Los que soñamos por la oreja
Como he escrito una que otra vez, lo cierto es que nunca han sido buenos los tiempos para el rock y el metal en Cuba, pero se pueden dar testimonios de que ha habido etapas mejores que otras. Quienes son seguidores sistemáticos de ambas escenas entre nosotros, concordarán conmigo en cuanto a que el presente es uno de los peores momentos en la historia de ambos géneros en nuestro país, aunque hoy haya más cantidad de bandas que en cualquier instante del pasado.
El cierre del Maxim Rock por causa de una reparación que nadie sabe ni puede decir para cuándo concluirá, la casi nula programación de conciertos para las bandas que han optado por defender material propio y no dedicarse exclusivamente a la interpretación de covers, más problemas en relación con los objetivos, perspectivas y funcionamiento de la Agencia Cubana de Rock (ACR) —asunto que en lo particular me parece el tema de mayor preocupación de cara al futuro—, han hecho que el cultivo del rock y el metal en Cuba se encuentren en un estado calamitoso. Sucede que, como ha afirmado Miriela Fernández en la revista digital La Jiribilla:
«(…), la ACR cumple una década este año. Su establecimiento en el 2007 trajo consigo, que el cine-teatro Maxim Rock también volviese a la vida. Ello constituyó un gesto de apoyo institucional a un movimiento cultural que reclamaba tanto un espacio propio
—tras haber sido cerrado en el 2003 el Patio de María—, como la profesionalización en el circuito nacional. No obstante, si bien puede hablarse de una etapa de esplendor de la ACR en sus años inaugurales, las variaciones en un quehacer que no ha logrado la convergencia entre los cambios contextuales, los intereses institucionales y las ideas de cultores y cultoras de estas músicas —habaneros y de otras provincias— sobre sus caminos de creación, han hecho que esta primera década arribe en medio de diversos desafíos».
Por suerte, los amantes de tocar rock y metal entre nosotros no abdican de sus sueños y contra toda clase de dificultades objetivas y subjetivas, persisten en llevar adelante sus propuestas, aunque ante la indiferencia, la desidia y el desinterés de quienes han tenido en sus manos el poder para canalizar estas expresiones sonoras, no quede otra opción que concluir que, como afirma el grupo de rock progresivo Perfume de Mujer en su disco pollos d’granja (Luna Negra), «Fabricamos un arte especial en un medio hostil a los soñadores».
Una prueba de esos rockeros y metaleros que van a contra corriente se encuentra en el grupo Combat Noise, con más de 20 años de duro bregar. Desde sus orígenes allá por 1996, la banda encabezada por el vocalista Juan Carlos Torrente, ha sido uno de los principales exponentes del metal extremo en Cuba. A lo largo de su historia, ella ha cultivado indistintamente el death metal, algo de grind y el sonido industrial.
En la actualidad, se afilia a lo que cabe definirse como war metal, con una sonoridad signada por la intensidad y agresividad de la misma. Fiel muestra de lo anterior se aprecia en el más reciente fonograma de la agrupación, el CD titulado Frontline Offensive Force.
Contentivo de un total de diez cortes (musicalmente son nueve en realidad, pues el primero es una intro a base de efectos de tiroteos) encontramos aquí riffs guitarrísticos bien pesados de esta clase de estilo, con pasajes que en ocasiones apelan a acelerar la velocidad del ritmo, guiado el trabajo por el canto gutural defendido por Juan Carlos, sin lugar a dudas uno de los que mayor dominio ha alcanzado en esta manera de proyectar la voz, en lo cual mucho le favorece el registro grave que posee y el dominio de la técnica dada su labor como integrante de destacados coros cubanos.
Piezas como The soldier who’ll never come back, Paratroopers, Platoon, Cuban death metal, Sniperis in position y Psichobelic (estas dos últimas, mis favoritas en la grabación), de seguro harán las delicias de los amantes de una manifestación como el death metal brutal.
Por mi parte, aunque no soy un devoto ciento por ciento del metal extremo, no puedo menos que admirar la fuerza de voluntad que, ya por más de dos décadas, Juan Carlos y su tropa han tenido para defender su derecho a cultivar el tipo de música que les satisface.