Lecturas
Se incorporó a la lucha dos días después de iniciada la Guerra Grande. Participó en la Protesta de Baraguá y dos años después, junto con Guillermo Moncada y Quintín Bandera, anunció a gritos, por las calles de Santiago de Cuba, el inicio de la llamada Guerra Chiquita, en la que recibió los grados de general de brigada. Pasó cuatro años en cárceles españolas. A bordo de la goleta Honor, mandada por el mayor general Flor Crombet, llegó a Cuba, con su hermano Antonio, el 1ro. de abril de 1895, y protagonizó, poco después del desembarco, el episodio que la historia recoge como la odisea del general José, cuando en el combate de Alto de Palmarito, del que fue el único sobreviviente de un grupo de seis mambises, se lanzó, jugándose el todo por el todo, farallón abajo, lo que lo salvó de caer muerto o prisionero, pero que lo obligó a vagar, solo y hambriento, por los montes durante ocho días hasta encontrar un campamento mambí. Poco después era ascendido a mayor general.
Apenas un año más tarde, el 5 de julio de 1896, caía en combate en Loma del Gato, a unos 18 kilómetros al noreste de Santiago de Cuba. Inconforme con el curso de la acción, que llevaba unos 20 minutos de iniciada, decidía, con su ayudantía y la escolta, enfrentarse directamente al enemigo. Revólver en mano, cuando disponía la ubicación de su tropa, un balazo en la cabeza lo derribó del caballo. Su médico, Porfirio Valiente, llegó a extraer el proyectil, pero el mayor general José Maceo no demoró en expirar.
En los 12 años que permaneció sobre las armas, participó en más de 500 acciones de guerra y resultó herido en 19 ocasiones, tres de esas de extrema gravedad. Por su impetuosidad en las cargas contra el enemigo y su valor a toda prueba, este hombre que amaba la música y temía al matrimonio, pasó a la posteridad con el sobrenombre de León de Oriente.
Un hecho lo retrata de cuerpo entero e ilustra su temeridad. Transcurren los días que preludian la invasión a occidente. Guantánamo, en la región oriental, luce fortificada en extremo por los españoles cuando el general José anuncia que tomará café en la plaza principal de esa ciudad. Escoge a 20 de entre sus hombres más corajudos y una noche entran en la urbe, respondiendo con una lluvia de balas a los «Quién vive» de la guarnición enemiga.
Al galope penetra José en la plaza y llega al establecimiento donde se hace servir café. Lo bebe tranquilamente, indiferente al tiroteo que se escucha fuera. Pide un tabaco, lo enciende e indica que le traigan la cuenta, que paga de su bolsillo. Dispone la retirada y al galope y sin dejar de disparar se alejan los mambises de los soldados que los persiguen. Ninguno de los cubanos resulta herido.
José Marcelino Maceo Grajales, hermano de Antonio e hijo de Mariana, nació en Majaguabo, San Luis, Oriente, el 2 de febrero de 1849, hace ahora 173 años. Tuvo su bautismo de fuego en Ti Arriba, el mismo día de su incorporación a la Guerra Grande, que terminó en 1878, durante los días de la Paz del Zanjón, con grados de coronel ganados en combates de la significación de Naranjo-Mojacasabe y Las Guásimas, entre otros muchos, y en Mangos de Mejía, donde salvó a Antonio, ya gravemente herido, de una muerte segura.
En los días de la Guerra Chiquita se batió con éxito en Peladero. En la acción de Gran Piedra venció al batallón Madrid y propinó una derrota impresionante a la infantería de marina en Arroyo de Agua, Guantánamo, donde emboscó a la columna enemiga. La vanguardia de dicha tropa, con 17 soldados muertos, y heridos su jefe así como 20 oficiales y 39 soldados, fue prácticamente aniquilada, pero los españoles, refugiados en una elevación, se empeñaron en resistir y para parecer que eran más parapetaron a sus muertos y los cubrieron con ramas, lo que les permitió mantener la posición hasta la mañana siguiente, cuando una columna de refuerzo rescató sus restos. De los 176 efectivos que conformaban la tropa quedaban 20 soldados y un oficial, así como el jefe de la columna, que presentaba tres heridas.
Fracasa la Guerra Chiquita. Ante el esfuerzo inútil de continuar la lucha, y acosado por el enemigo, debió José Maceo acogerse al Pacto de Confluente (29 de mayo de 1880), mediante el cual deponía las armas con la condición de que se le garantizara la salida del país.
En virtud de dicho acuerdo salió de la Isla hacia Jamaica, el 4 de junio de 1880, pero el Gobierno de Madrid incumplió lo pactado. Una cañonera española interceptó en alta mar la embarcación en la que viajaba y condujo a José Maceo a Puerto Rico. De ahí lo remitieron a Chafarinas, y dos años después, en 1882, se dispuso su traslado a Ceuta, pero al hacer escala en Cádiz logró fugarse y abordar un barco con destino a Tánger, Marruecos, donde obtuvo permiso del cónsul norteamericano para ingresar en Estados Unidos.
Camino hacia ese país, el barco en que viajaba hizo escala en Gibraltar, donde el jefe de Policía local, sobornado por el cónsul español, lo apresó para remitirlo de nuevo a prisiones peninsulares. Lo condujeron a Algeciras y, de allí, al castillo del Hacho, en Ceuta. Con posterioridad estuvo en las cárceles de Pamplona y La Estrella. En julio de 1884 fue encerrado en el castillo de La Mola, en Mahón, de donde escapó en octubre del mismo año.
Huyó entonces hacia Argelia y después de pasar, en medio de penalidades sin cuento, por Francia, Estados Unidos y Jamaica, pudo reunirse con su hermano Antonio en Panamá. Es diciembre de 1886. Hacía seis años que había salido de Cuba. Estará en Costa Rica, donde Antonio sufre un atentado mientras impulsa con veteranos cubanos la colonia Nicoya. Enfurecido, dice José junto a la cama del herido: Si muere mi hermano, no queda español con cabeza en Costa Rica. La salida está cada vez más próxima hacia Cuba, hacia la guerra, hacia la muerte.
Sus hazañas, que lindan con lo inverosímil, ocultan al hombre sencillo, sentimental y candoroso. Jovial, sincero, desinteresado. Implacable con el enemigo, sin embargo. Temperamental e irascible. Mirada dura y ceño adusto.
El amor por la música es una de sus facetas menos conocidas. Organizó la única banda musical con que contó el Ejército Libertador. Cansado de escuchar pasodobles españoles, tarareó los acordes de lo que sería un pasodoble cubano y el compositor Sotero Sánchez, alias «el Cadete», compuso a partir de aquellos La estrella de Oriente, que José llamaba siempre mi marcha.
Llega así el 20 de abril de 1896. Se combate en el ingenio El Triunfo, y cuando la batalla se inclina a favor de los cubanos el general reclama la presencia del Cadete. Se acerca el músico, bombardino en mano, y José desde su caballo ordena: Cadete, ¡toque mi marcha!
Ya el enemigo se bate en retirada cuando el pasodoble de Sotero Sánchez irrumpe en el fragor del combate. Primero, los toques de clarín, los que dictara el mismo general. Después la marcha enérgica, marcial, cubana. De pronto una voz poderosa grita ¡Viva el general José Maceo!, y un coro enorme responde con un ¡Viva! que llena el campo de batalla. La victoria sonríe a las armas mambisas. Flamea la bandera cubana desgarrada y alegre en el asta torcida por el viento.
El nombre del mayor general José Maceo, está bien escrito en la historia y también en la leyenda. Sus hombres lo enterraron y desenterraron en cinco ocasiones a fin de evitar que el enemigo se apoderara de sus restos, que reposan en la necrópolis patrimonial Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba.