Los que soñamos por la oreja
El asunto de la función identitaria de la música ha sido frecuente objeto de estudio en años recientes. Al hablar de ello hay que partir del principio de que toda cultura tiene música y esta, como producto sociocultural, posee una función identitaria, que puede ser étnica, social, etcétera, al resultar el reflejo de una cultura específica y un instrumento identificador válido para los seres humanos y que, como ha señalado Rubén Gómez Muns: «se caracteriza por ser permeable y flexible ante las diferentes actitudes existentes en un mundo cada día más globalizado». Hoy, semejante consideración de la música como producto sociocultural y por ende, elemento de mercado, la transforma en una cuestión clave para el estudio de la convivencia de las culturas y en un objeto de análisis para la exégesis del fenómeno de la globalización, así como del mundo posmoderno.
No está demás recordar la doble naturaleza de la globalización, que aproxima a los hombres cada vez más haciéndoles asumir unos valores homogéneos, al propio tiempo que provoca la búsqueda y el fortalecimiento de nuestras raíces. Si bien es cierto que la difusión de la mayor parte de las formas simbólicas es en la actualidad global, su apropiación no puede ser sino local. No se olvide que uno de los principales debates de fines del siglo XX y principios del XXI ha sido la importancia de lo local y lo global en el pensamiento sobre la producción, diseminación y recepción de la cultura popular y que, incluso, por encima de modelos excluyentes ya hay pensadores que intentan atravesar las polaridades de lo universal y lo particular, como Roland Robertson con su concepto de lo glocal, o Jan Nederveen Pieterse con su noción de «interculturalismo» o interpenetración de diversas lógicas culturales.
La música es un lenguaje universal que —como decía C. Seeger— no tiene fronteras y puede caracterizarse por su capacidad de contacto con otras músicas. En sintonía con las ideas de Rubén Gómez Muns, puede afirmarse que es un proceso de comunicación articulado a partir del eje receptor-productor-emisor/distribuidor-moda/gusto/canon y en tres dimensiones, la estructural, la ideacional y la fenomenal.
En el ámbito musical, cada discurso puede jugar un rol importante en la búsqueda y distinción identitarias de los colectivos sociales. A tono con lo anterior, uno de los valores de mayor representatividad de la música resulta aquel que funciona como un símbolo de identidad nacional o regional. Y es que sobre todo la música popular se halla estrechamente vinculada a los aspectos identitarios del sitio de origen de una comunidad, al margen de que esta pueda experimentar una desubicación territorial derivada de su migración.
El investigador Nicholas Cook, en De Madonna al canto gregoriano: Una muy breve introducción a la música, argumenta la tesis de que para afrontar el desarraigo que produce la diáspora, las comunidades de inmigrantes se aferran a su música tradicional, con el manifiesto propósito de conservar su identidad en un país extranjero. Por su parte, en otro muy interesante libro titulado Música e interculturalidad, sus autores, Joseph Siankope y Olga Villa, aseguran que pueden conocerse las costumbres de cada cultura a través de su música popular, la cual suele hacer referencia a la vida cotidiana de una población.
Así, no es exagerado afirmar que el encuentro con otras culturas puede iniciarse por medio del conocimiento de la cultura musical de un determinado pueblo. De acuerdo con diferentes investigadores, como el aludido Gómez Muns, una de las funciones principales de la música resulta implicar a las personas en experiencias compartidas y que se enmarcan dentro de la experiencia cultural de cada quien, lo cual constituye un universo simbólico y que puede ser marco de referencia e identificación. A tono con lo expresado, la música tiene la capacidad de instaurar una memoria colectiva en relación con el pasado, establecer un ámbito de referencia en torno a la proyección de acciones, sueños y aspiraciones, e indicar respecto al presente aquellos límites en los que los miembros del grupo están en condiciones de aplicar sus capacidades cognitivas.