Los que soñamos por la oreja
Hubo una escuela de druidas experta en guardar los sonidos más queridos en caracolas de mar, para curar las nostalgias de los argonautas que partían al largo viaje. De haber sido yo uno de ellos, entre las voces de las que no habría prescindido está la de Liliana Herrero, alguien que posee la rara virtud de ser a la vez músico, artista e intelectual.
Esa triple condición la descubrí en ella durante su primera visita a Cuba el año pasado y la ratifiqué con creces ahora en el 2011, cuando tuvimos el privilegio de que, invitada por el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau e integrando la delegación argentina a la 20 Feria Internacional del Libro, viniese nuevamente a La Habana, esta vez con el objetivo de ser protagonista de tres conciertos.
Tales funciones resultaron una fiesta innombrable (al decir de Lezama Lima) para aquellos que tenemos una comprensión ecuménica de lo que hoy representa el arte musical. En el repertorio interpretado por Liliana se pudieron escuchar por igual piezas compuestas por el dúo mendocino que integran Tilín Orozco y Fernando Barrientos (proyecto artístico fundamental en lo que en el presente en Argentina se ha dado en llamar como folclor urbano), otras firmadas por el reconocido folclorista Cuchi Leguizamón, hasta pasar por temas de ese amigo de Cuba y de la Herrero que es Fito Páez.
En mi opinión, lo más trascendente de las presentaciones de Liliana Herrero en La Habana fue que sirvieron para demostrar que la grandeza de esta mujer no radica en sus virtudes como singular intérprete que re-crea cuanto canta, sino en su concepción del hecho artístico. A tono con categorías empleadas en el área de la Culturología, habría que expresar que Liliana es toda una performer, o sea, alguien que a partir de las infinitas posibilidades que ofrece la voz humana diseña un espectáculo sonoro para cada tema que asume en su repertorio, concebido desde la perspectiva de una figura que actúa al cantar.
Mientras me deleitaba al verla reinventar, una tras otra, las melodías que interpreta, a mi memoria vino una frase expresada por el mítico guitarrista español Andrés Segovia en relación con nuestro Bola de Nieve y en la que en esencia se aseguraba que escucharle era asistir al nacimiento conjunto de la palabra y la música. Algo similar se puede manifestar en cuanto al privilegio de oír en vivo a Liliana Herrero, pues ella pertenece a una categoría de figuras en la que yo incluiría a nombres como los del propio Ignacio Villa (Bola de Nieve) o a Chabuca Grande, una estirpe de creadores latinoamericanos que lamentablemente está en extinción.
No quiero soslayar a propósito de las actuaciones de Liliana, el desempeño de su guitarrista acompañante, Pedro Rossi. Él es uno de esos ejecutantes de la guitarra ante los que hay que quitarse el sombrero. Su sentido de la armonía y el manejo que posee de la mano derecha al arpegiar son simplemente magistrales. Para sorpresa de los que nos interesamos por los asuntos guitarreros, Pedro vino a Cuba con un instrumento de siete cuerdas, que le otorga una sonoridad más grave y profunda a la guitarra y le permite ampliar el concepto del trabajo del acompañante al tocar.
Pensando en los tres conciertos de Liliana Herrero, quien tuvo la iniciativa de compartir escena con el dúo Karma y los integrantes de la Trovuntivitis, siento la necesidad de expresar que es una vergüenza que en la actualidad hayan quedado atrás los tiempos en que en Cuba estábamos al tanto de lo que andaban haciendo nuestros hermanos latinoamericanos en materia de música. Esto es algo que llama poderosamente la atención, pues se concordará conmigo que en los años 70, debido a la existencia de diversos regímenes dictatoriales al sur del Río Bravo, las comunicaciones entre nuestro país y las naciones del área resultaban mucho menos fluidas que en el presente.
Hoy, cuando todo es menos complejo en lo concerniente al intercambio no solo en materia de música sino en las distintas esferas de las artes, resulta un contrasentido el hecho de que en Cuba se ignore en gran medida lo que musicalmente acontece en sitios como Argentina, con lo que artistas de la valía de Liliana Herrero y Pedro Rossi son entre nosotros prácticamente desconocidos y al venir a ofrecernos su arte, no reciben de los medios cubanos de comunicación ni una undécima parte de la atención y promoción que le prestan a pobres infelices del mundillo musical y que solo son personajillos de turno en la cambiante moda de la industria cultural.