Ciego De Ávila.— En la novela Del Amor y otros demonios, el marqués de Casalduero, ante el peligro de que su hija muriera por el contagio de la rabia, busca al doctor Abrenuncio de Sa Pereira Cao. El médico, luego de decirle todos sus pareceres, le otorga el último consejo al padre. «Hágala feliz», le dijo. Ante el asombro del marqués, el controvertido Abrenuncio le aclaró: «Dénle todo lo que pueda hacerla feliz; porque no hay medicina que cure lo que no cura la felicidad».
Durante la reunión de balance de la UJC en el municipio avileño de Primero de Enero, la fórmula de Abrenuncio volvió a aparecer como un fantasma feliz mientras se debatía el tema de los valores, sobre todo en aquellos muchachos que cursan la enseñanza secundaria de ese territorio.
En ese punto de la asamblea aparecían los criterios más disímiles, pero una pregunta se mantenía: ¿Si hay tantos programas de la Revolución, entonces por qué existen jóvenes que muestran apatía y que valoran a sus semejantes no por sus condiciones humanas, sino por sus posibilidades materiales?
La trabajadora social Yasely Rivera apuntaba la falta de dinamismo y que muchas veces los comités de base se quedan solo en palabras y no llegan a la acción. Por su parte, Liliam Miranda Méndez, del comité de base de la ESBU Carlos J. Finlay, mencionó la falta de trabajo personalizado.
Raúl Van Troi Navarro, del Comité Nacional de la UJC, alertaba que para formar valores primero había que convencer, y para convencer a un joven antes había que acercarse a él.
«No puede haber imposiciones, y menos con un alumno de secundaria», alertó. «Ellos no son como los alumnos de hace diez o 15 años; ahora tienen muchos argumentos».
La alerta no es para guardarla. Porque el acto de crear en la juventud el sentimiento de pertenencia a un país y a un ideal —con todo lo que ello implica— pasa por enfrentarse a una variable muy fuerte, que es la situación económica de Cuba, sometida a tensiones que impactan en la cotidianidad y la vida doméstica de la familia, pese a los intentos del Estado por llenar vacíos y suavizar esa tensión.
Por eso hay que acercarse a los jóvenes, en especial a los adolescentes, no como un inquisidor, dueño de toda la verdad, y sí como un amigo, capaz de echarle un brazo al hombro y escucharle.
Aunque esa idea no se puede quedar solo en una declaración de asamblea, por lo que es muy importante lo señalado por Yasely Rivera, de que hay que salir de las meras palabras y concretarnos en los hechos.
Y es que esos «muchachitos» de secundaria, tan irreverentes, tan alocados, tan dados a llenarse la cabeza con gel, tan superficiales en apariencia, tienen la capacidad instintiva de dar en el blanco a la hora de medir a una persona, muchas veces con mayor rapidez que un adulto. Por eso el eslabón perdido —como se nombra a los adolescentes con problemas de conducta, en ocasiones no ha sido la pieza extraviada, sino la parte de la cadena que no se ha sabido encontrar.
Y para hacerlo no se necesita un decreto especial ni la lupa de Sherlock Holmes. Solo se necesita seguir la pista dejada por el doctor Abrenuncio.