Agustín Díaz Cartaya, asaltante del cuartel Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo. Autor: Raúl Pupo Publicado: 21/09/2017 | 04:51 pm
«Yo fui el último en retirarme del cuartel. Estuve hasta última hora con un fusil calibre 22. No tenía suficientes balitas. Solo que las ahorré».
Agustín Díaz Cartaya llega a sus 80 años con salud, lucidez creadora y una jovialidad casi infantil. Nos contó cómo atacaron el cuartel Carlos Manuel de Céspedes, y salieron audazmente de Bayamo hacia San Luis, de allí hasta la ciudad de Santiago de Cuba, él y Pedro Celestino Aguilera, también asaltante del cuartel de Bayamo.
«Pensábamos darle ayuda a los asaltantes del Moncada. Y se me ocurrió darle una vuelta a la fortaleza. Nadie nos paró. Nos dimos cuenta de que no había la menor posibilidad de hacer absolutamente nada. Y no sabíamos de Fidel.
«En ómnibus salimos para La Habana. Por el camino nos pararon varias veces. Yo siempre, cuando me preguntaban, decía que era el criado del doctor Aguilera.
«A la semana de estar en La Habana el SIM me detiene. Las torturas fueron tremendas. Pero ya cuando apenas podía ni caminar un tramo, me llevaron para el cementerio de la Lisa, de allí para El Laguito. En el cementerio de La Lisa me aplicaron la ley de fuga para asesinarme, pero yo no podía ni caminar. En El Laguito me metían en el agua y me sacaban casi ahogado. Y de allí para el SIM. Me tiraron de una patada en una celda. Después me llevaron para La Cabaña. Hice una huelga para que me trasladaran hacia la Cárcel de Boniato. Más tarde para el Presidio Modelo de Isla de Pinos.
«Todo lo demás se conoce, tuve el honor de cumplir la indicación de Fidel de escribir la letra y la música del Himno del 26. Además, compuse otras seis marchas, entre ellas la de América Latina, en 1963. Las otras dedicadas a la Tricontinental, en 1966, a la Columna Juvenil del Centenario, en 1968, a los CDR, en 1980, a las FAR, en 2006, y a la Unidad de los pueblos, en 2007».
Desvalida infancia
Nació el 25 de septiembre de 1929, en Marianao, La Habana, en el hoy municipio de La Lisa.
«Lo que no se conoce tanto es mi niñez desvalida y mi adolescencia sin nada. No pude criarme en el seno de mi familia. Todo fue un producto de la Casa de Maternidad y Beneficencia. No tengo el apellido Valdés porque a mí no me llevaron al “torno” cuando recién nacido. Mi madre, Petrona Cartaya Abreu, muy pobre, empezó a trabajar en la casa del doctor Julio César Portela, entonces director de esa institución. La conocí a través de unas rejas, cuando tenía tres años. Y allí estuve hasta los once.
«Lo único que sé de mi padre, porque nunca lo vi, es que se llamaba Alejandro Noriega. No recuerdo ni su segundo apellido.
«Salgo de la Beneficencia porque mi madre va a trabajar a la casa del doctor Enrique Llansó Ordoñez, el del Asilo. Y yo pude irme para ese asilo, donde estuve tres años trabajando.
«Allí aprendí a trabajar duramente, en todo lo honradamente pensable, ayudaba en la carpintería, en la herrería, limpiaba pabellones y preparaba los cadáveres de los ancianitos que morían para ponerlos en los ataúdes.
«Yo me convertí en hombre antes de tiempo, no tuve niñez ni juventud. Ni novia tuve en aquel entonces».
Con el don de la música
«Luego de salir del asilo Llansó, jugaba pelota, en bases del cuadro, menos receptor y lanzador. ¡Era famoso! Me decían “el negro Thompson” por el parecido tan grande que yo tenía con el tercera base del club La Habana, conocido como “La Ametralladora Thompson”, Harry Thompson.
«Recogía todo lo que era dese-chos en la calle, para venderlos. Tenía que vivir de alguna forma. ¡Y dormía en la calle! Estuve un año y medio vendiendo tamales, vendiendo maní, limpiando zapatos, sin tener donde dormir. Cantando en las calles, a capella, aunque a veces alguien me acompañaba. Pero el dinero que ganaba cantando, recitando y jugando pelota no me alcanzaba para sobrevivir.
«Si algo te puedo decir es que yo nací con la música. Ese don nació conmigo. ¡Tremendo oído musical!».
Mi pasión por leer
«Trabajé en los Almacenes La Victoria, de los Núñez, en la Plaza de Marianao, como mensajero, ganando cinco pesos a la semana. Y no podía pasar a los almacenes. Si quería un refresco, uno al día, tenía que pedirlo, no a los dueños, sino a un dependiente.
«No tenía casa donde vivir. Dormía en un portal, sobre cartones o periódicos. Estuve dos años en esos almacenes y pasé a hacerle mandados a una familia que vivía en la Calzada Real de Marianao, la del doctor San Pedro, que me acogió al verme dormir en el portal en una bodega al frente de su vivienda.
«Trabajaba mucho y no me tuvieron que decir dos veces cómo tenía que hacer las cosas. En el asilo aprendí mucho. Y estaba fuerte, recuerden que era pelotero y boxeaba cuando tenía oportunidad. Y jugué voleibol. Era buen deportista y era buen cantante, buen comunicador, poeta, además. Y en la casa del doctor San Pedro se inicia en mí una pasión enorme por leer, todo lo leía. Ahí aprendí Geografía universal, Historia general, consultaba diccionarios enciclopédicos, que me ayudaron mucho para poder comprender las cosas de la vida. Así me formé como hombre».
Cómo se hizo revolucionario
«Más tarde conocí a jóvenes revolucionarios, como Hugo Camejo Valdés, y me uní a jóvenes del Instituto de Marianao. Yo mismo me puse Agustín Díaz Cartaya. Asumí el primer apellido de mi padrastro y el primero de mi madre.
«A los 80 años pienso que no estoy languideciendo ni que la vida mía es una cosa ya terminada. Sé que no puedo repetirme. Que no puedo hacer las cosas de cuando tenía 20 años, de cuando asalté el cuartel de Bayamo. Pero puedo hacer otras. Tengo mucha música, ideas, proyectos, cuestiones importantes. Me anima mucho, sobre todo, el pensar en la posición tan difícil de nuestros cinco héroes, su actitud, son dignos de admirar por su arrojo, su resistencia revolucionaria, su disciplina, su estoicismo es lo más grande que puedo concebir a mis 80 años. Son de todos los jóvenes, lo más valeroso. Yo quisiera que todos los jóvenes fueran como ellos».
Agustín Díaz Cartaya sigue componiendo, cantando, creando, recitando, aunque ya no pueda batear jonrones en un estadio, pero sí desde el home de su espíritu. Tiene seis hijos, tres hembras y tres varones, y doce nietos. Y tres biznietos.
«Le diría a la juventud, que todo está no en lo hecho, sino en seguir haciendo, perfeccionando lo que haga falta, con las variantes más justas y apropiadas.
Quiero declarar a mis 80 que Fidel me eligió como revolucionario y como compositor del Himno del 26. Por eso creo, con sano orgullo, que fui elegido doblemente y eso vive en mi alma muy hondo y solo morirá en mí cuando yo muera».