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Vivir en El Paraíso

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Muchos llegan a los campamentos sin antes haber labrado la tierra, cuando se van, entre los surcos queda lo sembrado, y también plantadas, experiencias de una etapa dedicada a las urgencias del país

Alejandro Gumá plantaba el ajo con una habilidad sorprendente. Nadie se explicaba cómo podía hacerlo tan rápido, cuando esta siembra exige determinadas precisiones. «Me quería comer el surco», comenta el joven sonriendo, al tiempo que recuerda su desventura: «Imagínese, la punta más estrecha del diente hay que hundirla en la tierra, cuidando que la colita quede hacia arriba, y yo los ponía acostados y ya; después tuve que corregirlo».

La destreza de Alejandro y sus compañeros en el surco es poca. «Cada uno de nosotros tiene una anécdota diferente de las torpezas que hemos cometido», añade Tania María Fernández, estudiante de segundo año de Sociología en la Universidad de La Habana (UH), al igual que Alejandro.

En El Paraíso, por muy intensa que haya sido la jornada, siempre hay tiempo y energía para compartir y divertirse. Desde el 15 de noviembre estos jóvenes, miembros de una brigada compuesta por más de cien estudiantes de la Facultad de Filosofía, Historia y Sociología de la UH, se entregan a las labores productivas en el campamento El Paraíso, ubicado en Güines, provincia de La Habana.

La iniciativa de apoyar en el trabajo agrícola nació de los estudiantes de esta casa de altos estudios, desde que los huracanes dejaran al país aquejado por hondas desgarraduras.

Muchos llegan a los campamentos sin antes haber labrado la tierra. Pero cuando se van, entre los surcos queda lo sembrado y también plantadas para siempre las experiencias de una etapa dedicada a las urgencias del país.

«Queríamos aportar nuestro granito de arena, ahora cuando la Isla se recupera de los duros golpes que le asestaran los eventos meteorológicos. Y aquí estamos, unos con más experiencia y otros que por primera vez se enfrentan al campo, pero todos con mucha disposición y energía apoyando en la producción de alimentos», expresa Daikel Abreu Rodríguez, presidente de la FEU de esa Facultad.

«Este es el segundo grupo de estudiantes de la FEU que pasa por aquí. Cada uno permanece un mes. El anterior fue de la carrera de Economía, también de la UH», destaca el dirigente estudiantil, quien además puntualiza que hasta el 15 de abril de 2009 pasarán por este campamento los alumnos de primero y segundo año de las diferentes facultades de la Universidad de La Habana.

Daikel va como rehilete de un lado a otro organizando las cinco brigadas, vela por el cumplimiento de las normas y coordina las próximas tareas. «La distribución del trabajo la hacemos nosotros: unos van a picar la papa para la siembra y otros la cosechan, otro grupo recoge o cultiva boniato, o vamos a plantar ajo o a desyerbar frijol. Nunca estamos de brazos cruzados».

«Lo mío es picar papa, admite Alejandro. Aquel día me llevé un fiasco en la siembra de ajo, pero aquí no me pasa. Domino cómo deben hacerse los cortes y soy muy riguroso con la selección. Esta es una de las tareas que debemos realizar de forma permanente, porque para el 25 de diciembre la Empresa de Cultivos Varios de Güines tiene que tener 85 caballerías de papa sembradas».

Surco adentro

El viento frío no deja que el sol castigue tanto a los muchachos cuando se adentran en el campo; solo les cuesta despegarse de las sábanas. Así lo confirma Gretel Acosta López, estudiante de segundo año de Sociología: «Vamos todos encogidos para el surco antes de las ocho de la mañana y, como dicen los abuelos, “con un frío que pela”».

Según confiesan, nadie quiere quedarse rezagado. «Yo estoy llena de ampollas», dice Tania María, mientras nos muestra sus manos enrojecidas y con llagas. «Es que los cuchillos para cortar la papa no son muy buenos, pero uno encuentra siempre la forma de seguir».

«El compromiso lo hicimos y no podemos irnos de aquí sin que lo que hemos hecho tenga un saldo positivo. Algunos se quejan, pero nadie se va. Todos queremos ser de los destacados al día siguiente en el matutino», expresa Gretel; luego se acomoda un guante maltrecho y continúa agregando papas al saco.

Para Reynaldo Montalvo la movilización ha sido una experiencia reveladora. «Aquí palpamos el resultado de nuestro trabajo. El país nos lo asegura casi todo mientras estudiamos y esta es una manera de retribuir tal esfuerzo. Lo que nosotros producimos va para los capitalinos municipios de Guanabacoa y La Habana del Este, así como para Güines, donde queda nuestro campamento».

Karelis Enríquez, de primer año de Historia, ha sido una de las muchachas más destacadas. Cuentan sus compañeros que a veces sobrecumple la norma para que se lo sumen a los más retrasados. «En una ocasión sus familiares vinieron a verla y ella hizo que se unieran al grupo», rememora Reynaldo, quien también se desempeña como jefe de una de las cinco brigadas.

Las ampollas también golpearon durante las primeras jornadas a Idania Alemán Olivero, de primer año de Filosofía, pero ya se ha ido acostumbrando. «Lo más curioso es que en las noches la gente tiene todavía energías para departir y divertirse. Hacemos peñas, bailamos, jugamos dominó y ya se están planificando nuevas actividades para los días restantes».

Sembrando futuro

«En Candelaria, donde vive mi abuelita, no quedó un árbol en pie», refiere conmovida Heidy García Acosta, estudiante de primer año de Sociología. La joven, quien quedó marcada por la realidad que vivieron los pinareños, siente que cada vez que planta una semilla está aportando al mañana.

A Aylén Villalba Nievares, también de primer año de Sociología, le ocurre algo semejante. «Aunque el día sea muy agotador, vale la pena esforzarse por lo que representa para nuestra nación. Yo no pienso ni salir un fin de semana de pase. Nos toca a nosotros, los jóvenes, cambiar el triste panorama que dejaran esos terribles ciclones», precisa.

Jessie Viera Díaz, estudiante de segundo año de Sociología, cree que es primordial que sus contemporáneos pongan la mirada en la tierra. «Hay que producir y producir. Cosa que no se logra en un abrir y cerrar de ojos, sino con la guataca, el machete o cualquier otro instrumento de trabajo en la mano, hasta que explotemos ese gran yacimiento que tenemos de áreas sin cultivar».

Antes que el primer grupo de estudiantes abriera las puertas de El Paraíso, el pasado 15 de octubre, fue remozado el campamento. «Los antiguos colchones se sustituyeron, mientras las duchas y las llaves de agua se repararon», explica Roisbel Díaz López, miembro del Buró de la UJC de Güines, quien atiende la esfera de jóvenes trabajadores y combatientes.

«También se pusieron dos teléfonos públicos y televisores, y se están haciendo gestiones para que la Dirección de Cultura del municipio organice actividades para los muchachos», argumenta Lázaro Gálvez Vasallo, miembro del Comité Provincial de la UJC en La Habana, quien reconoce que esta iniciativa ha tenido un gran impacto en el territorio.

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