Brindar más amor que salud siempre ha sido la divisa de este joven doctor. Autor: Daymara González Hernández Publicado: 19/03/2019 | 09:50 pm
«Más de una vez en mi vida como médico me vi solo en Cuba, Venezuela y Brasil, sin tener cerca a un profesor a quien consultar en caso de alguna duda, y he tenido que luchar así por la salvación de distintas personas en estado de gravedad». Así cuenta el doctor Jorge Luis de la Torre Romero, nacido en la histórica localidad oriental de Cinco Palmas, en Media Luna, Granma, donde hoy es el director municipal de Salud.
«Uno de esos casos complejos fue el estatus epiléptico crítico de un niño, que me llegó en La Platica,en plena Sierra Maestra, en 2001. Lo montamos en un carro que fue por casualidad a resolver un problema eléctrico a la zona. Fue impresionante. Aunque era de piel blanca, me lo trajeron ya “negrito”, cianótico. Durante su traslado a un centro de salud la mamá me sirvió de ayudante. Le apliqué un medicamento. Iba con fuertes convulsiones. Fui dándole permanentes masajes en el pecho.
«Yo tenía 27 años. Me sentí su protector y salvador, sobre todo en el instante en que lo entregué a los demás médicos. Al llegar al hospital le dije al colega que lo recibió: “¡Te lo entrego vivo!”. Sentí haber vencido un examen difícil y experimenté a la vez un sano orgullo de ser galeno y de haberlo mantenido con vida en el trayecto.
«Aquello superaba la literatura médica. Uno lee fácilmente los estatus epilépticos en niños, pero enfrentarlos ya es mucho más difícil, sobre todo teniendo al lado a la madre del pequeño llorando, muy nerviosa y desesperada ante su posible muerte. Por fin le salvé la vida, aunque todo el tiempo estuvo convulsionando y parecía que su corazón no resistiría.
«En Anzoátegui, Venezuela, en esa época aprendí varios conceptos de Fidel cuando nos dijo algo, y fue la primera vez que lo vi rectificar lo que decía. El Comandante en Jefe expresó con una gran dosis de honestidad “lo que ustedes van a hacer en tierra bolivariana no tiene precio, rectifico, tiene un valor infinito”».
«En una ocasión atendí a un niño asmático gravísimo. Los padres no eran chavistas. Cuando logramos llegar con él vivo al hospital provincial de Anzoátegui, un pediatra venezolano le dijo al padre: “Si no llega a ser por ese médico cubano, no hubiéramos podido salvarle la vida a su hijito, porque llegó de color azul, casi negro”.
«Al salir corriendo con el muchachito estábamos en la comunidad rural de Santa Inés, a 40 kilómetros del hospital, pero actué en el camino como se debía hacer y se salvó. Asimismo, me vi en medio de muchos partos urgentes y pude resolver las cosas. Ya las embarazadas no acudían a los hospitales rurales. Me buscaban para parir con mi ayuda.
«El primer parto difícil lo enfrenté en Cuba, en Vicana Arriba, pero sin problema alguno. Sin embargo, en Venezuela atendí a una joven embarazada de unos 20 años, ya en período expulsivo. Antes le habían hecho una cesárea, por lo que no estaba acostumbrada a parir. No había un transporte. Tuvimos que actuar rápido. Temí una ruptura uterina que allí significaba su muerte. Mandé a canalizarle una vena periférica en cada brazo, por si acaso ocurría algo.
«Ella esperaba una hembrita. Le tenía un nombre, pero fue un varón. Le pregunté cómo lo llamaría y me dijo: “Se llamará como usted: Jorge”. ¡Los salvé a los dos!
«En otro sitio venezolano, en el Centro de Diagnóstico Integral (CDI) del municipio de Libertad, ya no estuve solo, sino muy cerca de grandes profesores, como el doctor y especialista de Ortopedia Emilio Diego Márquez Camay, del hospital Lenin, de Holguín, y con el doctor y especialista de segundo grado en Cirugía General, Osmar Sosa, de Granma.
«Ese lugar lo atravesaba una autopista y ocurrían accidentes de tránsito muy graves de todo tipo. Recuerdo a un joven que venía de una actividad en un hotel, cantante del grupo de música popular Los Melódicos. En un choque violento, sufrió la fractura de las dos piernas por varias partes, situación crítica, casi incompatible con su vida: se fracturó las tibias, el peroné, y una porción de la cresta ilíaca.
«Hubo que injertarle partes óseas suyas y así se le formó un hueso “nuevo” para que se le pudieran salvar sus piernas destrozadas. ¡Se curó y se rehabilitó! Un éxito total.
«Recuerdo también a un paciente que estaba en contra del Gobierno de Hugo Chávez. Llevaba años esperando una cirugía de vesícula en el barrio de Santa Inés y una tarde me llamó y me dijo: “Cuba —porque a los cubanos nos decían así— yo me estoy muriendo. Tengo una compleja situación de salud y a la vez una vergüenza muy grande con ustedes. Han hecho un gran trabajo gratis para los pacientes más pobres”.
«Lo operó el doctor Osmar en el CDI nuestro, por la vía tradicional. Yo entré a la sala de terapia y al verme me agradeció lo que se había hecho por su salud.
«En Venezuela el doctor Emilio Diego nos enseñó una técnica de inyección en la columna lumbar de un esteroide y un anestésico mezclados. No estaba eso en los libros de Medicina. Nos dijo: “Se van a acordar de mí toda la vida”. Y así ha sido. Fue algo exitoso. Una paciente con cinco años de sufrimiento de dolores lumbares muy fuertes se paró frente a mí y me dijo: “Doctor, ¡Dios en el Cielo y usted en la Tierra!”. Nadie me había dicho semejante cosa. Fue que le apliqué la técnica del profe Emilio y se le alivió el dolor. Ella salió de la consulta gritando que yo había hecho un milagro».