Otra mujer que dejó una impronta imborrable en la historia de Las Tunas fue Mercedes Varona. Autor: Archivo de JR Publicado: 21/09/2017 | 05:18 pm
LAS TUNAS.— En el libro cubano de la épica, nuestras mujeres tienen rubricados sus propios capítulos de gloria. No existe proeza de pólvora o sudor desentendida de su ubicuidad. Ellas han sabido estar a la altura de los hombres en cada convocatoria. Y muchas conquistaron el rango de heroínas tanto en las guerras decimonónicas como en el ciclo posterior a 1959.
Entre las féminas que hicieron de sus vidas una ofrenda permanente a la emancipación de la Patria del yugo colonial figuran varias tuneras. Algunas procedían de cuna menesterosa y humilde. Pero otras nacieron entre lujos y oropeles. Juntas y sin distingos combatieron por una causa común. Y triunfaron. Lo dijo Martí: «Cuando la mujer se estremece y ayuda, la obra es invencible».
Brígida Zaldívar, el ícono
Esta ilustre mujer nació en Puerto Príncipe, el 1ro. de febrero de 1839. Tuvo una niñez opulenta, pues su familia disfrutaba de holgada posición económica. Su madre, Francisca, era prima de Salvador Cisneros Betancourt, marqués de Santa Lucía; y su padre, Juan de Dios, poseía vastas extensiones de tierra para la crianza de ganado vacuno, muchas localizadas en áreas de Las Tunas.
Vicente García, hijo de prósperos hacendados tuneros, viajaba a menudo hasta la villa de los tinajones en menesteres de negocios. Cierta tarde conoció a Brígida. Hicieron tan buena química que pronto floreció entre ellos el amor. Luego de un corto noviazgo, se casaron el 22 de agosto de 1855. Tenía ella 17 primaveras.
Pasado un año, la joven esposa se enroló junto a su hombre en un complot contra España, al que la falta de organización y de apoyo condenaron al fracaso. Pero devino referente para el llamado al combate el 10 de octubre de 1868. Vicente se alistó y marchó a la manigua; Brígida quedó en la retaguardia, a cargo de los hijos.
El 24 de octubre de 1868, el coronel español Eugenio Loño, jefe militar de la provincia de Oriente, estableció su cuartel general en la ciudad de Las Tunas. Su propósito era someter al Mayor General Vicente García —cuyo valor hizo que sus enemigos lo bautizaran como el León de Santa Rita— y obligarlo a deponer las armas.
El oficial ibérico apeló a un recurso cruel y mezquino: encerrar a la familia del mambí —esposa, hijos y anciana suegra— en su casona de la calle Real. Las puertas y ventanas del inmueble fueron clausuradas con maderos y clavos y se prohibió cualquier contacto con el exterior, incluso para el suministro de alimentos.
Loño conminó a Brígida a escribir una carta al insurrecto para que se entregara, pero ella se negó. Al tercer día de reclusión murió de hambre María de la Trinidad, la hija más pequeña, de solo cuatro meses de nacida. Brígida no bajó la cabeza y mantuvo por dos días el breve cuerpecito entre sus brazos. Saúl, otro de sus retoños, corrió igual suerte antes de que se levantara el encierro gracias a la repulsa pública.
Cuando las tropas al mando de Manuel de Quesada asaltaron la ciudad el 16 de agosto de 1869, Brígida se incorporó a la pelea como enfermera. Después marchó a la manigua junto a su esposo y los pequeños hijos. En agosto de 1871 fue hecha prisionera con su prole infantil. Ya liberados, y ante el acoso que vino luego, Vicente García optó por enviarla a ella y a los niños al exilio.
Brígida estuvo en Jamaica, donde pasó múltiples aprietos. Saltó luego a Río Chico, en Venezuela, residencia a la sazón de su hija Caridad. Después de la Protesta de Baraguá, el Mayor General Vicente García se les unió. Allí murió envenenado en oscuras circunstancias el 4 de marzo de 1886. Su esposa le dio sepultura.
Al comenzar la guerra de 1895, la brava mujer marchó al monte como simple soldado, y llevó con ella a su hija María. Víctor Marrero, Historiador de la Ciudad, escribió sobre este suceso: «Cuentan que, al verla de campaña, un coronel español le preguntó: “¿Y a dónde va doña Brígida?”. A lo que respondió, decidida, la matrona: “Me voy a la manigua, la memoria de mi esposo me lo exige”».
Al finalizar la contienda se estableció en el extranjero. Regresó a Las Tunas el 25 de enero de 1907, a traer a su tierra natal los restos mortales de su esposo, el Mayor General Vicente García. Después de vivir durante un tiempo en Santiago de Cuba y en esta ciudad, se radicó en La Habana, en la casa 715 de la Calzada del Cerro, donde falleció el 25 de mayo de 1918, a la edad de 80 años.
Iria Mayo, el ejemplo
Otra mujer que dejó una impronta imborrable en la historia de este territorio del oriente cubano fue Iria Mayo Martinell. Su devoción por la causa de la libertad de Cuba, y a pesar del tiempo transcurrido, incide aún sobre los sentimientos. Jamás fue esquiva a los peligros y los sacrificios cuando se trató de sus ideales.
Descendiente de una familia que envió a más de 25 de sus miembros a la guerra independentista iniciada por Carlos Manuel de Céspedes en 1868, y luego a la de 1895 organizada por José Martí, Iria era hija del matrimonio formado por Joaquín Mayo y Victoria Martinell.
Contrajo nupcias con el ingeniero militar francés Charles Feliberto Peisson —Charles «Peiso» para los tuneros—, sargento mayor de la Comuna de París. Este hombre, luego de fracasar la intentona en la Ciudad Luz, huyó a España. Al ser capturado en la península, se le brindaron dos opciones: la deportación a Francia para ser guillotinado o el ingreso al ejército español para ser enviado como soldado a las colonias de ultramar. Así llegó a Cuba.
Tan pronto descendió del barco que lo trajo desde Europa a la Mayor de las Antillas, «Peiso» fue destinado a Las Tunas. En esta ciudad estableció enseguida contacto con los patriotas. Desde su cargo en la Plaza de Armas comenzó a colaborar en la lucha contra el colonialismo español. Se convirtió así en el agente Aristipo.
Y aquí comienza la historia de Iria, que es como una oda al patriotismo. El 20 de septiembre de 1876 se le confió la difícil misión de burlar las líneas de defensa enemigas para entregarle al Mayor General Vicente García el plano de las fortificaciones de la ciudad esmeradamente diseñado por su marido, Charles «Peiso», quien en breve tiempo se incorporaría al Ejército Libertador.
Iria aprovechó su avanzado estado de gestación para guardar los preciosos documentos bajo su blusa de embarazada. Con esa artimaña logró burlar la vigilancia de los españoles y llegar al campamento mambí sana y salva. Gracias al referido croquis, el León de Santa Rita tomó la villa tres días más tarde, expulsó de sus predios a los españoles y la redujo a cenizas comenzando por su propia casa. La revista Bohemia reseñó así lo que ocurrió después: «Iria fue delatada y llevada a prisión, acusada de ser esposa y cómplice de un insurrecto. En la cárcel trajo al mundo a su primer y único hijo. El enemigo se ensañó con la joven madre. Luego del parto, fue dictada la orden de su traslado hacia la cárcel de Bayamo, de ahí que la obligaran a integrar la cordillera de presas que recorrería a pie una gran distancia hasta la prisión.
«Presintiendo el fatal desenlace de su traslado, encomendó su recién nacido a otra encarcelada, una exesclava, a quien le pidió que, al término de la guerra, contactara con el padre de la criatura y se la entregara. También que de nombre le pusiera León —por el León de Santa Rita, General Vicente García— y Filiberto, por su esposo Charles Filiberto Peisson. Durante la penosa travesía las fuerzas de Iria se agotaron debido al hambre, las hemorragias y el dolor por la separación del hijo. Como no pudo continuar la caminata, los soldados colonialistas la asesinaron a machetazos».
A «Peiso» no le fue mejor. Un descendiente suyo, Oliverio Peisson Brea, lo relató así al semanario Escambray, de Sancti Spíritus: «Incomprendido por los sectores más recalcitrantes del campo insurrecto y perseguido con saña por las autoridades españolas que nunca le perdonaron su papel en la toma de la ciudad ni los laureles en la sien de Vicente García, Charles «Peiso» cayó en combate el 7 de julio de 1877. Luego de reconocido su cuerpo, fue trucidado en 54 pedazos y expuesto en la plaza del pueblo».
Mercedes Varona, la indoblegable
En el levantamiento patriótico ocurrido en Las Tunas luego de la clarinada de La Demajagua, el 10 de octubre de 1868, junto a los hombres convocados por Vicente García respondieron también las féminas de la comarca. Entre ellas, brilló con luz propia una de armas tomar: Mercedes Varona González, quien fue de las primeras caídas en combate por la causa de la independencia criolla.
Mercedes procedía de una familia tunera muy identificada con el anticolonialismo. Cuando comenzó la Guerra Grande en 1868, todos sus hermanos se fueron a la manigua. Ella, por su parte, se convirtió en activa colaboradora de los insurrectos, a quienes ayudaba con medicinas, ropa, información y pertrechos diversos.
Su casa, en la zona conocida por Las Arenas, se convirtió rápidamente en activo centro de conspiración. En sus habitaciones se guardaron armas y municiones y hasta se preparó un plano de la plaza de Las Tunas para llevar a cabo acciones militares.
Antes de caer abatida por las balas el primero de enero de 1870 durante una refriega entre españoles y mambises, la también llamada Heroína de Las Arenas gritó a todo pulmón: «¡Viva Cuba! ¡Fuego, cubanos, poco me importa la vida si la Patria se salva!». Todavía no había cumplido la valiente joven 20 años de edad.
En su memoria, José Martí nombró Mercedes Varona González al primer club femenino que fundó en el exilio, del cual formó parte también, por cierto, la puertorriqueña Lola Rodríguez, autora de los versos que dicen: «Cuba y Puerto Rico son/ de un pájaro las dos alas/ reciben flores o balas/ sobre un mismo corazón».