La violencia es un problema social y de salud, nada justificable, que se presenta sin distinción de edad, educación o nivel socioeconómico en todos los países.
Puede adoptar diversas expresiones, desde el silencio hasta el maltrato físico, pero todas laceran la dignidad y producen daños irreparables en la salud mental tanto de los agredidos como de sus agresores.
La violencia de género es una de sus muchas variantes, aprendida culturalmente por modelos familiares o sociales y por una educación machista desde la cuna. Otros factores desencadenantes pueden ser el alcoholismo, las drogas y el tabaquismo.
Varias expresiones de este fenómeno son la violencia física, la psicológica y la sexual, que incluye abuso lascivo, violación y acoso.
Algunas de sus consecuencias más visibles son las lesiones y traumas, la depresión, baja autoestima, inseguridad, disfunciones sexuales y ansias de venganza. Algunas mujeres también se vuelven sumisas, llegan a rechazar a los hijos o a tener embarazos no deseados.
En la etapa de la niñez y la adolescencia, ser violentado o presenciar estas escenas genera afectaciones psicológicas, trastornos emocionales o del sueño, anorexia, aislamiento o disminución en el aprendizaje. Muchos reproducen conductas agresivas en la familia o en el marco social.
También las personas que ejercen violencia sufren efectos negativos, ya que se sienten inferiores, impotentes, deprimidas, ansiosas, arrepentidas, culpables, inseguras, y además son rechazadas por la familia y la sociedad.
En ambos casos puede llegar a intentarse el suicidio, cosa más común en mujeres y adolescentes, mientras que los hombres suelen adoptar una conducta homicida-suicida.