Cuando parecía que el mediodía de este sábado me hacía una invitación para «tumbarme» un ratico en son de siesta, una fuerza telúrica espantó el sueño de miles de personas en el sur oriente cubano, con particular virulencia en Santiago de Cuba y Guantánamo.
La mejor crónica que podemos hacer empieza por respirar aliviado porque no hay reportes de vidas humanas perdidas, y los daños al fondo habitacional y las edificaciones en ambas provincias parecen ser menores, aunque al cierre de esta nota las autoridades continuaban revisando y evaluando posibles daños.
Agrietamiento de paredes en casas, y en una panadería de Cayamos, en Caimanera, según reportes parciales, es quizá lo único sucedido en cuanto a afectaciones materiales al menos en Guantánamo.
Al caer la noche en el oriente todavía podían divisarse personas agrupadas en parques, y otros espacios abiertos sin que ningún atisbo de sueño apareciera en sus rostros, todos guiados por su instinto de conservación, a pesar de que autoridades y sismólogos ya avisaron que existe una aparente estabilidad de la actividad sísmica en la zona.
En medio de tal incertidumbre, la única comunicación telefónica posible en ese momento fue con mi colega santiaguera, ubicada a esa hora en el municipio de Palma Soriano.
Mientras los santiagueros vivían con su experiencia el susto de este sábado, miles de guantanameros del centro de la ciudad y los municipios de la costa Sur, especialmente Caimanera, Niceto Pérez y San Antonio del Sur, bailaban por un «tembleque» sin música y mucha algarabía. Fue, como está dicho, a las 2 y 8 minutos de la tarde cuando la sacudida estremeció la tierra y literalmente, echó a los guantanameros de sus casas.
El movimiento telúrico fue muy perceptible. Algunas personas salieron a la desbandada escaleras abajo en el residencial Reparto Ruber López Sabariego (obrero) de esta ciudad en busca de espacios abiertos.
Y no era para menos. Martica, la vecina del cuarto piso, sintió «que el apartamento se caía y apenas atiné a recoger a mi nieto Luisito y bajar apresuradamente». José Enrique Vilató, de 73 años de edad, considera por su parte que «esta vez se puso fea la cosa y superó cualquier recuerdo que conservo de este tipo de evento».
A esas alturas el nerviosismo de algunas madres y niños pequeños estaba más que justificado, pero cuando a eso de las 2 y 40 de la tarde volvieron a sacudirse los edificios y viviendas, este reportero debió abandonar su computador, nuevamente sacudido por el miedo propio y el de aquellos que habían entrado a sus casas.
Otra réplica a eso de las 3 y 15 mantuvo en vilo toda la tarde a las orientales de estas dos provincias. Pasada las ocho de la noche del propio sábado muchos permanecían fuera de casa y, nadie lo dude, buena parte de los santiagueros y guantanameros dormimos con un ojo abierto, por si las moscas.