A finales de 2009 Misleidys Nápoles sufrió la experiencia más difícil en sus 35 años. La influenza A (H1N1) puso en riesgo su vida y la de su hijo. Autor: Yahily Hernández Porto Publicado: 21/09/2017 | 04:54 pm
CAMAGÜEY.— El pasado 9 de enero, a las diez y diez de la mañana, Javier Ernesto Galindo Nápoles iluminó la felicidad de su familia en el reparto La Norma, de esta ciudad.
Como en cualquier hogar que recibe entre agasajos la llegada de un recién nacido, la alegría por el nacimiento del pequeño estremeció no solo a sus parientes. Esta vez el alumbramiento dejó satisfacción y agradecimiento entre sus amigos, vecinos e incluso en conocidos, quienes se desvelaron por la salud de la criatura cuando aún tenía 35 semanas de gestación y por la de su madre, Misleidys Nápoles Santiesteban.
En un abrir y cerrar de ojos
«Fue el 13 de noviembre del pasado año cuando comencé a vivir la experiencia más difícil de mis 35 años de edad. Esta enfermedad, la influenza A (H1N1), nos marcó para toda la vida y robó el sueño y la tranquilidad de todos en la casa», recuerda la joven madre.
«Después de haber permanecido ingresada en el Hospital Materno por un cólico nefrítico, y ya de alta en la casa, comenzaron los síntomas de un catarrito: malestar en todo el cuerpo y fiebre.
«Por un momento pensé que podría ser el sol del viaje que cogí desde el Materno hasta la casa, pero cuando la falta de aire y el dolor de cabeza aparecieron con tanta agresividad y en tan poco tiempo, no perdimos un minuto.
«Recuerdo que comencé a sentir un dolor de cabeza que aumentó constantemente y luego apareció la falta de aire que se hizo insoportable, al punto de que el pecho se me quería reventar.
«La doctora de la familia fue a mi casa. Al examinarme me remitió de inmediato hacia el Materno, donde me dejaron ingresada. En el mismo Cuerpo de Guardia el equipo de especialistas que me recibió valoró mi caso y me indicó tomar las cápsulas que combaten esta enfermedad tan peligrosa, especialmente para las embarazadas.
«Desde que llegué a este hospital supe que no regresaría a la casa en un buen tiempo y así los médicos nos lo hicieron saber. Rápidamente me trasladaron al Centenario (centro aledaño al Hospital Materno) y en horas de la noche y ante mi cuadro clínico me remitieron de urgencia a la Sala de Cuidados Intensivos del Hospital Provincial Manuel Ascunce Domenech, en el que me atendieron durante ocho días con esmero y dedicación.
«Aunque todavía no estaba confirmado el contagio con el virus A (H1N1), los médicos no se arriesgaron y me trataron desde el principio como una paciente que requería de cuidados especiales, por lo que no hubo demoras en nada. Creo que si no hubiera sido así yo no estaría haciendo esta historia.
«La enfermedad apareció de la nada, en un abrir y cerrar de ojos, y en cuestión de horas me puso grave, porque yo no podía respirar bien y estaba en peligro la vida de mi bebé, que ya tenía ocho meses y medio de gestación.
«Doy gracias a los médicos y enfermeros que me atendieron, desde Gladis, mi médica de la familia, los del Materno, los especialistas del Centenario y los del Hospital Provincial, muy especialmente al doctor Roura, por no dormirse ni un segundo ante esta enfermedad que exige no solo profesionalidad, sino amor por lo que haces y mucha responsabilidad.
«Aunque mejoré muchísimo a los pocos días de estar internada, no se me dio de alta hasta que no completé el tratamiento. Los médicos me demostraron que no podía confiarme en un “catarrito”, más si estás embarazada».
Se aferró a la vida
Cuentan quienes conocieron de este caso en la comunidad y áreas aledañas al hogar del reparto La Norma, que el bebé, Javier Ernesto, se aferró a la vida, porque a pesar de los padecimientos del virus nació fuerte, sano y con más de ocho libras.
Su abuelo, Pedro Nápoles Mejías, recuerda aquellos sufrimientos que no lo dejaron pestañear, hasta el día en que el nieto asomó su cabecita, después de una cesárea.
«Nunca vi en toda mi vida poner tantos sueros y realizar tantos análisis, placas y exámenes diariamente para una misma persona. No se perdió ni un segundo dentro de los hospitales, porque incluso hubo que transfundir a mi hija dos veces para salvarla de esta terrible pandemia», recordó Pedro.
Y es que, como afirmó la joven madre y profesora de Geografía, «este Javiercito bien que se aferró a la vida, como comentan los vecinos, pues primero tuve que rebasar los fuertes dolores de un cólico nefrítico, después superar la gravedad de una pandemia confirmada, luego enfrentar la inducción del parto (que no resultó) y por último una cesárea».
A pesar de las dificultades que impuso la vida a esta familia, a Misleidys y a su nené, gracias a las atenciones médicas Javier crece, mama leche materna y cuando se retrasa por segundos el horario de comer, «da unas tánganas que todos se enteran», afirma Misleidys, quien ahora se recupera de tanto «corre-corre» durante su embarazo.