Los que soñamos por la oreja
Sin caer en la tontería de pretender satanizar al mercado —al menos para mí está claro que este no solo puede perdernos, sino que también tiene la posibilidad de salvarnos (vale recordar que los músicos, incluidos los cantautores, viven de él), y además resulta un espacio de transacción que ejerce una función promocional de suma importancia, dinamizadora del consenso cultural—, no se puede negar que a partir de su irrupción entre nosotros, y de que el hecho musical empezó a concebirse en función de la ley de oferta y demanda, es el fenómeno que más ha marcado los derroteros, no ya de la Canción Cubana Contemporánea, sino de toda la música popular facturada en el país, unas veces para bien y otras para mal. Cierto que ha lanzado figuras locales al estrellato, pero igualmente no ha propiciado el desarrollo armonioso de manifestaciones sonoras que no están entre las favorecidas por la débil industria discográfica cubana, al no aparecer entre las de mayores ventas.
Creo que a estas alturas a todos nos ha quedado claro que para el ingreso y la aceptación dentro del ámbito comercial, la creación facturada por trovadores y/o cantautores se ve forzada por las circunstancias a cruzar fronteras genéricas y estilísticas que hasta hace muy poco resultaban infranqueables para los artistas del gremio y que, según el parecer de los más tradicionalistas y ortodoxos, vienen a ser algo así como pecados de lesa humanidad. Sucede que en aras de insertarse dentro de los ambivalentes espacios de la industria cultural y su circuito de difusión comercial, comprendiéndose en este la industria discográfica, radiofónica, el espectáculo musical, la televisión, las revistas y publicaciones especializadas, la publicidad y sus productos, y la industria cinematográfica, con frecuencia hay que entrar en un peligroso territorio de pleitesías y desarrollos inocuos que faciliten la circulación y distribución de la obra musical, lo cual representa un proceder diríase que mercenario pero que, paradójicamente, presupone un poderoso filtro que posibilita visualizar las formas de mayor solidez y vigor en relación con las veleidades ocasionales y las modas espurias.
Pensaba en todo lo anterior a propósito del quehacer autoral e interpretativo de Mauricio Figueiral, alguien del que conozco su obra casi desde los comienzos de la misma. Me parece que fue ayer cuando él era parte del grupo de trovadores reunidos en torno a la peña denominada La séptima cuerda, que acontecía en la biblioteca Rubén Martínez Villena de La Habana Vieja. Con dicho piquete de amigos, integrado por Adrián Berazaín, Pedro Beritán, Juan Carlos Suárez y Jeiro Montagne, Mauricio ofreció sus primeros recitales en sitios como la sala Talía, en los tiempos cuando era estudiante del Instituto Superior de Arte (ISA). De esa época, aún se recuerdan temas suyos como Simulacro y Si va a llover que llueva.
Mauro, como solemos decirle en circuitos más estrechos, es un creador que se mueve con igual interés por el mundo del audiovisual que por el de la música. De ahí que lo podemos encontrar tanto como hacedor de un video clip, al frente de un programa televisivo, como cantautor o en una de las dos versiones que hoy existen del Paquete Semanal. En función de sus amplias miras como artista, Figueiral ha laborado no solo en Cuba, sino además en otras geografías, como Venezuela y Brasil.
En el 2015, a propósito de la emisión de Cubadisco, se tuvo noticias de su segundo disco, el fonograma titulado Flores de tequila, un material que da continuación a lo hecho por él en su anterior producción. De tal suerte, en este CD nos topamos con un puñado de melodías en las que el sentido lúdrico y el reflexivo van de la mano.
Contentivo de 12 temas, al menos un par de ellos han recibido una adecuada promoción. Me refiero a las piezas Si te cansaste de mí, interpretada a dúo con la vocalista Luna Manzanares, y Por una camarera, composición compartida con su viejo amigo y colega de los tiempos de La séptima cuerda Adrián Berazaín, quien por cierto también incluyese dicho corte en su disco denominado Si te hago canción, solo que en una versión un tanto más rockera.
Si bien las piezas de aire marchoso que aparecen en la grabación son las que le garantizan a Mauricio una mayor comunicación con el gran público, para mi gusto personal lo mejor de este cantautor en su segundo esfuerzo discográfico está en los temas que representan el costado lírico en el quehacer de Figueiral. Tales serían los casos de ejemplos como Mal acompañada, Desconocida y sobre todo, Tu cielo de rodillas, preciosa composición que pone de manifiesto las posibilidades de Mauro dentro de la arista íntima de la Canción Cubana Contemporánea.
Así, cuando llegamos al final del álbum, el corte titulado Sálvenme con una cubana, nos queda la sensación de haber disfrutado en conjunto de una propuesta grata al oído, que corrobora las potencialidades de Mauricio Figueiral como cantautor motivado por ofrecer una propuesta en la que el concepto de hibridación está todo el tiempo presente, a tono con las características que signan a su generación de creadores.