Los revolucionarios y la población sostuvieron varias escaramuzas con el ejército batistiano frente al entonces llamado colegio San Lorenzo (al fondo e izquierda de la imagen) y el resto de las plazas que circundan el parque Martí Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 04:51 pm
Por razones del oficio, a lo largo de los años entrevisté a varios de los sobrevivientes del hecho histórico del 5 de septiembre de 1957 en la ciudad de Cienfuegos, y hubo en todos ellos un denominador común a la hora de describirme con un término el cariz de la acción: coraje.
Si se repasa bien cada paso del golpe, de veras que aquellos valientes hombres y mujeres debieron acopiarlo a toneladas para enfrentarse a una de las más crueles satrapías que conoció la historia de Cuba, como lo fue el feroz régimen de crimen, desamparo, sangre y pillaje de Fulgencio Batista: el mismo que ahora, desde el exterior, ciertos medios intentan vender como «un alma noble y buena».
El levantamiento popular del 5 de septiembre se propició gracias al valor ciudadano; pero además, en virtud de una conjugación de elementos y fuerzas dispares proyectadas hacia una misma causa.
Fidel explicó sus antecedentes y objetivos de forma bien clara en su discurso por el aniversario 20 de la efeméride, en 1977:
«El origen de la sublevación de Cienfuegos databa de muy atrás. Ya desde el año de 1956, un grupo de marinos, soldados y cabos de la Base de Cienfuegos había entrado en contacto con el Movimiento 26 de Julio. Y el 30 de noviembre, cuando se aproximaba el desembarco del yate Granma y cuando tuvo lugar el alzamiento de Santiago, existía desde entonces la idea de producir el alzamiento de Cienfuegos. Pero no fue posible en esa ocasión.
«Más adelante, cuando nosotros estábamos en la Sierra Maestra, persistió la idea de producir un levantamiento en Cienfuegos con el apoyo del grupo de marinos revolucionarios, para organizar después un frente en las montañas del Escambray. Es decir, tomar las armas de Cayo Loco y avanzar hacia el Escambray para constituir un segundo frente guerrillero».
Aunque casi nada ocurrió como se pensó en principio, al fracasar el plan inicial concebido para el levantamiento, la gesta removió los cimientos de la tiranía, y devino el preludio de la gran epopeya patria que, muy poco después, y desde el corazón de la Sierra Maestra, la destruiría para siempre.
Cienfuegos, en vilo, apoyó el levantamiento iniciado bien temprano en aquella jornada de gloria cuando, desde horas de la madrugada, ya estaban en la ciudad Julio Camacho Aguilera —al frente de la acción por el Movimiento 26 de Julio—; y el alférez de fragata Dionisio San Román, a la cabeza de los militares complotados en Cayo Loco, base de la Marina.
Dicha plaza quedó reducida por los septembristas al amanecer. No poco después de las seis de la mañana, Cayo Loco sería tomado por los revolucionarios, quienes se acuartelaron en el lugar y entregaron parte de la guarnición al pueblo que, armado, salió a las calles deseoso de acabar con el desgobierno.
Progresivamente, fueron tomando los edificios de la Policía Nacional y la Marítima, así como el Ayuntamiento. Son célebres las escaramuzas libradas frente al entonces llamado colegio San Lorenzo y el resto de las plazas que circundan al parque Martí, uno de los epicentros de la acción.
El tirano, rojo de ira y consternación en su madriguera de Columbia, no solo envió a los esbirros, sino además a su más temible medio de combate: la aviación, a que lanzara sus bombas contra la población indefensa.
Para fortuna de muchas personas, varios pilotos no se atrevieron a cometer semejante barbaridad y arrojaron sus bombas al mar.
Pese a ello, los proyectiles de sus naves provocaron decenas de fallecidos, heridos y mutilados en la población. Uno de los muertos era una niña que vivía en las inmediaciones del muelle de Cienfuegos: Olimpia Medina. En la actualidad, dicha rada lleva su nombre.
No se pudo doblegar completamente a la guardia rural en la gesta épica del 5 de septiembre, pero Cienfuegos fue libre por cerca de 24 horas, en lo que constituyó un hito de nuestra historia, un haz de luz que se proyectó rápida, señeramente, sobre el derrotero de combate de la nación.