CAIMANERA, Guantánamo.— Un prestigioso cronista local, ya desaparecido, solía decir que la condición de Primera Trinchera Antiimperialista de Cuba y de América Latina no le venía gratuitamente a Caimanera, un poblado de pescadores, cuya gente humilde y laboriosa vive desde 1903 bajo la sombra de un poderoso enemigo de la especie humana.
Con orgullo proclamaba Héctor, «Tati», Borges a los cuatro vientos que allí se había desafiado por décadas al colonialismo español hasta dejarlo casi exánime. En su momento, en Caimanera se enfrentó la agresión de los ingleses que no pudieron acomodarse en la estratégica Bahía de Guantánamo, y aún mantienen a raya al más poderoso imperio de todos los tiempos, que ocupa una franja de 117 kilómetros cuadrados en la ilegal base yanqui.
Esa herencia guantanamera de resistencia y escarmiento al invasor gravitaba en la conciencia de los caimanerenses el 19 de diciembre de 1958, cuando unos 60 combatientes del Ejército Rebelde atacaron el cuartel de la Guardia Rural de ese poblado.
La tarde de ese día proseguía apacible para la mayoría de sus habitantes, ajenos a la epopeya heroica que un grupo de jóvenes fraguaba en medio de la aparente tranquilidad. Crucial misión se les había encomendado: tomar Caimanera antes de rendir a Guantánamo.
Esa posición constituía la única vía de suministros que le quedaba en la zona a las fuerzas de la tiranía, y estaba defendida por más de 50 efectivos, entre marinos, miembros del ejército y paramilitares, según indagó el Servicio de Inteligencia Rebelde.
Combatientes de la Columna 20 Gustavo Fraga, al mando del entonces capitán Demetrio Montseny Villa, y personal de otras columnas del II Frente Oriental Frank País, avanzaron por la calle principal con una caravana de tres yipis, dos camiones y una zapa con un cañón, para cubrir las posiciones aledañas a la guarnición militar.
Minutos después el enemigo abrió fuego con una ametralladora calibre 30 situada en la azotea del puesto naval, sin tomar en consideración a los civiles, entre ellos mujeres y niños. El nutrido fuego rebelde y dos disparos de cañón, el segundo con efectividad, precipitaron la solicitud de diálogo.
El enemigo proponía rendirse con la condición de permanecer en libertad y armado, petición que fue negada por el capitán Villa, quien respondió que la rendición tenía que ser incondicional. Al no aceptar, los rebeldes salieron en zafarrancho de combate, seguidos por el pueblo enardecido que se lanzó a las calles para apoyar a los guerrilleros.
La impetuosa avalancha neutralizó a los guardias. A las 4 y 35 de la tarde se rendían los cuarteles de la Guardia Rural y la Marina de Guerra; los rebeldes liberaron el poblado, cortaron la última vía de suministros a las tropas del tirano Fulgencio Batista acantonadas en Guantánamo, y abrieron un capítulo de dignidad para el territorio.
Junto a las fuerzas rebeldes combatieron las células y milicias del Movimiento 26 de Julio en Caimanera, las que al día siguiente rechazaron un ataque por mar del guardacostas CE-201 Caribe y la fragata F-303 Máximo Gómez, pertenecientes a la Marina de Guerra de la tiranía.
Caimanera dejó de ser la de los marines, los bares y las mujeres de la vida. Quedaron atrás las luchas de los portuarios por sus reivindicaciones y el trabajo deshumanizado para la extracción de sal, entre otras vejaciones.
*Agradecemos la colaboración en esta sección de la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado.