NUEVA GERONA.— Con el mismo espíritu con que los asaltantes al cuartel Moncada entonaron el Himno de la libertad durante una visita del dictador Fulgencio Batista al Presidio Modelo, hace 57 años, un coro gigante de voces juveniles, acompañadas de la banda de música municipal, estremeció los cimientos del antiguo recinto penal, hoy Monumento Nacional en Isla de la Juventud, en rememoración de aquella osadía histórica.
Un 12 de febrero, pero de 1954, Fulgencio Batista visitaba el reclusorio con el propósito de inaugurar una planta eléctrica. El joven Fidel Castro, al notar movimientos inusuales de soldados, pidió a Juan Almeida vigilar el patio por una pequeña ventana del pabellón, y al percatarse del cordón de seguridad desplegado por toda el área, los reos prepararon una «singular bienvenida» al tirano.
Poco a poco se empezó a escuchar con nitidez la letra que salía como ráfagas de entre los muros de la prisión. El desconcierto inicial dio paso a la cólera. Desmoralizado, Batista rugía. «¡Los mato, los mato!», gritó, y furioso abandonó el lugar.
Entretanto, uno de los más sanguinarios esbirros del penal, conocido como «Pistolita», golpeaba la puerta con la intención de silenciar a los jóvenes, quienes continuaban cantando sin miedo a las sabidas represalias de los sicarios.
La fiera respuesta no se hizo esperar. Señalaron a Agustín Díaz Cartaya, autor de la marcha, como uno de los responsables por el parecido color de la piel con Almeida, a quien vieron asomado por la ventana. A Fidel lo separaron de sus compañeros con la intención de aplacar los ímpetus de rebeldía, pero ya la semilla de la verdad estaba sembrada en cada corazón de los rebeldes.
Díaz Cartaya solo necesitó tres días para componer la obra que nació con el nombre de Himno de la libertad, aunque la pieza sería más tarde nombrada Marcha del 26 de Julio, porque surgió durante las jornadas de preparación combativa previas a las acciones del 26 de julio de 1953.
Entonar sus versos animó a los revolucionarios durante el combate, cuando fueron recluidos en la cárcel de Boniato (antigua provincia de Oriente), y luego en el mal llamado Presidio Modelo, de la entonces Isla de Pinos, adonde fueron a cumplir prisión.