Los que soñamos por la oreja
Hace unos días, una amiga perteneciente a esa generación de féminas nacidas en los años 70 y que tienen lo que en términos musicales uno podría catalogar de una proyección muy heavy, se me apareció en casa con un DVD de Marilyn Manson, artista de quien ella es una total fanática, no solo en virtud del trabajo musical de dicho proyecto sino sobre todo, por la visualidad y el concepto del espectáculo que maneja la aludida banda y en especial, su figura frontal.
Creo que de los 90 hacia acá, en el mundo del rock, esta agrupación ha sido una de las que más ha dado que hablar entre quienes se acercan al género a partir de análisis que trascienden lo puramente sonoro, para caer de lleno en los terrenos de la culturología.
El hecho de que ya llevo una respetable cantidad de años vinculado a la escena del rock, me hace que inevitablemente asocie con determinados antecedentes, de un modo u otro, cuanto proyecto nuevo descubra. Y es que en esta historia todo (o casi todo) está inventado. Por eso, cuando a mediados de la pasada década trabé contacto con el estilo de Marilyn Manson, de inmediato me dio por recordar lo que, desde el punto de vista del espectáculo, en épocas anteriores habían hecho gentes como Arthur Brown, Kiss y WASP, por mencionar algunos nombres de músicos que en su momento también escandalizaron a no pocos por sus formas de proyectarse en los escenarios.
Mucho de la transgresora estética de Manson, que atrajo a tantos jóvenes en su momento por el acto «performático» representado en cada uno de sus conciertos, había sido experimentado incluso desde fines de los años 60.
Este caso resulta un magnífico ejemplo para darnos cuenta de que las arenas contraculturales, contexto en el que se ha desenvuelto Brian Warner (verdadero nombre de Marilyn Manson) y sus colegas de grupo, también poseen sus específicos juegos con reglas respectivas, tan rígidas como las hegemónicas. A partir de ajustarse a tales códigos, los participantes llegan a alcanzar fama, prestigio y reconocimiento público (cosa que en términos contables se traduce en dinero, ¡mucho dinero!), incluso al punto que sus productos pueden hasta ser demandados en grandes volúmenes.
Con ello, propuestas como la de Marilyn Manson, al margen de algunos escándalos mediáticos y de recibir ataques por representantes del sector conservador en una sociedad como la estadounidense, adquieren una cualidad
atractiva para los aparatos mercadológicos de las industrias culturales, pues sin invertir en ellos pueden hacerlos objetos de consumo tan exitosos o más que los productos que normalmente suelen fabricar y en los que realizan copiosas inversiones.
Considerado como un grupo de rock industrial, la historia de Marilyn Manson se remonta a fines de los 80, cuando el embrión de la actual banda nace en el sur del estado de la Florida, con el manifiesto propósito de explorar los límites de la censura. La elección del nombre de la agrupación responde a la integración de los apelativos de la actriz Marilyn Monroe y el asesino Charles Manson. A través de tal mezcla se aspira a representar la dualidad entre el bien y el mal, que se hallaría en cada ser humano.
A fines de 1993, la compañía Nothing records le ofrece al grupo la posibilidad de firmar su primer contrato discográfico. Así, en julio de 1994 ponen en circulación el trabajo denominado Portrait of an American family. A este fonograma le seguiría el EP Smells like children, publicado en octubre de 1995, material que por sus ventas alcanzó la categoría de Disco de platino. Apenas un año más tarde, ve la luz Antichrist Superstar, que se convierte en un suceso mundial, gracias a cortes como The beautiful people. Vendría después Mechanical animals, otro éxito de ventas.
Son parte de la discografía del grupo los títulos Holy Wood (In the shadow of the valley of death), The golden age of grotesque, Lest we forget: The best Of y Eat me, drink me, álbumes todos con ventas astronómicas y en los que si bien prevalece la crudeza de un discurso que revela el lado oscuro de la sociedad norteamericana, no permiten dejar de ver a Marilyn Manson como otra mercancía entre las tantas puestas a la venta por la industria cultural.