Lecturas
La Plaza de la Fraternidad Americana mete miedo. La yerba crece a cualquier tamaño, los senderos internos lucen desastrosos, la jardinería parece cosa de otro tiempo, y los bancos de hierro y madera han sido depredados… Quedaría el consuelo de mirar hacia fuera, pero el entorno no es mejor. No hay espectáculo más triste que el del apuntalado Palacio de Aldama o el del esqueleto de lo que fue el hotel Isla de Cuba…
¿Cuándo el antiguo Campo de Marte adquirió su nombre actual? ¿Plaza o parque? ¿En qué quedó el proyecto del monumento a Colón que allí se erigiría? ¿Y el de Máximo Gómez? ¿De dónde se llevó la ceiba que lo preside y qué simboliza?
Importante nudo de las comunicaciones viales y del transporte habanero, decenas de miles de personas pasan a diario por este sitio. Se construyó en 1928 y con él se quiso rendir homenaje a los principales próceres de la independencia del continente. En su centro se alza el Árbol de la Fraternidad Americana, la famosa ceiba que se abonó con tierra de todas las repúblicas de América y que se resguardó con una verja cuya puerta se abría con una llave de oro.
Hubo en La Habana colonial un espacio donde, desde 1740, la guarnición citadina llevaba a cabo, con gran aparato y esparcimiento de la vecinería, sus ejercicios militares. En tiempos del Marqués de la Torre, que asumió el mando de la Isla en 1771 y fue nuestro primer urbanista, ese campo de entrenamiento era un cuadrilongo que corría de norte a sur, desde el Castillo de La Punta hasta el Arsenal —actual Estación Central de Ferrocarriles— y limitaba por el este con la estacada de los fosos municipales, mientras que por el oeste, hacia la frontera, lo hacía con los barrios de Jesús María, Guadalupe y La Salud. Se le llamó Campo de Marte. Con el tiempo esos terrenos, ya muy mermados, fueron total y atinadamente convertidos en una gran plaza moderna a la que se dio el nombre de Plaza de la Fraternidad Americana, llamada asimismo Parque de la Fraternidad, sitio de confluencia ciudadana y punto de referencia en La Habana de hoy.
Se trataba de un terreno cenagoso, anegado y cubierto de manglares y por tanto apenas transitable, donde abundaban cocales y otros árboles frondosos que se talaron con el tiempo. Allí funcionó un molino de viento y se erigió la ermita de Guadalupe. Existieron además, en el lugar, en épocas diferentes, dos plazas de toros, y, en 1801, un teatrucho destartalado, sede de la primera compañía de cómicos del país, que tuvo en Francisco Covarrubias (1775-1850) su principal figura. Con Covarrubias, el teatro comienza a ser cubano. En sus obras se habla en cubano y aparecen en ellas tipos populares nuestros. Se le califica de precursor. Fue el primero que en forma continuada llevó al escenario las costumbres y los tipos del país.
Acogió el terreno a una suerte de mentidero, donde viejos, funcionarios cesanteados, petimetres y gente sin oficio ni beneficio acudían a matar el tiempo y a chismorrear entre tragos de sambumbia, bebida que allí se expendía, elaborada con melado de caña y agua a la que se añadía ají o un pedazo de mazorca de maíz quemada. Curiosamente, frente al viejo Campo de Marte, en la esquina de Monte y Cienfuegos, existe un antiguo café, ya muy venido a menos, en cuyo piso de granito, resistiendo al tiempo, la desidia y la suciedad, el nombre del establecimiento resalta como el primer día: La Sambumbia. Fue allí, en esa esquina, donde ultimaron a balazos a Enrique Henríquez, jefe del Servicio Secreto del Palacio Presidencial, bajo el Gobierno del doctor Grau San Martín.
El crecimiento de la ciudad iba mermando las dimensiones del Campo de Marte. Se demolió la ermita, pero a medida que perdía espacio, más lucimiento cobraban los ejercicios militares. El obispo Espada, que vivió en una de las esquinas del Campo, propició su embellecimiento, pero fue bajo el Gobierno de Miguel Tacón que alcanzó su mayor esplendor. Tacón cercó el espacio y lo dotó de cuatro puertas con inscripciones en honor a Cristóbal Colón, Francisco Pizarro, Hernán Cortés y Miguel Tacón porque, megalómano como era, vinculó su nombre con el del descubridor del Nuevo Mundo y sus principales conquistadores.
Quiso levantarse un monumento a Colón en el centro del Campo de Marte. No pudo hacerse porque el Obispo de La Habana se negó a que los restos supuestos o reales del Descubridor fueran sacados de la Catedral, donde reposaban desde 1795. Aun sin estatua, el Campo Militar empezó a ser conocido por el nombre de Colón.
Ya en la República hubo la intención de erigir en el Campo un monumento al generalísimo Máximo Gómez, propósito que quedó definitivamente desechado cuando el monumento del italiano Aldo Gamba al jefe del Ejército Libertador se emplazó en la Avenida del Puerto. Una guía turística de La Habana correspondiente a 1926 da al Campo de Marte el nombre de Parque de Máximo Gómez.
Forma parte del entorno la Fuente de la India o de La Noble Habana. Hoy ubicada en Monte y Prado, pocas estatuas en Cuba cambiaron tantas veces de posición como esta. Se erigió originalmente en un lugar muy próximo al que hoy ocupa. En 1841 fue trasladada a un sitio muy cercano, en el Paseo del Prado. En 1863, por acuerdo del Ayuntamiento, pasó al Parque Central, donde hoy está la estatua de Martí. En 1875 quedó emplazada en su lugar actual, pero mirando hacia el antiguo Campo de Marte. En 1928, al transformarse el Campo en Plaza de la Fraternidad, se le dio la posición que tiene ahora.
En 1892 un alcalde habanero dispuso la realización de trabajos que hermosearon el Campo. De esa fecha data el primer parque que se construyó en el área. Pero el espacio no demoró en verse convertido en un lodazal. Con la intervención militar norteamericana (1899-1902) los ejercicios de tropas volvieron al Campo y hasta hubo allí un campamento.
Con la instauración de la República se construyeron fuentes, jardines y calles interiores. Se acometió asimismo un pequeño zoológico que, en sus comienzos, se limitó a un estanque rectangular con una representación en miniatura de la Isla y donde se exhibían dos cocodrilos. Gustó tanto, sobre todo a los niños, que su creador decidió ampliar la muestra con dos o tres grullas, unos cuantos flamencos, algunos patos, un venado y un mono.
José Díaz, un modesto empleado de la Secretaría de Obras Públicas, que laboraba en el Campo como jardinero, fue el animador de aquel zoológico que, decía el historiador Emilio Roig, llegó a exhibir unos 900 animales, cifra esta que pareció exagerada a un especialista como Abelardo Moreno Bonilla.
El ciclón de octubre de 1926 afectó el Campo y también al pequeño zoológico. Carlos Miguel de Céspedes, secretario de Obras Públicas del dictador Gerardo Machado, se empeñó en convertir La Habana en una ciudad moderna. Se
aproximaba la inauguración del Capitolio (20 de mayo de 1929) y la celebración en esta capital, en 1928, de la 6ta. Conferencia Panamericana, con la presencia de una representación de todas las repúblicas del continente. Céspedes planeó el embellecimiento de aquella parte de la ciudad que, con la construcción en sus cercanías del Capitolio, adquiriría rango prominente.
Los terrenos fueron trabajados hasta convertirlos en una plaza moderna, la Plaza de la Fraternidad Americana, con avenidas, senderos y aceras que enmarcaron las diferentes divisiones o parques, y en su parcela mayor ostentó una ceiba, como el Árbol de la Fraternidad, sembrada en Tulipán el 20 de mayo de 1902, el mismo día de la instauración de la República, y traspasada a la Plaza el 24 de febrero de 1928 para ser abonada con tierra de todas las naciones de América, traída por los jefes de las delegaciones presentes en la 6ta. Conferencia, donde cada uno de ellos recibió una llave de oro que permitía abrir la puerta de la verja que resguardaba el Árbol de la Fraternidad. Con posterioridad se colocaron bustos de figuras representativas de la región: Juárez, Bolívar, Petión, Artigas, Miranda, Hostos, Morazán…