¿Cómo los jóvenes ven la nominación de candidatos de su edad a delegados a las asambleas municipales?
Alina Trujillo no se podía creer aquel suceso. Era como haber viajado al cosmos. A los 17 años, cuando todavía sus sueños futuros no bajaban a la tierra, se vio en la boca y en los ojos admirados de todos: había sido seleccionada delegada del Poder Popular en una circunscripción especial —que abarcaba tres escuelas— en el municipio de Jagüey Grande.
Goteaba del almanaque el año 1974 y entonces se aplicaba la experiencia piloto de los órganos de Gobierno en la provincia de Matanzas. Unos meses después, en 1976, instaurado el poder popular en todo el país, Alina volvía a infiltrarse en los aplausos públicos: era electa delegada en el municipio donde vivía (Pedro Betancourt) y diputada a la primera Legislatura por ese propio territorio.
Fueron momentos que le hicieron galopar la sangre intensamente. «Sentí un gran orgullo por la elección y traté de no defraudar a quienes confiaron en mí», dice sonriente 33 años después.
La confesión de Alina le parece a algunos hoy «rara»; creen que un muchacho de 19 abriles no desea mucho «esa candela», que para ella fue entonces un honor. O simplemente piensan que, por las circunstancias del país, aquellos jóvenes maduraron más rápido que los de ahora y por eso a tales edades «estaban más preparados».
Son argumentos discutibles porque millares de muchachos en este tiempo se enrolan en tareas tan difíciles como la que le dieron a esta matancera.
No obstante, parece no faltarles razón a quienes opinan que esa responsabilidad demostrada por la nueva generación debía reflejarse en un mayor número de candidatos jóvenes en el presente.
En este proceso eleccionario, por ejemplo, fueron nominados 37 328 ciudadanos y de ellos el 21,3 por ciento son jóvenes. Es decir, algo más de 7 900 propuestos no llegan a los 35 años de edad. ¿Es porque los más nuevos no desean representar a sus vecinos?
Para Alina, el quid está en que «a veces los más entraditos en años no nos acordamos que fuimos jóvenes también y que cada uno de nosotros en su juventud jugó su papel.
«No importan los años que pueda tener una persona, lo que importa sobre todo son sus ideas, y las ideas no tienen edad», dice enfática.
¿Así mismo opinan los jóvenes del presente? ¿No quieren esos cargos o no los proponen para ellos? ¿Cómo miran el proceso eleccionario en Cuba, con fría distancia o como algo cercano? ¿Será que no poseen una cultura jurídica al respecto?
Con este saco de incógnitas JR se lanzó a las calles de cuatro ciudades cubanas: Bayamo, Cienfuegos, Matanzas y Ciudad de La Habana. Y encontró...
De cal y de arenaFoto: Albert Perera Castro «Hay de parte y parte. Algunos jóvenes no quieren compromisos de ese tipo. Y otros muchos sí los desean, pero no los proponen porque creen que el delegado debe ser una persona madura», esa fue la primera respuesta contra la que chocó nuestro diario al entrevistar a 105 jóvenes escogidos al azar en las localidades mencionadas.
Este razonamiento no luce lejano de la verdad. En la encuesta aplicada, el 46 por ciento de las personas entre 20 y 33 años dijeron que sí aceptarían ser delegados del Poder Popular, por gigantesco que parezca ese trabajo sin remuneración.
«Aunque no conozca mucho del quehacer del Poder Popular en la base, con interés y esfuerzo no hay tarea que se resista, ni conocimiento invencible», dice Ivette, licenciada en Contabilidad.
Mientras, el capitalino Rafael Aguilar considera que «los jóvenes debemos asumir retos de envergadura para garantizar la continuidad de la Revolución. Las personas mayores que ahora dirigen en el Poder Popular y otras estructuras fueron jóvenes como nosotros y aprendieron en la marcha. Lo mismo nos toca hacer ahora».
Otros, como la bayamesa Dayami Osorio, matizaron sus expresiones. «Hay quien quisiera desempeñar el cargo pero no puede porque no tiene las condiciones. Es una responsabilidad seria que requiere numerosas cualidades».
Héctor, recién licenciado del Servicio Militar, considera que con un poco de preparación pudiera ser delegado, pero sin ese atributo tal encargo gubernamental sería como un suicidio.
«No me han propuesto, pero aceptaría, aunque sé que eso conllevaría dedicación y sacrificio», opina Luis Fornaris, dirigente de la FEU en Granma.
Otra de las que se mostró con disposición para ese cometido fue la profesora Daniela Bulet, quien expuso que, por encima de las carencias, estaba la actitud de los seres humanos. «A veces no se tienen los recursos para resolverles el problema a las personas, pero sí se tiene la respuesta veraz y la disposición de darle seguimiento a sus inquietudes. Así, quienes te eligieron te respetan y apoyan».
Pero no todos están en esa misma línea. Precisamente entre los que expresaron tenerle miedo a ser delegado, muchos hablaron de las insuficiencias económicas como lastre.
«En la medida en que la economía se reanime la autoridad del delegado va a ser más notable», subraya un muchacho de Ciudad de La Habana.
«Es una labor humana, de sacrificio, aunque lamentablemente los delegados no cuentan con recursos para enfrentar los problemas, sino que deben tramitarlos y entonces es cuando se enreda la pita con la burocracia y pasa el tiempo sin resolverse los problemas. Eso desalienta bastante», reconoció una joven matancera.
Otros de los jóvenes que admitieron no afrontarían ese cometido se refirieron a la «croqueta» en que, ocasionalmente, se convierte el delegado. Es decir, se ve entre la espada y la pared, o entre la presión de los electores y la inercia de las instituciones.
Tal criterio no resulta nuevo. Las propias autoridades del Gobierno cubano se han pronunciado por que los organismos den respuestas, actúen, atiendan los planteamientos de los ciudadanos y apoyen a los representantes del Poder Popular en su gestión.
El retrato de esta problemática lo hizo un muchacho de Matanzas: «A pesar de la importancia que teórica y realmente tiene un delegado, recibe mínimo apoyo de las instituciones estatales que en hipótesis deben ser las que más deben colaborar con él. Y a veces la población exige mucho y aporta poco».
Ese tema del respaldo popular y otros como el «robo» de tiempo, las responsabilidades escolares, la inexperiencia... también afloraron como causas para decir no ante una propuesta de nominación.
«Uno se expone a recibir muchas críticas, a quedar mal ante los vecinos del barrio. Parece un trabajo bonito pero ingrato», aduce una estudiante de 24 años residente en Granma.
Un muchacho cienfueguero anduvo por una cuerda parecida: «Eso es meterse en tremendo rollo, solo te deja complicaciones».
Otra chica, alumna de Estomatología en Bayamo, puso sobre el tapete las «cuestiones lógicas»: no es razonable que a un estudiante de Ciencias Médicas o de cualquier otra especialidad del curso regular diurno se le proponga como delegado. Nadie se creería que va a hacer algo por el barrio. Los jóvenes con más capacidad para esto son los que ya terminaron sus estudios».
Sin embargo, a pesar de la fuerza de esa consideración, «caída de la mata», varios de los trabajadores, con edades cercanas a los 30 o más, se refirieron a la «gran candela» que entraña ser delegado.
En ese mar de opiniones JR halló un criterio interesante, emitido por una bella ingeniera informática de Bayamo: «Si uno ha dirigido un buen tiempo en la época estudiantil quizá podrá afrontar el reto de ser delegado; pero si no tiene la experiencia de dirigirse a las masas, si fue un joven tímido para los cargos de dirección, entonces de la noche a la mañana no puede convertirse en delegado».
Cultura jurídica¿Es el proceso de nominación importante? ¿Por qué? Estas sencillas interrogantes sirvieron para descorchar un problema conocido: los jóvenes aprecian las bondades incomparables del sistema electoral cubano, pero desconocen buena parte de sus planteamientos jurídicos.
Entre los entrevistados, 60 dijeron desconocer la esencia de la Ley electoral; 40 no sabían que un delegado de base puede llegar a ser miembro del Parlamento cubano. De hecho hoy, hasta el 50 por ciento de los diputados a la Asamblea Nacional proviene de los delegados de circunscripción elegidos en los barrios, algo que solo se ve en Cuba.
Algunos encuestados fallaron a la hora de señalar la edad mínima para poder ser elegido al Parlamento (18 años), o no dominaban que a los 16 se tiene el derecho no solamente de votar sino también el de ser electo como delegado a la Asamblea municipal o provincial.
Y más del 60 por ciento ignoraba que los delegados, en medio de su gestión gubernamental, pueden ser revocados por los vecinos si la mayoría de estos entiende que ha tenido un mal trabajo.
Raiko Laira fue uno de los que supo valorar la trascendencia del proceso eleccionario: «Esas personas que nominamos en la base pueden llegar a representarnos en el Parlamento, y luego son capaces de dirigir a cualquier nivel, de acuerdo con sus méritos y capacidad».
Darián Polls, de la Escuela Superior de Perfeccionamiento Atlético (ESPA) cienfueguera estuvo entre quienes supieron extenderse en explicaciones: «Sabemos que las elecciones en nuestro país tienen la ventaja de darle el derecho a los electores de proponer y postular en asambleas, elegir mediante voto directo y secreto, así como controlar, revocar y participar junto a sus representantes en las elecciones».
De los muchachos contactados por JR, 37 no supieron explicar las funciones mínimas del delegado, 20 lo vieron como un tramitador de quejas, 15 como un promotor de reuniones periódicas.
Al parecer aquella vieja etiqueta de gestor de materiales de la construcción quedó atrás, aunque todavía algunos lo siguen viendo así.
Para la jurista Kenia López esto indica que se deben divulgar más derechos tan básicos como votar, aunque considera que «es mucho pedir el que todo el mundo domine todas las legislaciones».
Ella cree oportuno ofrecer charlas en las comunidades y preparar a los profesores para que impartan conferencias en las escuelas, en las que los jóvenes obtendrían mucha información.
¿Rutinas?Para algunos de los interceptados en la calle por el Diario de la juventud cubana, «no siempre se aprovecha la posibilidad de nominar al más capaz, y a veces las asambleas se convierten en actos formales».
Sin embargo, la gran mayoría se identificó con el método de proponer públicamente a los representantes del Gobierno, sin mediación de dinero o de campañas, y apreció que era único en el planeta.
«A mí me gustan esas asambleas porque la gente opina abiertamente, y se vota a mano alzada por quien se considera el más capaz», señala Alexei, de 29 años.
Él piensa, no obstante, que las reuniones de rendición de cuentas, en las cuales el delegado informa de su gestión, sí son rutinarias en numerosas oportunidades.
Un estudiante matancero compartió esa visión: «En la rutina es donde se pierde la pelea. Esas reuniones deben prepararse con calidad, con ciertas iniciativas.
Nominación de jóvenes entre 16 y 35 años como candidatos a delegados a las Asambleas Municipales del Poder Popular (2007) PROVINCIA JÓVENES NOMINADOS % Pinar del Río 538 18.63 La Habana 575 22.37 Ciudad de La Habana 718 16.67 Matanzas 452 20.21 Villa Clara 675 20.80 Cienfuegos 343 23.67 Sancti Spíritus 364 21.94 Ciego de Ávila 404 25.20 Camagüey 579 22.80 Las Tunas 467 21.92 Holguín 764 20.25 Granma 672 22.39 Santiago de Cuba 666 20.50 Guantánamo 678 28.20 Isla de la Juventud 54 19.78 Total Nacional 7 949 21.30
EpílogoAlina, la muchacha que a los 17 años se vio frente a una multitud que le exigía y la exhortaba, cree que en los órganos de Gobierno del país nunca faltarán los jóvenes.
Entiende, empero, que no se puede ser tan espontáneo. Que hace falta espolear a los mozos de estos tiempos, no como una meta ciega sino por una ley de la vida.
Ella aprendió en su propia piel que los méritos no cumplen años. «El heroísmo no es solo de los más viejos, cada etapa tiene sus héroes y cada tarea tiene su heroicidad», dice con los ojos, escrutando quizá la escena en que su voz se perdía en un mar de nervios y emociones plenas...
A los jóvenes hay que motivarlos
Mileidy Denis Pérez fue una de las muchachas alcanzadas por JR en su sondeo. Ella, matancera como Alina, aceptó con apenas 25 años de edad ser delegada del Poder Popular.
Todavía ahora recuerda que, entre ruborizada y alegre, escuchaba el murmullo de sus vecinos más allegados cuando la nominaron. Unos la felicitaban y los pesimistas, como casi siempre, objetaban su decisión por ser madre, joven y trabajadora. No durmió esa noche, desbordada de preocupaciones. Meses después, luego de los resultados de las elecciones, estaba agitada frente a sus vecinos. Así se gestaba la delegada que estuvo cinco años en esa responsabilidad.
—¿En las elecciones de candidatos a delegados se proponen pocos jóvenes?
—Se estila que sea una persona con experiencia; sin embargo, cualquier joven puede asumir esa tarea con responsabilidad. La experiencia se adquiere en la marcha. Además, pienso que la juventud está preparada y tiene condiciones. Sería una posición valiente de cada joven y una posibilidad de superación.
«La población joven necesita más cultura sobre nuestro democrático sistema eleccionario, desde las elecciones hasta el trabajo de un delegado, una asamblea o el propio Parlamento.
«A los jóvenes hay que motivarlos para que conozcan las funciones del delegado y la importancia que reviste en su formación el haber sido delegado. Necesitan que se les dé mucha más información».
—¿Sucedió algo similar en tu caso?
—Claro, por eso mi sugerencia: hay que acercarse más a los jóvenes, porque yo sin haber sido delegada y a pesar de que había ocupado responsabilidades en el barrio, en la FMC y los CDR, veía al delegado como la persona que dirigía la rendición de cuentas y la gente iba a plantearle los problemas.
«No sabía que el delegado tiene el espacio para discutir temas sobre el presupuesto del Estado, que existe para resolver un grupo de programas sociales».
El derecho a elegir y ser elegidosArtículo 131.— Todos los ciudadanos, con capacidad legal para ello, tienen derecho a intervenir en la dirección del Estado, bien directamente o por intermedio de sus representantes elegidos para integrar los órganos del Poder Popular, y a participar, con este propósito, en la forma prevista en la ley, en elecciones periódicas y referendos populares, que serán de voto libre, igual y secreto. Cada elector tiene derecho a un solo voto.
Artículo 132.— Tienen derecho al voto todos los cubanos, hombres y mujeres, mayores de dieciséis años de edad, excepto:
1. los incapacitados mentales, previa declaración judicial de su incapacidad;
2. los inhabilitados judicialmente por causa de delito.
Artículo 133.— Tienen derecho a ser elegidos los ciudadanos cubanos, hombres o mujeres, que se hallen en el pleno goce de sus derechos políticos.
Si la elección es para diputados a la Asamblea Nacional del Poder Popular, deben, además, ser mayores de dieciocho años de edad.
Artículo 134.— Los miembros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y demás institutos armados tienen derecho a elegir y a ser elegidos, igual que los demás ciudadanos.
Artículo 135.— La ley determina el número de delegados que integran cada una de las Asambleas Provinciales y Municipales, en proporción al número de habitantes de las respectivas demarcaciones en que, a los efectos electorales, se divide el territorio nacional.
Los delegados a las Asambleas Provinciales y Municipales se eligen por el voto libre, directo y secreto de los electores. La ley regula, asimismo, el procedimiento para su elección.
Artículo 136.— Para que se considere elegido un diputado o un delegado es necesario que haya obtenido más de la mitad del número de votos válidos emitidos en la demarcación electoral de que se trate.
De no concurrir esta circunstancia, o en los demás casos de plazas vacantes, la ley regula la forma en que se procederá.
(Tomado del capítulo XIV de la Constitución de la República, que rige el Sistema Electoral cubano)