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(Im)pacientes

Ahora sabemos lo que es estar al otro lado del tuntún: varias veces al día la doctora Ana María pasa preguntando cómo nos sentimos, las jóvenes Yatami y Dairelys nos toman la temperatura y Amado llega con las seis entregas de alimento y hasta con un buchito de café

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila

Cuando salimos de la quinta de los Molinos rumbo a la residencia estudiantil Victoria de Girón, de la universidad médica capitalina, creí que el siguiente paso de esta historia de aislamiento sería muy difícil de reportar.

De las 70 personas de seis municipios que atendimos desde el debut del centro en el Instec, se reportaron 16 con PCR positivo al SARS-CoV-2, y aunque tomamos todas las precauciones en cada estancia en zona roja, ahora estamos oficialmente en la categoría de contactos y debemos permanecer en las condiciones que tanto predicamos a quienes se alojaban bajo nuestro cuidado: no salir de la habitación, usar nasobuco hasta para dormir, respetar la distancia y lavar las manos constantemente.

Con honestidad, pensé que nuestra tripulación estaría irritada o muy ansiosa durante la espera antes del PCR de rigor, sin nada especial que hacer esos cinco días tras más de dos semanas de labor intensa en función de los atribulados huéspedes.

Me alegra asegurar que no es así. Tanto los estudiantes como el profe Germán, la seño Anay y los doctores Betsy y Daniel se mantienen en sus camas la mayor parte del tiempo, estudiando, contactando con la familia por WhatsApp o viendo televisión, y la tranquilidad es tan palpable que hasta las ardillas y gorriones del jardín vecino se animan a curiosear en nuestras ventanas.

Yeirys aprovecha las tecnologías para mantenerse al día en sus evaluaciones. Foto: Mileyda Menéndez Dávila.

La mayor preocupación del equipo es que seguro engordaremos: la comida es excelente, y nuestro anfitrión, Amado, está al tanto de todo lo que podamos necesitar. Así son los ciclos de la vida… Vemos su desvelo y pensamos en las personas que atendimos antes. Sabemos que se puede hacer poco para contentar a alguien que debe mantenerse en un espacio reducido sin tener síntomas de ninguna enfermedad, pero una mirada empática es un bálsamo en estas condiciones.

«Quisiera irme, pero aún no podemos», dice Amián, parado cerca de la litera en que Fabián repara su computadora, la segunda «paciente» del aspirante a Físico en estas tres semanas. Olguita avanza en sus seminarios y Yeirys se esfuerza para estudiar sobre transferencias de fase en la plataforma digital Moodle. Tiene el texto básico en la PC, «pero las conferencias del profe Rubayo son lo mejor», dice ilusionada, y me tienta decirle que en eso de cambiar fases y estados con naturalidad ya está hecha una experta.

Ahora sabemos lo que es estar al otro lado del tuntún: varias veces al día la doctora Ana María pasa preguntando cómo nos sentimos, las jóvenes Yatami y Dairelys nos toman la temperatura y Amado llega con las seis entregas de alimento y hasta con un buchito de café recién colado.

Ellas son profesionales de Salud en prestación de servicio, pero el joven lleva como instructor de esta residencia estudiantil más de ocho años, uno de ellos trabajando en función de la epidemia. No todos los grupos que han pasado por acá son tan disciplinados, me cuenta. Otras tripulaciones han sido francamente impacientes y a veces hay personas muy groseras, que se resisten a las reglas del centro, algo que no logra explicarse porque todos han estado metafóricamente en sus zapatos.

La seño Anay, del otro lado del termómetro. Foto: Mileyda Menéndez Dávila.

En este bloque, usualmente ocupado por estudiantes del Congo, hay capacidad para 50 huéspedes. Los primeros tres días estuvimos solos los nueve provenientes del Instec, pero mientras escribo siento en el largo pasillo risas y voces desconocidas: se nos suman en la espera ocho integrantes de la primera tripulación del ISRI (último centro de aislamiento que abrió en la capital, pocos días después que el nuestro) y otros 20 que sirvieron dos semanas en el centro de aislamiento habilitado en la Escuela de Instructores de Arte (EIA) Eduardo García Delgado. 

Será una convivencia corta porque el sábado es su toma de muestras para el PCR y la nuestra será mañana. Si todo está bien, jueves o viernes estaremos despidiéndonos para regresar a casa, y luego esperaremos otros cuatro o cinco días para reincorporarnos a la vida cotidiana, siempre conscientes de que el virus suele hacer trampas y no hay que poner en riesgo a las personas que nos rodean.

Mañana les contaré sobre la experiencia de nuestros nuevos vecinos. Ya supe que una parte de la tripulación de la EIA es del Inder y varios de sus colegas decidieron quedarse a doblar otros 15 días.

Luego la gente pregunta dónde está la juventud cubana…

Reto del día: ¿Cómo convences a una ardilla de posar para nuestras cámaras?

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