Blusas entalladas al cuerpo, camisas por fuera, collares y pulsos de disímiles formas y colores, pelados en boga y combinaciones variadas entre el uniforme y «la ropa de calle» son algunas de las violaciones del reglamento escolar que se pueden apreciar cada mañana cuando los estudiantes acuden a sus escuelas.
¿Tiene que ver esta tendencia con la necesidad que se evidencia en los jóvenes cubanos de buscar parecerse a los de otros países? ¿Es un símbolo de rebeldía? ¿Falta exigencia por parte de las organizaciones que se supone deberían velar porque esto no suceda? ¿Terminará la moda por absorber el concepto de uniformidad extendido con la educación revolucionaria?
Tras tales interrogantes este equipo de JR conversó con maestros, directivos y alumnos, intercambió con sociólogos, psicólogos y otros especialistas.
Chicos con swingEn los diferentes centros educacionales, a pesar del sinnúmero de reproductores de música que adornaban los oídos de los estudiantes como un accesorio más, pudimos hacernos escuchar y hallamos criterios diversos, aunque casi todos los entrevistados coincidieron en la necesidad de introducir cambios en el uniforme que, de alguna forma, se correspondan con las tendencias actuales de la moda.
Por ejemplo, Laura Cárdenas, estudiante que cursa el nivel elemental en la especialidad de Música en la Escuela Nacional de Arte (ENA), nos dice mientras se acomoda las gafas que lleva en la cabeza: «El uniforme debió cambiar junto con la época. Ya no son los tiempos de antes. Apostaría por uno que se adecuara más a la moda, quizá con esta tela, pero con otros colores».
Ostentando unas medias panty tejidas, otra Laura, pero Morales, afirma que es demanda de la juventud hacerle transformaciones al uniforme escolar. «Pienso también que deberían otorgarle más libertad a los estudiantes de esta enseñanza para poder expresar con determinados atributos su componente artístico».
Mientras tanto, una alumna del IPVCE Vladimir Ilich Lenin, que desempeña el cargo de presidenta de la FEEM en su grupo, confiesa que si usa bien el uniforme es solo porque tiene que dar el ejemplo a sus compañeros. «La moda se ha convertido en un factor determinante para decidir cómo llevarlo. Pienso, incluso, que llegará a ser más fuerte que el propio reglamento».
No quiso revelar su nombre, pero una estudiante de Informática del Politécnico Pablo de la Torriente Brau, considera que lo primero que debería hacerse es permitir la blusa y la camisa por fuera. «Es más cómodo, más cálido, algo extremadamente importante para nosotros por las condiciones del clima. Además, en nuestro caso, no tenemos aulas, sino laboratorios herméticos y en ocasiones —muchas por desgracia— el aire acondicionado no funciona o el fluido eléctrico se va, y entonces el calor es tremendo. Otra cosa es el color. Somos jóvenes y estamos usando un uniforme de colores mustios, apagados. Parecemos guardaparques.
«Los estudiantes cubanos, al menos los que sobrepasamos la adolescencia, nos encontramos en una contradicción gigantesca: ser cheo y estar en paz con el reglamento, o lucir como nos gusta y vivir pendiente de la persecución por parte de los profesores».
La moda tecnoOtro de los puntos en común que descubrimos en el sondeo de este diario es la demanda de modificar los acápites del reglamento escolar que regulan el modo en que el uniforme ha de llevarse, con tal de hacerlos más dóciles.
De estos «acápites» resultaron extremadamente aludidos los que hacen referencia al largo de las blusas, camisas, sayas y pantalones; los que disponen el lugar donde estas dos últimas piezas deben llevarse (¿cadera o cintura?); los que ajustan el pelado y los que prohíben la tenencia en el centro escolar de equipos de última tecnología como MP3, celulares, cámaras fotográficas, etc.
Por ejemplo, Amanda García Fabián, también de la ENA, sostiene que está dispuesta a seguir llevando el uniforme porque le agrada, pero no con las exigencias que impone el reglamento actual.
«Si los jóvenes se empeñan en violarlo es por la rigidez y el cumplimiento estricto con que pretenden hacerlo cumplir. Yo alcancé solo blusas cortas y al tocar el laúd, se me salen de manera inevitable. Por otra parte, y haciendo referencia a mi enseñanza, creo que algunas excentricidades que caracterizan la forma de ser de los músicos también deberían ser permisibles, como llevar el pelo desarreglado».
Para Laura Cintra, del Centro de Estudios de Atletas de Alto Rendimiento (CEAAR) Giraldo Córdoba Cardín, es una exageración desmedida intentar mantener a los varones con un pelado semimilitar, sin gel fijador para el cabello, y a las hembras sin teñirse el pelo. También aconsejó la creación de un uniforme específico para los estudiantes deportistas. «Tenemos un monograma o distintivo confeccionado por nosotros mismos, pero eso es insuficiente».
Hay quienes se empeñan en sostener una posición más radical, como Michel Rojas, de la ENA: «Preferiría que los estudiantes de las enseñanzas especializadas no usaran uniforme».
¿Vestir de igual?Otro grupo de entrevistados decide cumplir con lo establecido y defienden su perspectiva, como Gretel Cáceres, del 10mo. grado en la Lenin: «Aunque la mayoría lleve incorrectamente el uniforme, yo prefiero usarlo como se estipula. Pienso que la Federación de Estudiantes de la Enseñanza Media y los profesores deben exigir más para que exista verdadera uniformidad entre el estudiantado».
La dirección de la FEEM sostiene que quienes apuestan por cambiar el uniforme o usarlo a su forma tal vez desconozcan las razones de fondo que determinaron su aparición, y las que impiden adaptarlo con más frecuencia a los gustos o apetencias que surgen con el paso del tiempo.
«Lo primero que debe tomarse en cuenta cuando se habla de uniforme escolar es que constituye un esfuerzo por lograr la igualdad entre los estudiantes. Nuestro sistema social defiende y defenderá eso por encima de todo, pese a determinadas circunstancias adversas que han ido lacerando un poco esa equivalencia en los últimos tiempos.
«Las posibilidades de los jóvenes son las mismas para acceder a la educación y a la salud, pero lamentablemente no para comprar ropa y zapatos, debido a la diversidad de ingresos que posee la familia cubana.
«El mayor peligro de eliminar el uniforme, de permitir que los estudiantes lo usen a su manera y le incluyan los atributos de la moda es, sin dudas, la pérdida de esa igualdad. Los centros educacionales deben abogar no solo por la calidad de la enseñanza, sino también porque cada alumno sienta que el compañero de grupo se ve afín, aunque cuente con más solvencia adquisitiva.
La dirigente estudiantil asegura que el cumplimiento del reglamento escolar representa uno de los puntos cardinales que se discuten en las reuniones de la FEEM. «Pero no podemos ajustarnos solo al uso del uniforme. También debemos medir la asistencia, la puntualidad, la disciplina integral.
«Pensamos que si en los métodos de evaluación cotidiana de cada estudiante, ya sean mensuales o anuales, se valora con rigor, profundidad y razonamiento el aspecto del uso del uniforme, muchos problemas se resolverían».
La dirigencia de la FEEM sugiere a educadores y directivos de las escuelas explicarles a los estudiantes las razones que convierten en imprescindible el conveniente uso del uniforme, pero a través del análisis, no de imposiciones.
Una de cal y otra de arenaHarina de otro costal es el aspecto de los profesores, quienes deben exigir un uso correcto del uniforme, pero muchos de ellos visten con «lo último» o llevan a la escuela los adornos y artefactos tecnológicos que les vedan a sus educandos. Entonces, ¿es haz lo que yo digo y no lo que yo hago?
Al respecto, Patricia Flechilla, presidenta nacional de la FEEM, opina que «nuestra organización está presentando una traba significativa: mientras hacemos lo posible por recuperar la ejemplaridad en los miembros de cada secretariado, hallamos profesores que no demuestran el buen gusto, la estética o hasta el pudor que se supone acorde con su profesión».
¿Cuáles son las consideraciones de esas personas que intentan educar a sus alumnos? ¿Se declararán a favor o en contra de permitir cambios en el uniforme escolar?
En diálogo con José Durán, profesor de Dirección Coral en la ENA, descubrimos una posición más abierta: «Opino que las instituciones involucradas en la elaboración del reglamento escolar están siendo un poco severas en cuanto a la exigencia del estricto uso del uniforme. Eso por una parte; y por otra tenemos el extremo inverso: los alumnos que exageran, se ponen muchos aretes, muchas gangarrias».
Este profesor considera que se debería ser comprensivo con los jóvenes, teniendo en cuenta que los tiempos evolucionan y que los cambios, al menos, deben ser sopesados. «Por ejemplo, si las blusas de las muchachas vienen cortas de la fábrica, ¿por qué vamos a obligarlas a ponérselas por dentro? Este es un elemento práctico, no de más o menos tolerancia».
Incluso refiere que a veces los estudiantes entran en contradicciones propias de la situación económica del país, como sucede con el uso de medias blancas. «Se les pide que sean de colores claros, pero no todos tienen las mismas posibilidades, máxime en una escuela de becados, donde a veces no se le otorga al estudiante los recursos necesarios para cumplir las exigencias».
Tampoco cree que la condescendencia deba ser solo con los alumnos «artistas», porque a ellos les guste más que a otros expresar algún tipo de inspiración mediante la forma de vestir.
«Ese es un estereotipo que no me convence. Llevar mal puesto el uniforme no es cosa solo de artistas, porque aquí mismo imparten clases profesores con una intensa vida artística que visten de forma convencional y muy correcta. Esto es una tendencia de la juventud en general, influenciada por la edad, la moda, los deseos de romper las reglas, de llevar la contraria, y aderezada por cada quien de acuerdo con el tipo de personalidad, al código de valores y a la estética particular».
En cambio, Rosalía Capote, profesora de Piano Básico en la misma escuela, aboga porque en todos los centros educacionales del país se trabaje arduamente con el objetivo de recuperar el uso correcto del uniforme escolar.
«Los estudiantes han perdido el concepto de qué es y qué representa vestir de forma adecuada cada una de las piezas que lo conforman, tal vez por el déficit que afrontó el país durante el Período Especial, puesto que en esa etapa se tomaron ciertas libertades. Por ejemplo, si no había camisa blanca se le permitía al alumno que usara pulóver de ese color, si no había pantalón se recurría al uso de un jean oscuro.
«Ahora tenemos mejores condiciones económicas y pienso que perfectamente se puede rescatar la utilización del uniforme como norma estricta, superando la mala costumbre del “no importa”, de justificarlo todo, de permitir un uniforme sustituido o un uniforme mal usado».
Hay profesores, incluso, que opinan que el uso del uniforme puede llegar a distinguir a un alumno de otro, de acuerdo con la escuela y a las «flexibilidades» de esta con respecto a estas prendas.
Según María de Jesús Hernández, profesora de la Lenin, resulta fácil determinar cuando un estudiante pertenece a esa escuela por el uniforme escolar. «Las muchachas usan la saya bien larga, casi por debajo de la rodilla, y extremadamente a la cadera, las medias se llevan lo más alto posible y la blusa diríase moldeada en la persona. Los muchachos son menos estándar: cada uno usa el uniforme de acuerdo con la tendencia con la que se sienta más reconocido: rockeros, freakys, mickeys, repas, etc».
La pedagoga también considera que «hay un areté extraoficial que identifica a los alumnos de la Lenin con determinadas características en la forma de cortarse el pelo, en los gestos, en el estilo de conversar; pero sin extremar, que estos muchachos no son tan diferentes a los del resto de las escuelas.
«No me parece adecuado que los varones usen las prendas íntimas de forma que se vean por encima del pantalón. Sabemos que los estudiantes crecen y que únicamente se les otorga uniforme al entrar en primer año, pero todos los centros de enseñanza ofrecen la posibilidad de, cuando esto ocurra, cambiar el uniforme en el almacén.
«Las futuras modificaciones resultan inevitables ante una realidad que se impone: es imprescindible sentarse a valorar un consenso de cambios en el uniforme escolar que identifique las distintas tendencias de la moda en la juventud cubana. Peor es esto que sucede ahora, este relajamiento, esta multiplicidad de criterios con respecto a la manera de usarlo».
Desde otro ángulo de la situación, Alejandro Vergara, también profesor, pero del CEAAR, asegura poner el dedo en otra herida cuando afirma que el promedio de los alumnos hace un buen uso del uniforme dentro de las áreas de los centros, pero al salir todo cambia.
«Se ponen gorras y gafas de sol que traen dentro de las mochilas, si deciden no quitarse la camisa o la blusa para exhibir otra civil se levantan los cuellos, se incluyen un descomunal número de prendas, entre otros cambios».
Flexibilidad estrictaPara Patricia Arés Muzio, presidenta de la Sociedad Cubana de Psicología, los jóvenes aceptan el uniforme, porque atenúa el impacto de una desigualdad social extrema. «Si este se eliminara entonces surgiría otro problema: usar ropa adecuada para conservar el respeto entre profesores y alumnos.
«El uniforme escolar de hoy está concebido completamente apartado de la moda. En esto quizá influye que sus diseñadores son personas alejadas del mundo de los adolescentes, de su forma de vestir, de sus gustos y preferencias. Al no cumplir con los parámetros de la usanza actual, los jóvenes tratan de adecuarlo a como desean verse en la búsqueda de su personalidad.
«La música perfila mucho el modo de vestir, influyendo en que cada muchacho incorpore al uniforme accesorios ajenos al reglamento establecido. Por ese lado, pienso que debería haber una mayor flexibilidad, en cuanto a que se le otorgue una apertura a la moda dentro del uniforme, permitiéndose algunas libertades como en el peinado o en la longitud del cabello deseada. Se trata de hacer un análisis colectivo, y dentro de lo que está establecido, ser un poco más flexibles».
La profesora principal de la asignatura Psicología de la Adolescencia y la Juventud en la Universidad de La Habana, Laura Domínguez García, afirma que cuando un ser humano comienza a crecer y a desarrollarse se va adentrando cada vez más en el papel que le corresponde desempeñar en la sociedad, va alcanzando un mayor perfeccionamiento intelectual cuya primera tarea, en la etapa de la adolescencia, es crear la personalidad partiendo de su descubrimiento como individuo en la búsqueda de un proyecto de vida.
«Quizá el problema del uniforme tiene sus cimientos en esa búsqueda de la identidad personal. Una manera de autoafirmarse es el uso exagerado de la moda, que constituye un indicador de la crisis de la adolescencia.
«No defiendo el incorrecto uso del uniforme, pues su función va implícita en la misma palabra: lograr una igualdad. Más que esto, creo que se deberían escoger uniformes de acuerdo con los gustos de la mayoría. O sea, debiera realizarse un análisis entre diferentes psicólogos hasta llegar al modelo que más se acerca a la juventud actual.
«Martí dijo: “el que lleva mucho adentro necesita poco afuera”. Por tanto, la escuela debe abrir espacio al debate sobre el tema de los valores, ya que la moda tipifica la edad».
La especialista asegura que no se trata de asumir la actitud de muchos profesores, que en tremenda mayoría le otorgan un enfoque negativo y evasivo al tema, cuando la clave del éxito radica en buscar el mejor modo de llegar al estudiante comprendiendo el por qué de su modo de actuar.
«No se trata de encerrarnos en el pasado, sino de valorar las experiencias y extraer de ellas enseñanzas para ponerlas en función de las exigencias de la sociedad moderna. Se trata, simplemente, de parecernos más a nuestros tiempos.
«Más allá de imponerle al estudiante que debe usar correctamente el uniforme escolar debería acudirse a un diálogo flexible entre iguales, donde el joven plantee al profesor cuáles son sus necesidades, y este otro, a partir de ellas, otorgue algunas libertades. Algo así como una firma de contratos, porque la imposición es la antesala de la repulsión».
Dudas sin vestuarioMargarita Barrio, periodista de JR que vivió el nacimiento del uniforme escolar actual, cuando se fundaron las escuelas al campo en los años 70 del siglo pasado, nos comenta que un grupo de diseñadores de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) conformó propuestas para los posibles modelos, pero siempre teniendo en cuenta la opinión de los propios estudiantes.
Ellos eligieron el color, los tipos y los accesorios que llevarían, a partir de lo que constituía moda en aquel entonces, con la única diferencia que antes se usaba corbata de forma permanente.
Uno de los que también ha vivido la era del uniforme escolar, el profesor Ricardo Giniebra Urra, analiza la situación desde su perspectiva como psicólogo y docente de la Universidad de La Habana.
«La forma de vestir de los jóvenes se caracteriza por el desenfado, el arte del inmediatismo, la incoherencia de ciertas ropas con el lugar visitado y la falta de cuidados. Es una expresión de cómo se piensa y se ve la vida en la adolescencia».
Para él los centros educacionales no pueden estar alejados de los avances de la cosmética, la moda y la publicidad pues, sobre todo en estos tiempos, el muchacho tiende a hacer más cercano su mundo interior con el exterior e intenta reflejar en su manera de vestir toda la influencia que recibe del medio que lo circunda.
Estas y otras cuestiones deben ser valoradas por quienes ponen sus ojos, quizá hasta de forma egoísta, en los cambios, sin detenerse a pensar en las posibilidades de concretarlos.
Actualmente en Cuba existen unos dos millones de estudiantes, desde preescolar hasta preuniversitario, incluyendo tecnológicos y escuelas vocacionales. Algunos modelos del uniforme son de reciente creación, como los de las Escuelas de Instructores de Arte. ¿Responden sus diseños realmente a la moda, o son réplicas de un gusto estético ya fuera de época?
Estas y otras interrogantes gravitan sobre el tema del uniforme escolar. Cambiarlo de «rajatabla» tampoco es sencillo. Habría que valorar primero si el país posee recursos suficientes para realizar una reforma de semejante magnitud y estudiar bien si vale la pena modificar un uniforme con tanto contenido histórico.
Incluso de ceder a las peticiones de la juventud, ¿acaso no surgirán nuevas inconformidades con el moderno uniforme? ¿Qué criterios se aplicarán para su remodelación?
Lo que sí está claro es que, como dijera el profesor Giniebra Urra, «las escuelas deben asemejarse cada vez más a la vida, para que ambas se den la mano y dejen de coexistir en dos universos paralelos».