Las narraciones de inmoralidades, fraudes, robos, torturas, asesinatos y otras atrocidades suscritas y llevadas a cabo personalmente por Batista —sumadas a las de sus principales esbirros y compinches— no caben en una memoria flash de las de mayor capacidad.
Una de las cosas más «nobles» que hizo y su último acto como Presidente saliente en 1944, fue nombrar como capitán del Ejército a un cuñado suyo que apenas sabía qué era un campamento. Pero este apenas tuvo tiempo de agradecérselo. ¿Por qué decimos esto? Porque en esa misma fecha la primera decisión de su sucesor, Ramón Grau San Martín, fue precisamente cesantear a ese cuñado.
Hay miles de ejemplos de la corrupción y la descomposición moral de los politiqueros y militares de esa época, sus robos al erario público, su ilimitado enriquecimiento y sus escandalosas vidas personales.
Pero hay uno que encierra una pasmosa y ridícula desfachatez, además de abuso de poder, que fue comentado en los campamentos militares y fuera de estos, cuando un avión militar se estrelló en la finca Kukine, de Batista, en los momentos en que cumplía la «urgentísima misión» de llevar un par de zapatos que la primera dama quería exhibir esa noche en una fiesta de amigotes.
Pero eso se queda «chiquitico» cuando sabemos, por ejemplo, lo que declaró públicamente Guillermo Alonso Pujol, vicepresidente en el gobierno de Carlos Prío Socarrás, a la prensa, sobre unos planes furtivos de Batista. Dijo que estaba preparándose para dar un golpe de Estado lo antes posible; que el militar se lo confesó en Kuquine, y que él lo convenció de que no lo hiciera.
Alonso Pujol estaba en su casa, en Varadero, cuando Batista lo llamó por teléfono, pero el vicepresidente había salido en esos momentos y tuvo Fulgencio que dejarle el recado.
Al regresar, enseguida lo llamó, y Batista le dijo, en clave: «El enfermo ha mejorado y se ha suspendido la operación. Nos sentimos sumamente alarmados al no localizarte ayer».
Pujol comentó que para Batista «el PAU (Partido Acción Unitaria) era, en lo externo, su apoyo político. Pero sus verdaderos «partidos» coadyuvantes o decisivos se llamaban Blanco, Amarillo y Azul, con lo que aludía, por el color de sus uniformes, a la Marina de Guerra, el Ejército y la Policía.
Según los materiales consultados para estos trabajos, los medios de difusión y otras fuentes —sumados a las argumentaciones dadas por el mismo Batista—, permiten decir, sin temor a imprecisiones historiográficas, que a la altura de marzo de 1951, ya el sargento autoascendido a general concibió llegar al poder a través de un zarpazo a espaldas del pueblo, y haciendo trizas la Constitución de su patria.
Es sumamente curioso el hecho de que la misma persona que pensara realizar tamaño ultraje a su país, tuviera el descaro de formular angelicales declaraciones, como si fuera el campeón de la democracia y el paladín en la defensa de la Carta Magna cubana, las leyes todas y las instituciones establecidas, con lo cual encubrir sus grandes egoísmos y ambiciones de mando, riqueza y ostentación.
Bibliografía: El Grito del Moncada, Mario Mencía, p.p. 24, 25, 32, 34, 36 y 56 Editora Política, La Habana, 1986; y Sección En Cuba, Bohemia 5 octubre de 1952.