismo escenario. Un olfato natural para envidiar, homenajear, admirar…
¿Que cómo pudo mantenerse tantos años en un puesto al que unos le temen y otros somos incapaces de asumir? Habrá que volver a su oficina de puerta eternamente abierta. Al compromiso que a fuerza de brazos sobre los hombros de sus colegas cosechaba. A sus ideas para intentar parecerse a sus lectores, aunque incomodaran a otros. A la defensa de cada uno de sus profesionales, para que las heridas fueran menos profundas; a estrechar lazos con esos colaboradores que seducía no con el pago, sino con el verbo, la convicción de que «por Escambray había que hacerlo todo». Compartir experiencias bajo su liderazgo era escuela y veneración por la casita de la calle Adolfo del Castillo —sede del seminario espirituano—, en el corazón de la Ciudad del Yayabo.
A esta hora, intentar descubrir la fórmula de Borrego será volver sobre cada logro de un periódico que desde el centro de la Isla se colocó como referencia para el país; no solo por sus múltiples premios en festivales nacionales de la prensa escrita, sino por intentar en cada reporte parecerse al Sancti Spíritus de a pie, como tanto decía. Significará regresar a los días en que se volcaron al escenario digital, y lo que parecía una quimera se hizo realidad. Incluso soñó con un estudio de televisión y ahí está Visiones, su noticiero, al que solo aceptó robar cámaras en las primeras emisiones, desde el silencio para que nadie se negara. Igual sucedió al dejarse enamorar por Twitter, en la que ni un solo día dejó de compartir las noticias que le parecían interesantes, o cuando armaba un minuto a minuto, como si fuera un periódico del primer mundo.
Su gran estreno en ese escenario, al que desde el primer día le puso todas sus fuerzas, fue en 2010, cuando el avión de Cubana procedente de Santiago de Cuba con destino a La Habana cayó en el medio de un marabuzal, cerca de la ciudad espirituana. Fue de los primeros en llegar y contarle al mundo lo sucedido. Tanto así que en pocas horas el sitio digital colapsó, pero demostró que su equipo podía colar la noticia en el gran universo virtual.
Bebía de las buenas experiencias. Aspiraba a que la marca Escambray ganara mayores seguidores, pero sabía que el reto era atrapar con productos diversos, exigidos por los públicos. Sufría ante cada desliz, incluso la más mínima coma que se le escapara hasta al mejor editor.
Por tantas cosas así, si Escambray tuviera apellido fuera Borrego. Era el primero en llegar y casi siempre el último en salir. Estaba siempre, aunque no fuera físicamente. Dicen que los mediodías con aroma a café se hacían más placenteros por sus cuentos. Los mismos que amenizaban las largas horas de recorrido reporteril, y sé por referencias cercanas que también los soltaba en las reuniones de corresponsales de Granma y en los recesos de la Asamblea. Unos sobre vivencias, otros de sus múltiples lecturas o de los personajes que encontró y les arrancó tantas historias.
¡Y qué decir cuando un tema le desvelaba! Fue de los más fieles seguidores de la serie LCB: La otra guerra, sobre la lucha contra bandidos, porque desde antes se había dejado arrastrar por el libro El Caballo de Mayaguara. Una tarde salió rumbo al lomerío trinitario hasta dar de frente con los potricos que inspiraron la serie. Por alguna edición de Granma galopa esa historia.
También estarán otros buenos reportes; muchos, como en las páginas de Escambray, a los que volveremos para encontrar la sabiduría de un hombre que sin grados científicos —aunque nos impulsó a tantos a conquistarlos— enseñó que el periodismo se hace a golpe de alma y coraje.
Será esa mi inspiración, e intentaré cumplir con su último pedido, cuando ya dos finos tubos con oxígeno le sostenían. Sí, Borrego: me cuidaré por ti, por mí y por intentar acercarme a la grandeza de tu periodismo.