SI un ser humano tuviera que recolectar más de 7 200 flores para producir solo cinco gramos de miel, difícilmente este rico y nutritivo alimento podría ser degustado hoy por muchos millones de personas en todo el mundo.
Sin embargo, las abejas, conocidas por sus dolorosas picadas, son capaces no solo de recorrer alrededor de 40 kilómetros diariamente en busca del néctar necesario para elaborar ínfimas cantidades de miel, construir sus panales, cuidar sus crías, o ser vigías en la colmena, sino que desde hace miles de años sus productos devienen fuente medicinal y de alimento para el hombre.
Sustancias como la miel, el propóleos, la cera, el pan de abejas, la jalea real, el extracto de zángano y el polen que son capaces de producir, constituyen desde entonces una «fábrica» perfecta de materias importantes en el desarrollo de nuevos tratamientos y productos útiles a las personas.
¿Qué sucedería entonces si este animal prehistórico de pronto se extinguiera? La posibilidad, por remota que parezca, puede ser inmediata y no pocos investigadores se han alarmado ante el peligro de perder una especie cuyos beneficios, tanto en la vida del hombre como en el equilibrio de ecosistemas, son muchas veces desconocidos e imprescindibles.
ESPECIES PARA CONTAR
En el mundo existen más de 20 000 tipos de abejas, divididas en dos grupos principales: las solitarias, donde cada hembra hace su nido y solo almacena provisiones para sus larvas, y las sociales.
Entre estas figuran las llamadas del tipo semisocial, que viven en pequeñas colonias provisionales, de dos a siete miembros de la misma generación. Muy diferentes se presentan las abejas eusociales o muy «sociales» que habitan en grandes colonias formadas por hembras de dos generaciones, las reinas y las obreras, unidas a machos que solo cumplen con la función reproductiva.
Faltaría mencionar otro grupo constituido por las parásitas, las cuales no hacen nidos ni buscan comida por sí mismas, sino que prefieren emplear los de otras especies para sobrevivir.
De todas, la abeja melífera o abeja de miel es reconocida como el insecto más valioso desde el punto de vista económico. Esta, además de producir la miel y la cera, desempeña un papel extraordinario en la polinización de los cultivos de frutas, nueces, hortalizas y vegetales forrajeros, así como de plantas no cultivadas que impiden la erosión del suelo, al fijarse en él e impedir que sea arrastrado a los océanos.
Esta familia tiene la peculiaridad de que cuando una abeja localiza una fuente de alimento, o una especie vegetal, avisa a sus hermanas para que se centren en ese foco de polen y néctar, característica que no poseen otros insectos.
REINO SIN CORONAS
La miel se usa en múltiples tratamientos medicinales e incluso para masajes en la piel. Como castillos en miniatura muy bien estructurados, las abejas «sociales» construyen grandes colonias, donde habitan la «reina», cientos de machos o zánganos y miles de obreras, para completar unos 50 000 insectos por colmena.
La reina, llamada también maestra, madre o machiega, tiene dos veces mayor tamaño que el resto y es 2,8 veces más pesada. Como gran matrona, su función biológica es la reproducción.
Una vez que alcanza su madurez, esta «dama» inicia el denominado vuelo nupcial, que comprende una distancia de varios kilómetros a gran altura. Y luego es seguida por los zánganos, de los cuales de seis a 17 se aparean con ella.
Los que logran la copulación mueren inmediatamente y la reina regresa a su colmena, dispuesta a poner entre 1 000 y 2 000 huevos diariamente.
Así, mientras la gran «mamá» se ocupa de traer al mundo nuevas vidas, las obreras son las encargadas de la alimentación, defensa y construcción dentro de la colmena, y en ausencia de la reina pueden poner solo unos 28 huevos en toda su vida, que originarán futuros zánganos.
La comunicación en la colonia es constante, mediante la emisión de sustancias llamadas feromonas, que les conceden su «sello de identidad», danzas y trofalaxia o intercambios bucales y de antenas entre las abejas.
PATOLOGÍAS NOCIVAS
En apenas treinta años una gran variedad de patologías ha afectado a las abejas y se ha extendido por todo el mundo. La complejidad de causas y la diversidad de factores dificultan el diagnóstico; y la importación de especies ha conllevado, al mismo tiempo, el traslado de enfermedades desconocidas.
En Iraq, por ejemplo, los efectos tóxicos de la Guerra del Golfo, en 1991, y el humo de las fogatas de los pozos petrolíferos, destruyeron el 90 por ciento de las colonias de abejas.
Al margen de las polémicas sobre los insecticidas, muchos investigadores intentan averiguar qué sucede. Según revelan observaciones recientes, algunas abejas de pronto no saben encontrar su colmena, y a otras las expulsa el grupo porque no las reconocen.
Otras investigaciones apuntan que moléculas tóxicas, como resultado del uso de insecticidas, muchas veces continúan en la planta durante su crecimiento, e incluso su floración. El néctar de las flores que sirven de alimento a las abejas también contiene residuos químicos con efectos destructivos para las colonias. Y así las abejas podrían estar ingiriendo sustancias que aparentemente solo protegen a la planta.
PRODUCTO DIVINO
Las abejas, y con estas la miel, han acompañado al ser humano a lo largo de su evolución hasta el presente. El hombre de la Edad de Piedra la valoraba tanto por su rareza como por su sabor.
Desde la antigüedad estuvo presente en festivales religiosos de todo el mundo como alimento para los dioses, y hace 3 000 años en las tumbas egipcias se depositaban vasijas con miel como símbolo de inmortalidad.
Antiguas leyendas plantean que Alejandro Magno, luego de su muerte, fue trasladado de Babilonia a Macedonia en un recipiente lleno de miel y el cadáver se conservó intacto.
Sus poderes curativos se vaticinaron hace mucho tiempo. En la antigua Grecia, el médico Hipócrates consideraba a la miel como una magistral medicación fortificante que prolongaba la vida.
Sucesivamente se fue revelando como una sustancia especial, solo producida por las abejas, que en la actualidad patentiza aplicaciones en la salud e incluso en la cosmética.
Pero la «magia», y con esta los tantos productos que se derivan del trabajo de las abejas, solo puede lograrse por ellas mismas. Si hoy están amenazadas de extinción las especies silvestres, los especialistas advierten que las utilizadas en la apicultura también están envueltas en ese «misterioso» peligro.