Los que soñamos por la oreja
Aunque soy de los más críticos con nuestra actual escena roquera, por su carencia de unidad y, en especial, por la falta de tolerancia a la diversidad de corrientes ideoestéticas —reflejo de la propensión al no respeto de la diferencia—, admiro el tesón con el que las bandas cubanas se enfrentan a una realidad hostil de parte del esbozo de industria musical con el que contamos en el país. Como se dice en una canción de Alejandro Gutiérrez: Nada peor que un sueño hecho pedazos, nada peor.
Por eso, cuando hace un tiempo Adrián Sánchez González, bajista del grupo Necrópolis, contactó conmigo y me dijo que deseaba hacerme llegar material recientemente grabado por la agrupación, no dudé en responderle de forma positiva. Sí le aclaré, como he hecho con varios cultores de las variantes más metaloides, que ese no es mi estilo preferido dentro del rock, pero que ello no me impide hablar de lo que en dicha tendencia realizan bandas locales. Que mis preferencias sean distintas, no es óbice para que no defienda el derecho que ellos tienen a que se les respete y considere como a cualquier otro artista entre nosotros.
Si bien las primeras actuaciones de Necrópolis datan del 2000, el proyecto surge en 1998 como un grupo orientado hacia el heavy metal, con cierto toque thrash. Desde que aparecen, su estructura ha sido la de dos guitarras, bajo, batería y voz. Como es lógico, la nómina del colectivo ha cambiado en estos años y ello también ha conllevado variaciones en la proyección sonora del ensamble. Recuerdo que conocí de su trabajo durante la celebración, en octubre de 2000, de una de las emisiones del Festival Alamar, evento competitivo donde obtuvieron el máximo galardón.
Transcurrido un año de aquello, la agrupación realiza el demo Bloody sands, que no les satisfizo y por ello, apenas circuló. Vuelven a intervenir en el Festival Alamar y esta vez obtienen el tercer premio del certamen. Se suceden luego presentaciones en distintos escenarios, hasta que en el 2003 entran de nuevo a un estudio de grabación y salen con su segunda maqueta, a la cual dan por nombre Madness.
El CD, contentivo de siete cortes, evidencia las mutaciones que se habían producido en el estilo composicional e interpretativo abrazado por Necrópolis. En las piezas deja de estar presente la sonoridad procedente del mundo del heavy metal, con ciertas pinceladas de thrash, y se da paso a una suerte de mezcla entre los aires de este último del power metal, con una sonoridad bastante tradicional dentro de la corriente.
La apuesta por la movilidad estilística, aunque eso sí, siempre en el contexto de los parámetros del universo metalero, es uno de los signos que ha tipificado el quehacer de Necrópolis. Semejante intención de no encasillarse sino, por el contrario, de explorar y experimentar por disímiles senderos, me parece que deviene uno de los aspectos más destacables en la trayectoria de la banda, que tiene como base de operaciones el municipio de Cotorro, en la capital. Vale también expresar que esas mutaciones, además de satisfacer el gusto del quinteto, persiguen complacer las demandas de un público orientado mayoritariamente hacia el llamado «metal extremo», término que entrecomillo, porque para mí tal concepción es muy discutible.
En el último trimestre del pasado 2006, la banda puso a la disposición de sus seguidores lo que, sin duda, es la obra que marca su mayoría de edad. Me refiero al disco titulado Hate, Revenge and Suffering. Esta producción independiente sobresale, entre otras cosas, por la calidad de sonido que registran en la grabación, la cual transita entre el hardcore y el power thrash, con algunos pasajes que evocan el speed metal.
De lo mejor del álbum, recomiendo Believe?, con una excelente coda de guitarra acústica; Swindler, por su fuerza y cohesión; Iron soul, de estupendo trabajo guitarrístico; The final countdown, un afortunado cover al clásico de Europe, adaptado al thrash y con la voz gutural; y The hole, hermosa balada con impactante orquestación.
Integrado por Francisco y Adrián Sánchez, Guillermo Pérez, Osmany L. Gómez e Ignacio Moreno, Necrópolis sabe muy bien lo que se trae entre manos.