Los que soñamos por la oreja
Mientras asistía la semana pasada a varios de los conciertos que tuvieron lugar como parte de la programación del 12 Festival de Música Electroacústica, encuentro que desde 1998 se denomina Primavera en La Habana (hasta dicho año y desde su fundación en 1981 se llamó Primavera en Varadero), pensaba en torno al hecho de que entre los muchos eventos que se organizan en nuestro país en la esfera musical, es este uno de los de mayor prestigio si se piensa en la nómina de las figuras que nos visitan para mostrarnos sus obras y compartir con los exponentes cubanos de la corriente. Por dar un ejemplo, en esta ocasión entre las notables personalidades que estuvieron por acá, se destaca el nombre de Françoise Barrière, presidenta de la Confederación Internacional de Música Electroacústica del Consejo Internacional de la Música de la UNESCO.
Sin embargo, y esto a su vez resulta una paradoja, pese al elevadísimo nivel de participantes foráneos y locales, no creo que el festival todavía registre la repercusión que está llamado a tener, al margen de que determinados conciertos de algunas emisiones han alcanzado un nada despreciable respaldo de público. Cierto que el traslado del evento de su antigua sede en Varadero a la capital cubana, nos ha brindado mayores posibilidades a los ciudadanos de a pie para ser testigos presenciales de un auténtico acontecimiento cultural, pero estimo que existe un potencial de posibles aficionados a la manifestación (estudiantes de música, de carreras de arte, de diseño, de audiovisuales o de informática) a los que les falta previa información al respecto y que los sensibilice con un trabajo cercano a sus intereses cognoscitivos.
Funciones como la efectuada a manera de gala inaugural del festival, con obras de los compositores cubanos Carlos Fariñas, Roberto Valera, Juan Piñera y Juan Blanco, o la protagonizada por el trío multinacional integrado por la violinista Irene Mitri, el pianista Hilario Durán y Andy Schloss en el radio drum (aparato este que es una maravilla de ingeniosidad), y que invitaron a su vez al contrabajista Jorge Reyes para un convite entre el jazz y la electroacústica, fueron testimonio de una propuesta que se decanta por la experimentación sonora y por separarse de viejos y convencionales moldes creativos, a sabiendas de que, como hace años afirmase Leo Brouwer, «la tradición se rompe, pero cuesta trabajo».
Eso lo conoce al dedillo Juan Blanco, que lleva más de 60 años en las lides de avanzar por caminos no trillados, desde que allá por 1942 creó un instrumento al que denominó «Multiórgano», valorado en el Simposium Internacional «Musical Inventions and Creations: Denial of Utopia» celebrado en Bourges, Francia, entre el 11 y el 15 de junio de 1991, como precursor del Melotrón, muy popular teclado entre fines de los 60 y durante los 70.
Gracias a Blanco, que ha marcado con su impronta a los cultores cubanos de la manifestación, la electroacústica facturada entre nosotros se distingue por un sentido de vitalidad, que la aleja de la frialdad que se siente en muchas obras hechas por compositores foráneos. Desde precursores como Leo Brouwer, Sergio Fernández Barroso, Jesús Ortega, Calixto Álvarez, pasando por figuras como Sergio Vitier, Jorge Berroa, Julio Roloff, Juan Marcos Blanco, Edesio Alejandro, Marietta Véulens, Fernando Rodríguez, Mirtha de la Torre, hasta llegar a nombres como los de Elio Villafranca, Pedro Pablo Pedroso, Ileana Pérez, Raylor Oliva, Evelyn Ramón, Irina Escalante, Teresa Núñez, Julio García Ruda, Alain Perón, Rubén Hinojosa, Mónica O’Reilly o Alain Michel G. Falcón, se percibe una línea de continuidad en el tiempo.
Todos estos compositores y otros que no he mencionado, han sido conscientes de que la creación con el auxilio de los medios electroacústicos no es más que una técnica para hacer música en determinado género o estilo, ya sea en el ámbito de lo culto como en el de lo popular. Desde aquella primera obra de Juan Blanco en el lejano 1961, titulada Música para danza, la electroacústica cubana ha madurado y hoy está entre lo mejor de la manifestación a escala internacional.